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despierta y lee
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Laicismo y lengua común

Hay fanatismos tendenciosos e inquisitoriales que no provienen de las iglesias pero que también interceptan la deseable libertad ciudadana

Fernando Savater

Dicen que en materia de educación Francia ya no es lo que era, pero yo sigo viendo que aún ofrece mucho que envidiar. Por ejemplo, cuando uno se pasea en la rentrée otoñal por las librerías parisinas y ve expuestas las obras de literatura y filosofía que van a estudiarse en el bachillerato. Casi dan ganas de matricularse otra vez en secundaria para gozar de ellas… y de paso para olvidar la situación de las mismas materias en nuestro país. Por no hablar del ramalazo de entusiasmo ilustrado que se siente ante la Carta de la laicidad en la escuela, esa admirable declaración de principios, derechos y deberes republicanos que desde el primer día de este nuevo curso figura en lugar bien visible en cada una de las más de 55.000 escuelas públicas francesas. No sé si bastará para justificar el ambicioso plan de “refundar la escuela republicana” que encabeza el ministro Vicent Peillon, pero desde luego constituye un importante paso en la clarificación de lo que debiera ser la enseñanza pública en una democracia avanzada europea. En uno de sus 15 puntos establece que “el laicismo garantiza la libertad de conciencia. Cada cual es libre de creer o no creer”. Una obviedad que ya parece ser asumida hasta por el papa actual, pero que suena a música celestial —no hay mejor modo de decirlo— cuando en España parece que se avecina un revival del catecismo en nuestros currículos. Sí, al menos en cuestiones educativas aún les merece a los franceses la pena pagar impuestos…

Estas cosas demuestran el espíritu republicano, y no polémicas sobre la clínica del Rey

“El laicismo permite el ejercicio de la ciudadanía, conciliando la libertad de cada uno con la igualdad y la fraternidad”: santas palabras, aunque sea santamente laicas, que no dudo que merezcan la aprobación también de nuestros principales partidos de izquierda. Pero resulta que esa carta francesa entiende el laicismo de forma más amplia que la mera oposición a las injerencias clericales en los temarios escolares. Por mucha simpatía que uno tenga por el anticlericalismo (y no niego la mía) que es a lo más radical que llegan nuestros izquierdistas, esa actitud no basta cuando se trata de establecer el fundamento laico de la educación. Porque se trata (punto 6 de la carta) de evitar “todo proselitismo y toda presión que les impida —a los alumnos— hacer su libre elección”. Y ciertamente hay otros fanatismos tendenciosos e inquisitoriales que no provienen de las iglesias pero que también interceptan esa deseable libertad ciudadana.

Por eso el punto 7 establece: “Todos los estudiantes tienen garantizado el acceso a una cultura común y compartida”. Y, naturalmente, la base de esa cultura garantizada es la lengua común del país. En Francia esa lengua común es la vehicular de enseñanza en todos los casos y su aprendizaje está especialmente reforzado en primaria. En España, en cambio, el castellano comparte las tareas educativas con otras lenguas oficiales en varias autonomías. Desde la óptica laica, por tanto, resulta asombroso que la explicitación en la nueva ley de educación, a propuesta de UPyD, de que la lengua común es vehicular en todo el Estado, aunque las lenguas cooficiales lo serán también en sus respectivas comunidades, haya despertado la oposición de la izquierda parlamentaria. Que se opongan los nacionalistas es natural: los devotos clericales creen que el laicismo quiere acabar con las religiones y los devotos separatistas suponen que quiere exterminar las lenguas regionales. ¡Pero la izquierda…! Hombre, es en estas cosas donde se demuestra el espíritu republicano y no en polémicas sobre la clínica en que debe operarse el Rey. Abundan las manifestaciones críticas contra la ley Wert y comparto muchas de ellas: pero si les digo la verdad, me es imposible considerar sincera la preocupación por la educación pública de quienes nunca han denunciado la inmersión lingüística o hasta la defienden, como hoy pasa en Baleares. ¡Ay, lástima que se perdiera la ocasión de explicar el laicismo en la difunta asignatura de Educación para la Ciudadanía! Podrían haberse habilitado hasta cursillos para parlamentarios en grupos reducidos…

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