Manolo Escobar, estribillo del pueblo
No cantaba ni flamenco ni copla. El artista creó un estilo propio que llegó a millones de personas
Manolo Escobar falleció ayer en su casa de Benidorm a los 82 años, a causa de la enfermedad que le fue detectada en 2010 y contra la que ha luchado los últimos años de su vida. Nacido en El Ejido almeriense en 1931, el artista se va dejando tras de sí más de medio siglo de canción española, muchos discos y películas y una tremenda popularidad, pese a quien pese. Su trayectoria profesional ha sido tan intensa y prolongada que resulta casi imposible obviar su presencia en la música popular española y en la propia vida de este país al que tantas veces retrató, por más que a algunos no gustase la imagen que reflejaba ese espejo que eran sus canciones.
Eso puede que le ocurriera a unos cuantos, porque su éxito y las ventas que obtuvieron sus discos avalan una innegable sintonía con una gran parte de eso que llaman el pueblo. Puede que sea ese mismo hecho lo que le impidiese convertirse en figura de culto para determinadas élites, algo que sí consiguieron artistas coetáneos de él. Claro que también hubo excepciones, y hasta con su poquito de paradoja. Porque no deja de ser curioso que Joan Manuel Serrat compusiese Qué bonito es Badalona al modo de Escobar, casi como una parodia de su estilo, y que el parodiado terminase por hacer propia la canción para acabar cantándola con el mismísimo autor. Carlos Cano lo trató a su modo al incluirlo como un icono en su celebre tema El Salustiano, la historia de ese emigrante que sufre la soledad en Alemania y que celebra con alivio que “algunas veces la Embajada Cultural les manda a Julio Iglesias y a un tal Manolo Escobar”.
Retratos e historias de un país que cambia del blanco y negro al color y por el que campean los discos de Escobar, uno o dos por año hasta alcanzar casi ochenta: desde mediados de los años cincuenta del pasado siglo hasta los albores de este. Desde el formato EP al LP y luego al CD, supervivientes y ajenos, puede que inmunes, a los cambios sociales que los rodeaban. El porompompero, Mi carro, La minifalda (no me gusta que a los toros te pongas la…), Madrecita María del Carmen, Mujeres y vino (viva el vino y las mujeres que por algo son regalo del señor), El beso en España… son apenas unos pocos títulos del amplísimo cancionero de Escobar, pero de tanta carga tópica que aún retumban por encima del paso de los años porque marcan y marcarían de una forma indeleble la carrera de cualquiera.
Pero fue la suya, y él nunca le hizo ascos. Así hasta llegar a esa suerte de himno tenido por alternativo al oficial, siempre a mano para cualquier propósito patrio, sea una borrachera nostálgica o la celebración de los éxitos de nuestra selección nacional de fútbol. Justo es recordar en este punto que el propio Escobar se unió, convaleciente aún de la intervención quirúrgica del mal que ha acabado con su vida, a la recepción de La Roja en 2010 tras regresar campeona del Mundial de Sudáfrica. Juntos cantaron en multitudinario coro Qué viva España, la canción que compusiera un flamenco, pero de los de Bélgica (Leo Caerts), que se convirtió en uno de los discos más vendidos de la historia discográfica patria (10 millones de copias).
Además de por todo lo anterior, Manolo Escobar se hizo con un espacio propio porque su estilo fue personal y difícilmente transferible. Él no se cansó de repetir que lo suyo no era más que una prolongación de lo que se hacía en Andalucía y que allí eso lo hacía cualquiera. Bueno, no todos y no de la misma forma. En la época en que él se echa a cantar, en casi toda España, un país todavía asolado por la posguerra y sus secuelas, triunfaban los espectáculos de Ópera Flamenca y de copla, a veces por separado, otras juntos y hasta revueltos. Es fácil imaginar un universo donde reinaba Manolo Caracol, Marchena, Pepe Blanco, Juanito Valderrama, La Niña de los Peines, Concha Piquer… Todos podían ser referentes suyos, pero él no sigue de forma mimética a ninguno. Ni flamenco ni copla. Lo suyo era más sencillo y directo. Una fórmula que parece llegar de un modo natural y con unas raíces que se sitúan en el entorno familiar.
Sus nociones musicales, transmitidas a él y a sus hermanos por un maestro superviviente de la Guerra Civil, fueron suficientes para que los hermanos, emigrados ya a Barcelona, se lanzaran a verbenas y espectáculos de variedades a mediados de los años cincuenta. Al final sería Manolo el que seguiría carrera en solitario debutando en 1961 en Córdoba, pero sus hermanos parece que no cayeron del todo en el olvido. Es lo que se deduce de la historia que contó Paco de Lucía a su biógrafo, el escritor Juan José Téllez. Montado en un taxi el guitarrista, el conductor lo reconoce y le expresa el honor que supone para él tenerlo en su coche porque lo considera uno de los mejores tocaores, “siempre detrás de los hermanos de Manolo Escobar”, añadiría el taxista.
Escobar ha sido idolatrado por los suyos hasta el extremo. Sus seguidores echan en falta un mayor reconocimiento a su figura, a pesar de que cuenta con casi una treintena de premios y distinciones entre las que se incluye la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo (2011) y la Medalla de Oro y Brillantes del F. C. Barcelona. Incluso se quejan de un insuficiente agradecimiento de la industria discográfica, que lo premió con 24 discos de oro, siendo merecedor de 40 por sus ventas. Él siempre pareció feliz con el cariño que recibía y, si el mundo culto no lo incluyó nunca entre los suyos, supo “vengarse” de manera sutil. A su muerte deja una de las mejores colecciones privadas de arte del país.
Su cuerpo será incinerado esta tarde en el Tanatorio Marina Baixa de Villajoyosa (Alicante), tras ser trasladado desde el Ayuntamiento de Benidorm, donde estuvo ayer instalada la capilla ardiente.
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