Un tren cargado de rock’n’roll
La obra de Greil Marcus, uno de los críticos musicales más influyentes de la historia, es rescatada en español
La gran reputación del escritor Greil Marcus se cimenta desde sus inicios hace 45 años como editor de reseñas para Rolling Stone en reflexiones a medio camino entre la profecía cultural, la historia social de EE UU y la crítica musical; entre los corsés de la academia y la levedad del periodismo. De esa mezcla, luego tan imitada, se nutre Mystery train, acaso su gran obra, publicada en 1975 y rescatada ahora en español por Contra Ediciones. En aquel híbrido, Marcus partía de seis arquetipos de la música popular —Harmonica Frank, Robert Johnson, The Band, Sly Stone, Randy Newman y Elvis Presley— para dibujar una cartografía emocional de un país a ritmo de rock'n'roll, entendido este no como una “cultura juvenil o como contracultura, sino, sencillamente, como cultura americana”.
Leer sus ensayos es como sentarse con él frente al estéreo del salón, fisgar en su biblioteca, también en la sección de novelas, y reflexionar “sobre la respuesta que esa vivencia provoca en uno”. “Poca enjundia tendrían estas ideas si no hubiera estudiado el pensamiento político y la literatura estadounidenses”, escribe en Mystery Train, que llegó en otroño a las librerías en una versión actualizada hasta 2008 y con un anexo crítico que casi dobla el contenido original del libro. Asistir a una de sus clases como profesor invitado en el semestre de otoño en la New School de Nueva York, se asemeja bastante a lo anterior. Imparte un curso titulado La música como discurso democrático. “Escucho con mis alumnos viejo folclore americano en grabaciones efectuadas en los años 10 en quejumbrosos cilindros Edison”, explicó recientemente Marcus, padre de dos hijas, abuelo de dos nietas, durante una entrevista en su modesto despacho de la universidad neoyorquina. “Mi misión es tratar de hacerles escuchar a través de la niebla. Les ayudo a descifrar parte del misterio de esa música, que, sea cierto o no, parece carecer de autor y cambia de manos como una moneda común”.
A estas manifestaciones primitivas, de una belleza misteriosa y salvaje, llegó el joven crítico a principios de los setenta, tras un sonoro desengaño. “El concierto de Rolling Stones en Altamont fue un completo desastre, una experiencia horrible desde el principio del día. Incluso aunque no hubiera muerto nadie [los Ángeles del Infierno, encargados de la seguridad, mataron a un chico negro], al final habría pensado que no quería tener nada que ver con el rock o el pop, asuntos súbitamente tan viciosos. Lo único que quería escuchar eran los viejos discos de blues del Misisipí”, recuerda. Entonces, Marcus vivía donde aún vive, en esa zona donde Berkeley pierde el nombre para fundirse con Oakland. “Había una tienda con esas recopilaciones de Original Jazz Library . Un día el dependiente me descubrió Anthology of American Folk Music y eso sí que lo cambió todo”.
Editada en seis elepés en 1952, la recopilación del lunático y drogadicto musicólogo Harry Smith contenía polvorientas canciones de los años 20 y 30 y sentó las bases del revival folk de Bob Dylan o Dave Van Ronk. Tan arrebatador resulta su contenido que cuando fue reeditada a finales de los noventa con un memorable texto de Marcus titulado La vieja, extraña América, esta se las apañó para influir a una nueva generación de músicos folk. Aquella evocadora descripción inspiró su libro de finales de los 90 The invisible republic (¡que acabaría rebautizado por sus lectores como The old, weird America!), en el que las intrigantes The Basement Tapes, grabadas por Bob Dylan y The Band en 1967, quedaban al final de una madeja que conducía al folclore y el blues del EE UU rural.
Su pasión por Dylan (como la que siente por Van Morrison, tema de su libro When that rough god goes riding) ha permanecido inalterable todo este tiempo, incluso a través de los altibajos propios de una relación tan duradera. Y eso que Marcus no es de la clase de periodistas que se toman copas con los famosos. A Dylan solo lo ha visto una vez en su vida: "Fue en 1997, durante una entrega de un premio. Me propusieron dar una charla y la acepté porque sabía que iba a aparecer; 300.000 dólares de dotación resultan un cebo suficiente para el bueno de Bob. Hablamos, pero fue breve. No me interesa conocer a los creadores; en cambio, me fascina aquello que quieren expresar con sus obras. En un libro muy conocido llamado El guardián entre el centeno, Holden Caulfield dice que cuando uno lee un libro muy bueno lo que necesita es llamar al autor y conocerlo en persona. Yo nunca he sentido ese impulso. Yo solo deseo leer otro buen libro".
Uno de sus mejores ensayos (y uno de los tres que ha dedicado a Dylan), The invisible republic es también una de las referencias del catálogo de Marcus aún por traducir (otra, que probablemente nunca vea la luz en español, es la monumental A New Literary History of America, editada junto a Werner Sollors). No siempre fue así. La buena noticia es que ciertas editoriales parecen dispuestas a recuperar el tiempo perdido en español con su obra. A este Mystery train (que ya circuló, aunque poco, en una edición más reducida de Círculo de Lectores) o de Bob Dylan en la encrucijada (sobre la grabación de Like a rolling stone, en Global Rhythm), de un brillante prólogo a Panegírico (Acuarela), de Guy Debord, o de Rastros de Carmín (Anagrama), que trazaba una genealogía del punk con origen en las primeras vanguardias, se han sumado en poco más de año un estudio sobre The Doors (Contra), y la recopilación de artículos políticos El basurero de la historia, en el sello argentino Paidós. Para 2014, el editor de Contra promete La historia del rock’n’roll en 10 canciones, de próxima publicación también en inglés.
La edición estadounidense del ensayo sobre la banda de Jim Morrison lleva un esclarecedor subtítulo: “Toda una vida escuchando cinco agrios años”, que fueron los del auge y caída del Ícaro del rock californiano y también en los que Marcus, graduado por la Universidad de Berkeley, se sumó a la aventura contracultural de fundar Rolling Stone con Jann S. Wenner. “Los sesenta fueron tiempos difíciles. Siempre estabas mirando hacia atrás para ver si alguien te perseguía, bien por la guerra del Vietnam, bien por las revueltas raciales, bien por los asesinatos de Robert Kennedy y Martin Luther King o por la matanza de la familia Manson. Nos fue difícil estar a la altura, el mundo corría muy deprisa y echaba continuamente a la gente de la rueda. Era emocionante, sí, pero también daban ganas de meterse bajo las sábanas y no salir nunca”.
¿Y cuál es el más detestable cliché sobre aquel tiempo? “Ese que dice: ‘Tío, te los perdiste, deberías haber estado allí'. O este otro: 'si te acuerdas de los sesenta es que no los viviste'. Es una enorme gilipollez. Si no los recuerdas, es que no estabas prestando atención”.
Babelia
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