“En lugar de creer en Dios, pienso”
El artista Michelangelo Pistoletto presenta un libro en el que repasa su vida
Desde la altura de los 80 años y con una exposición recién clausurada en el Louvre dedicada a su leyenda como pionero del arte povera, Michelangelo Pistoletto (Biella, Italia, 1933) tiene más energía y más ganas de hablar que nunca. Aparentemente retirado del arte en activo y empeñado en buscar un cambio responsable en la sociedad a través de su Cittadellarte-Fondazione Pistoletto y la Università delle Idee, el gran provocador que aún en la necesidad de seguir luchando contra el capitalismo consumista y lamenta que países cargados de cultura como Italia y España no hayan aprendido que la democracia funciona solo si se está siempre vigilante.
La historia profesional de Pistoletto es la de uno de los artistas clave del siglo XX. Sus obras forman parte de los grandes museos (el Reina Sofía tiene tres piezas) y sus coleccionistas le siguen con fidelidad inquebrantable. Vino recientemente a Madrid para hablar de su vida y de su obra, tal como lo hace en el libro La voce di Pistoletto (Bompiani), una larga y desnuda conversación con el periodista y escritor Alain Elkann (Nueva York, 1950).
El volumen, construido a base de preguntas y respuestas muy directas (seis entrevistas de cinco horas cada una) resulta un apasionante retrato sobre la vida de Pistoletto y su actividad artística, tan esencial para entender la historia del arte del siglo pasado.
Casi en el mismo arranque del encuentro, Pistoletto afirma rotundo que no cree en Dios. “Siempre he sido muy sincero. Por eso, en mi trabajo he buscado la verdad. En lugar de creer en Dios, yo pienso. No puedo afirmar que exista o no, porque de eso se ocupa la ciencia. Como a casi todos, me gustan los cuentos de hadas, las leyendas, pero no son ciencia”.
El poder es un toro sin cerebro al que hay que torear con mucho arte”
No teme el artista que al papa Francisco le incomoden sus opiniones. “Es un hombre inteligente y sensible. Soy de los que cree que los artistas tenemos que ocuparnos de la humanidad, unir la ética con la estética. Esto segundo sí se lo dejaría al Papa. En realidad, la diferencia entre nosotros es que él cree y yo no. Así de fácil”.
El arte povera, o arte pobre, recurría a los materiales usados, trapos en especial, para crear obras con fuertes cargas de profundidad acerca del modo en el que vivimos. Se erguían como protesta contra el consumismo; gritos de inconformismo que para Pistoletto conservan aún toda la vigencia. Activista y comprometido, sus performances y happenings de los años setenta denunciaban en la Italia de aquellos años la corrupción del sistema. Su activismo ya no consiste en escribir en las paredes o reinterpretar secuestros, pero la preocupación no ha desaparecido, en especial, la que le causan los efectos de la crisis que en los ciudadanos italianos, griegos y españoles. “Somos países ejemplares”, bromea, “en especulación financiera”. “Más que otros, tendríamos que conocer los fundamentos de la cultura, de la vida responsable y armonizarla con la naturaleza y la tecnología, los tres elementos que forman el Tercer Paraíso. Criticar es necesario, pero además hay que ser muy responsable y cuidadoso. Solo así se podrá influir en el modo de gobernar. El poder es un toro sin cerebro al que tienes que aprender a torear con mucho arte”.
No cree, en cambio, que los movimientos de indignados como el 15-M consigan cambiar las cosas. “Transmiten desorden y a la gente no le gusta eso. No hay que ser desordenado para ser responsable y exigente”. ¿Qué esperanza queda entonces? El arte: “Creo en sus posibilidades para hacer que el pensamiento evolucione y para mover las emociones. Pensamiento y emoción son la base de la espiritualidad en la que yo creo”.
Pese a su apariencia de hombre preocupado por lo que le rodea, sorprende en la obra de Alain Elkann una afirmación por encima de las demás: nunca ha leído un libro. “No tengo ninguno. Los que hay en casa son de María, mi mujer. De pequeño, en la escuela y por la fuerza tuve que usarlos, pero vivo muy bien sin ellos. A los 14 años empecé a trabajar en el taller de enmarcación de mi padre. No me obligaron más a leer”. No ve contradicción en que se publiquen ensayos con su pensamiento o en haber colaborado en el libro de Elkann. “Me lo propuso y me pareció bien. Al público le gusta conocer la vida de la gente, pequeños cotilleos. Por mí, no hay problema”.
Babelia
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