La dinastía Ming en 3D
China refuerza su diplomacia cultural mostrando los tesoros de la dinastía Ming. La Iglesia Nueva de Ámsterdam expone 125 obras de arte que ilustran el esplendor y la apertura hacia Occidente de los penúltimos emperadores.
Ming significa brillante en chino, y no es un apellido sino el lema escogido por la penúltima dinastía del país (1368-1644) para ilustrar el tono que deseaba darle a su gobierno. Durante tres siglos, dieciséis emperadores lograron largos periodos de estabilidad y bienestar en los que el crecimiento económico, y la apertura a Occidente, animaron la cultura hasta desembocar en su propio Siglo de Oro. Pero si Ming es casi una marca de calidad, sobre todo por sus porcelanas, la imagen actual del país está marcada por el poder creciente de su economía y la rigidez de su sistema político. Falta la cultura, que hoy es mostrada en el exterior para mejorar su imagen y promover el entendimiento mutuo. En un esfuerzo conjunto, la Iglesia Nueva de Ámsterdam ha escogido 125 obras excepcionales del Museo Nacional de Nankín, que recorren el momento de mayor esplendor de China.
Nada menos que 22 de las piezas expuestas en Ming, emperadores, artistas y mercaderes de la antigua China, se consideran tesoros nacionales. Son porcelanas, ilustraciones a tinta china, joyas, adornos de tumbas y esculturas que han precisado de un permiso especial para viajar a Holanda. Aquí está, en una vitrina de la Iglesia Nueva, un imponente jarrón (meiping) utilizado para poner ramas y flores de ciruelo. Procedente de la época de Hongwu, el primer emperador de los Ming, es el único de su clase decorado en rojo cobre que todavía conserva el tape intacto. Muy cerca aparece una joya que representa uno de los símbolos más antiguos de China. Es una cigarra de oro sobre una hoja de jade casi transparente encontrada en 1954 en una tumba. Apareció junto a dos pasadores de cabello de plata, y recuerda un adagio tradicional que describía a las damas aristocráticas y bellas con la frase: “rama de oro y hoja de jade”.
“Es verdad que parte de la herencia de los Ming se perdió durante la Revolución Cultural, pero lo más importante se conserva y ha sido protegido por el Estado”, asegura Lumin Huang, director del Museo de Nankín, que ha viajado a la capital holandesa para apadrinar la muestra. Marlies Kleiterp, jefa de exposiciones, recuerda que estos emperadores enviaron misiones diplomáticas y estimularon el comercio con Occidente. “Se relacionaron con portugueses, británicos, españoles y holandeses. Gracias a ello, llegó hasta nosotros la porcelana, creada a medida para el emperador, aunque también se usara a diario. Un producto que se hizo famoso”. Fabricada primero para el mercado interno, la porcelana, y la seda después, dominaron el comercio externo chino. Tal fue su éxito, que se adaptaron los motivos a los gustos del comprador extranjero y provocó un fenómeno insólito.
“Solemos bromear con eso de que los chinos son maestros en copiarlo todo. Pues bien, su porcelana creó el efecto contrario. Los artesanos de Delft, ahora conocidos por sus dibujos azules, se vieron sobrepasados por el interés del cliente local por otros modelos. Para no quedare atrás, pusieron manos a la obra y acabaron dominando la técnica china. Luego imitaron sus motivos, en otros tonos”, señala la experta. La exposición ha traído varias obras de la colección del Gemeentemuseum (Museo Municipal) para comparar ambos estilos. Y sí, hay platos de Delft con personajes, flores y patos chinos que no desmerecen de los originales.
Durante la dinastía Ming se trasladó la capital de Nankín (capital del sur) a Pekín (capital del norte). Allí permanece desde entonces, aunque la Ciudad Prohibida de la primera no fue olvidada. Se levantó de nuevo, piedra a piedra y sobre el trazado original, en la segunda. En la Iglesia Nueva han dispuesto una impresora en 3D que reproducirá los 980 edificios a escala. Para el 2 de febrero, al cierre de la muestra, habrán completado una maqueta muy especial. Muy cerca de esta Ciudad Prohibida de última generación cuelga “el mapa más antiguo del mundo guardado en China, con ella en el centro, desde luego”, bromea Marlies Kleiterp. Fechado en 1602 y de casi cuatro metros de largo, fue encargado al jesuita italiano Matteo Ricci, que pasó treinta años predicando allí. Antártica y América aparecieron por primera vez ante los chinos gracias a la mano de Ricci, que llegó a tener roces con el Vaticano por tratar de adaptar el cristianismo a la realidad local. Algunos dibujos, como Dama tocando la flauta, firmado por Tang Yin, rozan la perfección. Pero los que de verdad dejan huella son los retratos de los funcionarios del imperio. Algunos sonrientes, otros hieráticos, y todos en primer plano, son el rostro de una época que favoreció sin rubor el desarrollo personal.
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