El maestro visita el Teatro Real
El músico italiano supo expresar como pocos la tragedia del romanticismo español En su viaje de dos meses por España, le asombró la Alhambra y las catedrales de Toledo, Córdoba o Sevilla, pero le horrorizó El Escorial
Cinco óperas de Verdi se desarrollan en suelo español: Ernani (1844), Alzira (1845), Il trovatore (1853), La forza del destino (1862) y Don Carlo (1867): en la primera y la última (basadas respectivamente en las obras homónimas de Victor Hugo y de Schiller) aparece Carlos V como personaje histórico. La segunda, sobre Voltaire, tiene el Perú colonial como escenario, y su mayor lastre reside en tomar en serio el sarcasmo del original, transformándolo en un “melodramma de conversión” por demás implausible. Simón Boccanegra, sexta del total, parte del drama de Antonio García Gutiérrez (autor igualmente de El trovador), y se desarrolla en Génova, patria de la figura histórica que lo protagoniza (donde el escritor de Chiclana era embajador en los días en que Verdi adquirió allí un palacio). Por su parte, debemos a La forza del destino (sobre la tragedia de Ángel Saavedra, duque de Rivas) la única visita de Verdi y su esposa a nuestro país.
La llegada a Madrid se produjo el 11 de enero y la partida de España el 14 de marzo de 1863: conocemos las fechas por las cartas al escultor Vincenzo Luccardi y al editor Giulio Ricordi. La ópera se presentó en el Teatro Real el muy lluvioso sábado 21 de febrero, con asistencia de Isabel II (que recibió en su palco al músico), con un reparto de lujo encabezado por Anne-Caroline Lagrange, Gaetano Fraschini y Leone Giraldoni, y decorados (muy alabados por el compositor) de César Ferri. Otra carta enviada al conde Opprandino Arrivabene (escritor y contertulio en el salón milanés de la condesa Maffei) atestigua el sentido autocrítico de Verdi (director, asimismo, de la première): “Ejecución admirable del coro y la orquesta. Buena por parte de Fraschini y de Lagrange. El resto, cero o malo: pese a todo, éxito”. Desde la semana anterior, la obra se ofrecía también en Roma, siendo éstas las dos primeras producciones realizadas tras el estreno en San Petersburgo, que Enrico Tamberlick protagonizó el 10 de noviembre: el eminente tenor, gran amante de España, intermedió para comprometer el estreno madrileño.
El Escorial (perdón por la blasfemia) no me gusta: es un montón de mármoles con piezas riquísimas en su interior, alguna bellísima, como un fresco de Luca Giordano
Según Luis Carmena y Millán, amigo de Barbieri, años más tarde, Fraschini, en nombre de Verdi, pediría al autor de Pan y toros piezas de música histórica española con destino al ballet de Don Carlo (cuyo argumento se basa en el hallazgo de la célebre “Perla Peregrina”, legendaria presea de la corona española regalada a Eugenia de Montijo con motivo de su matrimonio con Napoleón III y que acabó en poder de Liz Taylor). Solicitud a la que Barbieri se negó, en represalia por la negativa de Verdi a recibirle en su alojamiento (en la Casa Nobile Castaldi, en el número seis de la plaza de Oriente, albergue habitual de los italianos que actuaban en Madrid). Al parecer, y además de haber posado para dos retratos realizados por Jean Laurent en su estudio fotográfico de la carrera de San Jerónimo, número 30, el único acto al que se pudo atraer a Verdi fue el homenaje tributado en el Conservatorio el 14 de febrero, en que se ejecutó el cuarto acto de Ernani por alumnos de la clase de mímica aplicada al canto que Juan Jiménez impartía desde cinco meses atrás: velada que, según las reseñas periodísticas, no resultó feliz. Jiménez, que había hecho una breve carrera en Italia, había publicado el año anterior un tratado sobre esa materia, que impartía gracias al apoyo de Hilarión Eslava. La ópera fue un éxito de público (Verdi fue llamado 11 veces a escena), pero la crítica no fue generosa: y parece que al duque de Rivas no le complació la adaptación de su obra.
