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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuchillas para los parias

Para frenar la irrefrenable entrada de estos seres trágicos, solo se le ha ocurrido a unos sádicos legitimados colocar cuchillas en las vallas de Ceuta y Melilla

Carlos Boyero

La depresión era inmediata cuando cruzabas el Muro de Berlín y te encontrabas con grandes almacenes que no contenían nada que te apeteciera comprar, largas y solitarias avenidas que transpiraban desolación, cafeterías en las que escoger algo se convertía en un problema porque no había casi nada, la expresión tristemente resignada de los escasos transeúntes con los que te cruzabas cuando la oscuridad llegaba a esos cielos siempre plomizos. Era muy fuerte constatar que a un lado de la ciudad los alemanes podían disfrutar de todo y en el otro la carestía era la protagonista. Se supone que en Berlín oriental la gente disponía de lo básico, que no pasaban hambre, que la sanidad y la educación eran gratuitas, pero también puedes entender que huyendo de la asfixia moral y con la esperanza de disfrutar de la tierra de leche y miel muchas personas se jugaran la vida intentando saltar ese muro. 270 la perdieron. Y está claro que no todos ellos eran espías, que no eran aquel asqueado Alec Leamas que se deja matar en El espía que surgió del frío.

Esa cifra de muertos impacta, pero es insignificante al lado de las cifras de vértigo de inmigrantes subsaharianos, gente que huye de las guerras, parias de ínfima clase, desesperados al límite que la palman de sed y de hambre en el desierto, devorados por el mar o por los escualos, arriesgándose por un sueño que exige una factura salvaje.

Tratas de imaginar el estado anímico de esa gente para enfrentarse al horror, para decidir que aparte de la vida no tienen nada que perder. Y puedes entender que seres adultos acepten ese lacerante reto. Pero que expongan a sus niños y sus mujeres a ese previsible espanto solo puede partir de la absoluta y desgarradora convicción de que la situación en su tierra es infernal, de que es preferible afrontar riesgos pavorosos en vez de dejarse morir en su país.

Para frenar la irrefrenable entrada de estos seres trágicos, solo se le ha ocurrido a unos sádicos legitimados colocar cuchillas en las vallas de Ceuta y Melilla. Instrumentos de disuasión es el eufemismo con el que denominan cínicamente su intolerable invento. Creen absurdamente sus torturadores que los desgarros musculares y las manos ensangrentadas acojonarán a los invasores. Tendrán que matarlos. Opción que íntimamente juzgaran como algo natural estos humanistas empeñados en salvarnos de los bárbaros.

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