El capricho desacralizador de Springsteen
El rockero de Nueva Jersey reúne versiones de temas ajenos con canciones olvidadas de su propio repertorio en su nuevo disco, ‘High hopes’
En 1988, Bruce Springsteen se fue de gira con Amnistía Internacional, enarbolando la bandera de “Derechos humanos ahora”. Fue una jugada meditada, que le situó en la izquierda liberal, tras rechazar las pringosas tentaciones de Reagan. No menos importante, también le permitió distanciarse de disgustos domésticos: su esposa, Julianne Phillips, estaba a punto de pedir el divorcio.
No todo fue política durante el recorrido: Bruce tuvo que aguantar las recomendaciones condescendientes de algunos compañeros británicos de cartel. Sting y Peter Gabriel le trataban aproximadamente como a un noble salvaje, que debía ponerse al día — “¡pero ya!”— con la tecnología digital. Él parecía impermeable al chaparrón. Sin embargo, en años posteriores, a su ritmo, se acercó a las nuevas técnicas de grabación y elaboración de canciones.
Así, desde 2007, cuando colaboró en el tercer disco de su ahora esposa, Patti Scialfa, Springsteen cuenta con los servicios de un productor al día, Ron Aniello. Y se nota mucho en lo que será su álbum decimoctavo, High hopes (Sony). Aquí encontrarán programaciones, un solista hundido en la mezcla hasta que pasa a primer plano, manipulaciones en la tímbrica de diferentes instrumentos, colchones ambientales, efectos, trucos de estudio...
En los setenta y ochenta, bajo la influencia del manager e ideólogo Jon Landau, Springsteen parecía empeñado en construir el equivalente sonoro de la gran novela americana, de las cumbres del cine del Hollywood. Cabe sospechar que Bruce ya no pretende ser el Steinbeck, o el John Ford del rock. La escucha de High hopes sugiere objetivos más modestos: buena parte de sus canciones encajarían perfectamente en el clímax de alguna serie de HBO.
Es decir, clasicismo esencial, rock de raíces con producción de alta gama. El artista ambicioso que piensa en términos de grabaciones panorámicas. La exuberancia estadounidense manifestada también en exhibiciones de guitarra eléctrica. Tocada en ocho cortes, por —atención— Tom Morello, de Rage Against the Machine, que reemplazó al guitarrista titular, Steve Van Zandt, comprometido —¿pueden imaginarlo?— con el rodaje de una serie televisiva. Esta ya no es la Pandilla Solos Contra El Mundo.
De alguna manera, también parece haber desacralizado el proceso de elaboración de un disco. Muchos de los temas se registraron o se completaron entre actuaciones, incluso en estudios australianos. Hay improvisación y juego: Down in the hole contiene coros de los tres hijos de Bruce y Patti. Tal como lo explica Aniello, se realizaron prodigios logísticos: aunque estuviera en otro continente, el productor seguía la grabación por Internet. En recuerdo de los caídos, se rescatan sesiones donde participaron Clarence Clemons y Danny Federici, antiguos pilares de la E Street Band.
Aniello mandaba premezclas al Springsteen de gira. Y hubo sobresaltos: Bruce se horrorizó ante temas recargados de graves. El productor descubrió que lo estaba chequeando con Beats, los famosos (¡y caros!) auriculares de Dr. Dre, que potencian los bajos; uno de sus ayudantes voló hasta Milán, para que el cantante lo escuchara con un reproductor más neutral.
En declaraciones a Rolling Stone, tanto Morello como Aniello son muy cautos cuando se caracteriza High hopes como un cajón de sastre, donde caben versiones, nuevas tomas de canciones ya publicadas y temas previamente desechados. No son descartes, explican: se trata de piezas aparcadas por no encajar en el perfil de lanzamientos como The rising o Wrecking ball.
Con sus alardes de testosterona vocal e instrumental, High hopes no va ganar nuevos adeptos entre los que conocen esencialmente a Springsteen como una atracción de estadios, objeto de una insólita veneración. Pero el oyente sin prejuicios encontrará a un artista liberado de la obligación de seguir un relato, en las letras o en el sonido. Se cuelan aires de folk irlandés, trompetas pop, ecos gospel. Ciertamente, Bruce no gana mucho con retomar la incómoda American skin (41 shots), una crítica del gatillo fácil de los policías neoyorquinos: le enfrentó con agrupaciones gremiales, que hasta entonces consideraban a Springsteen “de los nuestros”. La canción forma parte de su labor cívica en contra de las armas de fuego: si en 2000 denunciaba el caso de Amadou Diallo, un vendedor callejero acribillado por hacer “un movimiento sospechoso”, ahora rememora a Trayvon Martin, un chico negro asesinado en Florida por un vigilante amateur.
No busca acumular puntos de hipster con sus versiones. El disco se cierra con una cálida Dream baby dream, balada de la pareja Suicide: ya formaba parte de su repertorio desde hace años. El tema que le da título fue grabado por The Havalinas, banda fuera del radar de lo cool; Just like fire would sí pertenece a un grupo valorado, los Saints, memorables pioneros del punk australiano.
Que conste que High hopes también incluye piezas literariamente densas. Y un par de canciones sólidamente plantadas en su Nueva Jersey natal: los protagonistas de Harry's place parecen socios de la familia Soprano; The wall celebra a Walter Cichon, músico local que —a diferencia de Bruce— no pudo escapar del alistamiento y murió en Vietnam.
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