Oscar de honor al príncipe de los sastres
Piero Tosi, creador del vestuario de 'El gatopardo' y cinco veces candidato a los premios de Hollywood, recibe hoy la estatuilla
Voltea el bastón en el aire: “Hay que subir el maniquí de Tancredi, si no parece más bajo de Angelica”. La voz no es iracunda, no traiciona el aspecto compuesto, el pelo blanco peinado hacia atrás, el nudo a la corbata que cierra una garganta bien afeitada, los puños del cashmere doblados con cuidado. Piero Tosi (Florencia, 1927), diseñador de vestuario durante medio siglo del cine italiano, tiene en la expresión el cariño riguroso del padre que estudia a los hijos antes de dejarlos salir. Pasa revista a dos de sus criaturas más célebres: un frac y un pomposo vestido color merengue, sus obras maestras, los trajes que Alain Delon y Claudia Cardinale visten en la secuencia del baile de El gatopardo (1963), de Luchino Visconti. Por aquella labor --y por las decenas que la precedieron y siguieron al lado de Visconti o de Vittorio de Sica, Franco Zeffirelli, Liliana Cavani, Pasolini o Mario Monicelli- recibe esta noche el Oscar de honor a toda una carrera, que también recogerán los actores Angela Lansbury y Steve Martin. En esa misma ceremonia Angelina Jolie recibirá el premio Jean Hersholt por su labor humanitaria.
“Parece que empiezo a ponerme viejo”, dice quitando hierro al asunto: es la primera vez que la academia de Hollywood decide entregar a “un sastre” -así se define- la estatuilla honorífica. Y añade: “Hace 50 años me hubiera gustado más”. Se ríe con risita pícara, que apenas le arquea los labios, pero le cruje por dentro. Lo dice sin reproche ni añoranza, solo con la ternura lejana de quién mira hacia atrás y volvería a hacer lo mismo. “Pero con menos errores. Cuando reviso una de mis películas, solo veo los errores. ¡Qué maldición!”.
No viajará a Los Ángeles. No solo por los años que le pesan en las piernas, sino porque al artesano de los bastidores no le gusta subirse al escenario. “Me quedo aquí, tengo clases en la Escuela de Cine. Me hace ilusión dejarles algo a los jóvenes, ver cómo aprenden”, murmura. Le toca, a él que había elegido una discreta tercera fila en la sala de proyección, arrimarse a la pantalla para presentar la versión restaurada de El gatopardo, que la Cinemateca de Bolonia distribuye este mes en 70 cines italianos.
A California envía a Claudia Cardinale, que con 25 años vistió su obra maestra, que brilla encima del maniquí, medio luciérnaga, medio medusa. “Hay un momento, cuando Angelica entra al salón y Luchino la captura desde atrás... Ella parece sentada en una nube, un ángel volando”. Un momento que vale una vida. La estatuilla que viajará mañana hacia Roma tiene el sabor del rescate: Tosi fue candidato cinco veces al Oscar, pero nunca ganó. A su labor en El gatopardo le derrotó el vestuario de Cleopatra.
Tras colaborar para el teatro, Tosi pasó al cine en 1951, guiado por el director de Senso. “Recuerdo el primer viaje de Florencia a Roma. Luchino rodaba Bellissima, en un estudio de fotografía de la calle IV de noviembre, la escena donde la protagonista [Anna Magnani] intenta convencer el fotógrafo para que saque imágenes de su hija y así participe en el casting de Cinecittà. ¡Tenía que vestir a Anna! Estaba muy nervioso. No tuve tiempo para comprar nada. Llamé al timbre de toda la comunidad, pedí a cada mujer que me prestara una bata de ir por casa. Fue una lección que se transformó en una manera habitual de trabajar: a veces me enamoraba del vestido de alguien que iba paseando por la calle, le metía en una tienda, le compraba algo nuevo y me quedaba con lo viejo. Aquellas prendas, tras la cámara, parecían una segunda piel para los personajes. Las arrugas, los pliegues derivados por el uso, les hacían cobrar calor, vida. Los vecinos me abrieron armarios, cajones y hasta se quitaban lo que tenían puesto con tal de contribuir. Les decía: '¡Es para un película!'. Y venga a desnudarse. En aquellos años, en Roma, el cine era una magia colectiva”.
Cualquier vestido es un trapo si no lo lleva un gran intérprete"
Cuando el gran cómplice Visconti dejó a un lado el neorrealismo para dedicarse a reconstrucciones literarias, había que dibujar los vestidos desde cero. No es lo mismo montar el vestuario de Rocco y sus hermanos (1960) y de El gatopardo, tres años después. “Estudié fotos y pinturas antiguas. Preparé tres modelos que colgaban del techo y levantaba y bajaba con una polea. Pesaban un montón. Uno era blanco, uno azul y uno cambiante, con muchas capas, que era el que yo prefería. Por suerte, Luchino tuvo la misma corazonada. Eligió el que cosí con satén de Dior. El decorado lo hilvané a mano con lazos que encontré en un mercadillo de las pulgas de París. Remontaban a la época de la historia, mediados del siglo XIX”. Las manos de pergamino dibujan arabescos en el aire, como si todavía apretaran la aguja. “Cuando oí acción y Claudia entró, casi me desmayo. Hacía un calor horrible en Sicilia y estaba tenso como un violín. Pero funcionó. Ella lo hizo genial. Cualquier vestido es un trapo si no lo lleva un gran intérprete”.
Para la película inspirada a la novela de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, Tosi tuvo que transformar a una estrella de Hollywood, Burt Lancaster, en un noble siciliano de la época. Visconti lo consideraba poco creíble. Se lo impuso el productor Goffredo Lombardo. Lancaster quizás notó la inicial desconfianza del director: “Estaba aterrorizado. Un día", recuerda Tosi, "haciéndole el nudo a la corbata, le dije: 'No tienes de qué preocuparte: tienes a tu personaje justo detrás de la cámara. Solo obsérvale'. El Principe de Salina era Luchino: elegante, imponente, seguro. Se movía y parecía conquistar la atmósfera”. Visconti era uno de los personajes de la Roma de mediados del siglo pasado, la ciudad-escenario que Tosi conserva viva tras las gafas ahumadas. Su América está allí. No hace falta viajar a Los Ángeles.
Babelia
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