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Los escritores de EE UU se ponen la mordaza por culpa del espionaje

Un informe muestra que el 24% decide no tocar ciertos temas por teléfono o email; el 16% rehúye además escribir sobre ellos tras las revelaciones de Edward Snowden

Ilustración de Enrique Flores.
Ilustración de Enrique Flores.

La proliferación explosiva de la vigilancia y del espionaje de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) de Estados Unidos empieza a mostrar sus efectos corrosivos en la creación literaria. Un reciente informe del PEN American Center, la rama estadounidense de una organización que se creó en 1921 para la defensa de los derechos humanos y la alfabetización y que en la actualidad está presente en 101 países, y el grupo FDR —organización neoyorquina dedicada a la investigación en opinión pública— titulado Chilling Effects: NSA Surveillance Drives U.S. Writers to Self-Censor (efectos escalofriantes: la vigilancia de la NSA lleva a que los escritores se autocensuren) así lo demuestra. El estudio, realizado entre más de 530 autores, apunta a que uno de cada seis ha evitado escribir o hablar de algún tema por el que pensaban que podrían ser sometidos a vigilancia. Prefieren ponerse ellos mismos la mordaza. Pero esta es solo una pincelada, en lo que se refiere a los datos que se han obtenido y también porque el informe supone el pistoletazo de salida para una investigación mucho más amplia de las consecuencias que sentirse observado tiene para la creación y la libertad de expresión. El Gran Hermano se internaliza desde las revelaciones de Edward Snowden.

Dentro de las principales conclusiones, están los datos que apuntan a que los creadores no solo están más preocupados que nunca de ser objeto de la vigilancia del Gobierno, sino que un porcentaje significativo de ellos se autocensura al evitar investigar sobre ciertos temas controvertidos, escribir sobre ellos, o involucrarse en conversaciones que pueden ser sensibles.

Los escritores muestran un mayor rechazo a los métodos empleados por el Gobierno estadounidense que el público general. Así, un 66% de escritores frente al 44% de ciudadanos que se dedican a otra actividad está en contra de que se recopile información de las llamadas o se rastree el uso de Internet como parte de los esfuerzos antiterroristas. Solo un 12% aprueba esta forma de vigilancia, frente al 50% del público general que se muestra de acuerdo con ella.

Pero esta no es la cifra más aplastante: un 85% de autores se confiesa preocupado por el actual estado de control y el 73% indica que nunca se había sentido más angustiado por la preservación de la privacidad y la libertad de expresión. El 28% ha limitado o restringido la actividad en las redes sociales y otro 12% ha pensado hacerlo.

El 24% ha decidido de manera deliberada no tocar ciertos temas hablando por teléfono o comunicándose por correo electrónico y un 9% ha considerado seriamente tomar estas medidas de precaución. Asimismo, el 16% ha rehuido escribir o mantener una conversación sobre ciertos asuntos y el 11% se ha planteado este tipo de auto-censura.

“Como organización que se dedica a defender la libertad de expresión tanto en Estados Unidos como en el extranjero, hemos visto durante largo tiempo que una vigilancia agresiva en lugares como el bloque soviético, China o Irán ha coartado el discurso y estrechado el flujo de información y de ideas”, ha dicho Suzanne Nossel, directora ejecutiva del PEN American Center. “Este informe refleja que las prácticas de espionaje estadounidenses recientemente reveladas están teniendo un impacto tangible y espeluznante en los autores de casa”.

Y el informe señala: “Muchos escritores que pertenecen al PEN simplemente dan por sentado que el Gobierno observa todo lo que hacen. Esta asunción es llamativa: en un periodo corto de tiempo, Estados Unidos ha pasado de ser una sociedad en la que el derecho a la privacidad en las comunicaciones personales era considerado inviolable, a ser una sociedad en la que los escritores asumen que han perdido ese derecho, y esperar ser espiados casi constantemente”.

Como otro ejemplo que ilustra el grado de auto-censura que se abre camino en las letras estadounidenses, el informe ofrece el siguiente testimonio de un escritor: “Estaba pensando en escribir un libro sobre la preparación de la defensa civil durante la Guerra Fría: ¿qué expectativas tenían los americanos y el Gobierno? ¿Qué hubiera pasado de haber existido una conflagración nuclear? ¿Qué planes de contingencia tenía el Gobierno? ¿De qué manera el panorama de un peligro inminente afecta a los americanos? Pero como resultado de recientes artículos sobre la NSA, decidí dejar la idea porque, después de todo, ¿cuál sería la percepción si buscaba en Google ‘estallido nuclear’, ‘búnker’, ‘radiación’, ‘planes secretos’, ‘armamento’…? ¿Deben los bibliotecarios informar de las peticiones de material sobre lluvias radioactivas, emergencias nacionales y todo lo demás? No lo sé”.

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