El clarinete por la batuta
El instrumentista Vicente Alberola despega como director de orquesta
En Benifairó la música era entonces un asunto social. El pequeño pueblo valenciano no tenía más de 1.500 habitantes, pero contaba con una banda de 120 músicos. Uno en cada casa. Vicente Alberola (1970) creció en ese ambiente y aprendió a tocar el clarinete casi por inercia, como sucedía aquellos tiempos. Propulsado por su talento, todo dio un vuelco profesional el día en que su abuelo, intérprete profesional, le regaló dos clarinetes. Uno en la y el otro en si bemol. Todavía lo recuerda. Sonaban tan bien, que hasta hace no tanto los usaba en el foso del Teatro Real, donde los últimos años ha sido punta de lanza del sonido de la Sinfónica de Madrid. La semana pasada, como ya hizo tímidamente hace dos años, subió esos pocos escalones que separan el podio del resto del foso y se puso al frente de sus compañeros para dirigir dos funciones de L’elisir d’amore,en la que también ejerce de asistente del batuta titular, Marc Piollet.
No es un tránsito fácil. Lograr el respeto y la autoridad que deben concederte tus colegas de atril —una orquesta es un ecosistema de egos complicado de gestionar— lleva algún tiempo. “Siempre es complejo, porque son mis compañeros de trabajo. A algunos no le puedes decir según qué, siguen pensando que tú estás a su mismo nivel de trabajo. Pero depende de cada uno. A mí la mayoría me acogió muy bien”, explica quien hasta hace poco era el primer clarinete de la orquesta.
Ahora se buscan perfiles de jóvenes directores, como si fuera Operación Triunfo. Pero yo creo que la dirección no es eso. Quizá el marketing y el negocio, pero no la dirección"
Alberola, que llevaba tiempo dirigiendo conciertos sinfónicos, se puso hace dos años al frente de su formación con Perséfone, la pieza de Stravinski que formaba parte de una ópera montada por Peter Sellars en 2012 que incluía también la Iolanta, de Chaikovski. Fue Teodor Currentzis (director titular de la obra), empujado por Gerard Mortier, quien confió en el potencial de Alberola después de tenerle como asistente.
Pero esta vez ha dirigido dos funciones completas (la última, con éxito el pasado domingo). El desafío ahora reside en una pieza grabada en el cerebro de la mayoría de puristas del patio de butacas. Como él dice, la prueba de fuego. “Es una obra de repertorio clásico que todos conocen y hay que darlo todo. Como músico la he tocado mucho y la conozco. La música puede que sea fácil de entender y tocar, pero dirigir bel canto es muy difícil. Se trata de acompañar a los cantantes, de estar atento a todas las frases, ver cómo respiran para hacer la cadencia, saber dónde tienes que salir de la cadencia. Eso, añadido a los múltiples cambios de tempo”.
Instrumentista de prestigio internacional —ha tocado con las orquestas del Concertgebouw, Filarmónica de Nueva York, Lucerna, Mahler Chamber Orchestra—, después de 22 años ha ido aparcando poco a poco el clarinete y ahora se encuentra en excedencia de la orquesta. El plan es centrarse en la dirección y romper ese techo de cristal. “En este país te encasillan y ya no puedes ser otra cosa que lo que has hecho siempre. Es un circuito complicado. Ahora se buscan perfiles de jóvenes directores, como si fuera Operación Triunfo. Pero yo creo que la dirección no es eso. Quizá el marketing y el negocio, pero no la dirección. La madurez y la experiencia siempre mejoran tu trabajo. Si no lo vives, solo llegas a las taquillas y al programador”.