En los días posteriores, los Verdi realizaron una tournée turística cuyo ámbito primordial fue Andalucía, pero que también comprendió Toledo y El Escorial. La visita abarcó Cádiz (donde Verdi adquirió un barril de jerez que envió por barco a Sant’Agata vía Génova), Málaga, Córdoba, Sevilla y Granada, donde visitó al barítono Giorgio Ronconi, el primer Nabucco. En Sevilla, los Verdi se hospedaron en el hotel Inglaterra (entonces, la fonda de Londres), en la plaza Nueva, y visitaron el Alcázar, la catedral y la fábrica de porcelana de La Cartuja. El pintor costumbrista Manuel Cabral Aguado y Bejarano, director del Museo de Bellas Artes, les guió en una visita en la que, al parecer, Verdi admiró especialmente los murillos allí conservados. A su regreso, todavía se representaba La forza del destino en Madrid a teatro lleno (12 representaciones en esa temporada: una cifra notable para la época)
'La forza del destino’ se presentó en el Teatro Real con asistencia de Isabel II, que recibió en el palco al músico
En otra carta dirigida a Arrivabene desde París el 22 de marzo, Verdi sintetiza la gira española: “Viaje extremadamente incómodo, largo y fatigoso. La Alhambra in primis et ante omnia, la catedral de Toledo, Córdoba y Sevilla merecen la reputación de que gozan. El Escorial (perdón por la blasfemia) no me gusta: es un montón de mármoles con piezas riquísimas en su interior, alguna bellísima, como un fresco de Luca Giordano maravillosamente bello, pero el conjunto carece de buen gusto. Es severo y terrible, como el feroz soberano que lo ha construido”. La impresión causada por el monasterio está en el origen de su siguiente ópera, Don Carlo, sobre el drama homónimo de Schiller, la obra más anticlerical de todo Verdi (y la que contiene la música más bella jamás escrita para la voz de bajo en todo el siglo<TH>XIX). Encargo para la Exposición Universal parisina, se estrenó ante Eugenia de Montijo, y de ahí la elección del tema, deliberadamente provocativa.
Ese protagonismo de lo político tenía ya un precedente significativo entre las obras ligadas a España: Simon Boccanegra (estrenada en 1857 y ampliamente reelaborada en 1881) es una reflexión sobre la unidad italiana provocada por el descubrimiento de unas cartas inéditas de Petrarca criticando el enfrentamiento entre Génova y Venecia. La pieza de García Gutiérrez permitía cristalizar lo que cabe definir como el “gran héroe” verdiano, resumen de los ideales artísticos y sociales del compositor: culminación de un nuevo arquetipo vocal (el más importante barítono de todo Verdi), encarnación sublime de la figura paterna (verdiana por antonomasia) y del ideal político nacionalista y democrático. Por su parte, Il trovatore (que, al parecer, conoció gracias a su esposa, Giuseppina Strepponi) es la obra “gótica” del músico, la más oscura, agitada y frenética, mientras La forza del destino, en su dialéctica entre lo trágico y lo grotesco, alcanza una dimensión shakespeariana que, por momentos, coloca el drama entre paréntesis, reivindicando, con una modernidad sorprendente, las figuras populares a despecho de sus protagonistas blasonados.
Lo más significativo: la ausencia de “color local” en una época en que España era terreno privilegiado de fabulación. En Verdi, las referencias musicales hispanas son mínimas: el bolero de Les vêpres siciliennes, la Canción del velo (que es una seguidilla) de Don Carlo y esa especie de polo al estilo de Manuel García que cantan los toreadores en el Acto II de La traviata. No hace falta otra cosa: en sus tres grandes obras de procedencia hispana, Verdi trasciende el romanticismo desde su interior, transformando sus enunciados en poemas dramáticos abstractos habitados por el dolor y por la culpa y por la contradicción insoluble entre el deseo y la ley. Más allá de todo pintoresquismo, Verdi ha alcanzado a exponer la tragicidad intemporal del romanticismo español con una pertinencia y un vigor insuperables: sólo por ello debería figurar también en el Panteón general de nuestra estética.
José Luis Téllez es musicógrafo.
Babelia
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