Vicente Palacio Atard, un maestro de historiadores
Fue uno de los investigadores más prolíficos, sus trabajos abarcan cinco siglos de historia de España
Con el fallecimiento del profesor Palacio Atard la historiografía española ha perdido a uno de sus maestros más ilustres y de mayor prestigio internacional. Su docencia universitaria se ejerció sucesivamente, a lo largo de medio siglo, en las universidades de Barcelona, Valladolid y –sobre todo- Complutense de Madrid, así como en el CSIC, centros donde formó grupos de investigación y dirigió colecciones editoriales: Estudios y Documentos en Valladolid, la serie de monografías de Historia de España en el Mundo Moderno en el CSIC, y en su cátedra complutense los ocho volúmenes Cuadernos Bibliográficos de la Guerra de España, inmenso trabajo de campo en una etapa en la que la investigación del tema encontraba grandes dificultades de índole política. Intentaba con esta actividad intensa recuperar la investigación histórica tras la parálisis de la guerra civil y la posguerra.
La España de las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX no fue exclusivamente la de la autarquía en el plano económico sino también la del enclaustramiento intelectual, un hermetismo de fronteras que imposibilitaba la libre investigación de los contemporaneístas. Inconformista siempre, Palacio buscó una estrecha relación profesional con los máximos historiadores del momento, Konetzke en Alemania o el gran hispanista francés Braudel, con quien coincidió en la tarea agotadora de indagación documental en el Archivo de Simancas. Posteriormente mantendría operativa esta proyección exterior, de la que fueron expresión los cursos impartidos en las Universidades de Bonn, Colonia, Friburgo, Munich, Maguncia, París, Burdeos, Buenos Aires, Mendoza, Santiago de Chile, Río de Janeiro, etc. etc. una serie amplia de centros en múltiples países de dos continentes.
La aportación de Palacio a la historiografía española es ingente. En primer lugar por la amplitud cronológica de sus estudios. Alejado de la figura del historiador erudito que enfoca un reinado o un periodo corto, sus trabajos abarcan desde el siglo XVI hasta finales del siglo XX, 500 años de historia española, con sus mojones señalados como inicio por un ensayo sobre la Inquisición y en el otro extremo con su valoración del papel del Rey Juan Carlos en la Transición, a quien dedicó su discurso de Ingreso en la Real Academia de la Historia (1988).
Aun más meritorias son sus incorporaciones temáticas. Tras haber ocupado su atención en la política exterior con su Tesis doctoral sobre El Tercer Pacto de Familia, la alianza con Francia, derivó sus argumentos hacia la historia social, un campo en el que fue pionero en la renovación de la historia urbana, la educación, la alimentación, la demografía histórica, el papel social de la mujer, argumentos que ocupaban a las más avanzadas escuelas europeas. Su libro, ya clásico, Los españoles de la Ilustración (Premio Nacional de Literatura de Estudios Históricos, 1964), representa un muestrario de los horizontes que por entonces atisbaban los historiadores. Su rigor en el análisis documental no le impidió afrontar la aventura del ensayo; en Derrota, agotamiento y decadencia en la España del siglo XVII, las páginas dedicadas a la angustia de la pobreza y la pérdida de rango, que extraen sus datos de la documentación de Simancas, asumen un tono trágico de resonancia unamuniana.
Sucesivas promociones de alumnos se beneficiaron de su magisterio. Entre ellos figuró el entonces Príncipe D. Juan Carlos de Borbón. Tal relación probablemente influyó en su participación en la redacción de uno de los documentos más importantes de la Transición, el discurso del Rey ante el Congreso de los Estados Unidos (2 de junio de 1976), que significó su carta de presentación internacional como defensor de la joven democracia española. Palacio fue el autor de la primera mitad del discurso, la correspondiente a la parte histórica.
Frente a la parálisis de la investigación con la que se encontró a su llegada a la Universidad, a finales de los años 40, fomentó la formación de equipos de investigadores, aportando discípulos tanto a la docencia universitaria como a las secciones de Historia del CSIC. Su dimensión de maestro de historiadores se mantuvo a lo largo de muchos lustros. A quienes se le acercaban solo pedía que fueran independientes y honestos. Siempre cordial, respetuoso con las diferencias de personalidad y de ideario, en todo momento animoso y dispuesto a ayudar, Vicente Palacio personificó el modelo clásico de maestro.
Babelia
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