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Mina, el fulgor que no cesa

La edición de ‘inDVDbile’ reafirma el mito popular de la cantante italiana

La cantante italiana Mina.
La cantante italiana Mina. GRAZIA NERI (CORDON PRESS)

En alguna parte del mundo, París, Nueva York, Berlín, Saint-Tropez, Benidorm, cada noche un grupo de transformistas invoca a las diosas del Olimpo. A la celebración de los fuegos fatuos y del playback acuden los espíritus impuros de Barbra Streisand, Dalida, Diana Ross, viejas damas como Judy Garland y Edith Piaf o rockstars como Madonna o Cher, o la recién desembarcada, Lady Gaga. Como broche y traca final, Mina. Grandes ojos de bisonte bañados en kajal y manos y brazos de deidad hindú. Atributos imprescindibles para cualquier principiante a la hora de recomponer el ADN escénico de la diva italiana. Sei grande, grande, grande come te…

Desde hace más de cincuenta años, Anna Maria Mazzini (Busto Arsizio, 1940) y para la canción, dos sílabas, Mi-Na, exhibe su poder incontestable en el santuario gay. La edición de una caja, inDVDbile —conteniendo una parte de sus actuaciones televisivas ligadas a la publicidad, conciertos en directo y en estudio y vídeos inéditos— ha devuelto al mito todo su resplandor como estrella popular. Solo hay que verla en temas burbujeantes como Sacumdì Sacumdà o de dimensiones épicas, Si stasera sono qui o Io vivrò senza te, para divisar la magnitud y complejidad del mito. Doméstico y sofisticado. Familiar y gay. Mina se nos aparece como la intérprete poliédrica y tentacular, la cantante que declama el amor en plural y apto para toda clase de sensibilidades. Mina banderín de enganche de la naciente sociedad gay. Emite señales de modernidad, embajadora del culto a lo nuevo, pero no reniega de la tradición, cantando la canción napolitana. Mina salta victoriosa de los colores pastel de la velada televisiva al arco iris reivindicativo. Antonioni la elige como la Casandra anunciadora del vértigo de la modernidad en un frenético twist para los títulos de crédito de El eclipse.

A finales de los años cincuenta una debutante larguirucha atraviesa como un objeto no identificado la RAI de la Democracia Cristiana. Para sus primeros pasos elige el nombre de Baby Gate, y semántica Be-Bop-a-Lula. Pocos años después la cantante ha codificado su identidad artística: una voz imperial, una expresividad irresistible y presencia escénica de gran diva. Los vídeos, ahora editados, nos ilustran el itinerario. Mina se convierte en la cronista de la Italia del boom económico y los amores efímeros de verano, del sexo prohibido de habitaciones color violeta y teléfonos confidentes. Junto con la Fiat y la pasta Barilla, es el frente exterior del Made in Italy. Puede cantar todo lo que le pase por su garganta, la Fuga a dos voces de Bach o subirse a La Scala, pero se encuentra más a gusto haciendo dúos con Totó y Marcello Mastroianni en la televisión. Después de dos décadas de RAI, show-business y fantasía, llega el silencio. La estrella da paso a la esfinge, y el mito, a un fantasma que cada año alimenta sus fans con el maná discográfico. Una máscara que refuerza su condición de icono gracias a las fantasías de su director de arte, Mauro Balletti, que proyecta el mito como robot, criatura picassiana, alienígena, entre Klimt y el gótico italiano, en su última aparición.

Después de más de medio siglo de carrera musical, Mina ha conseguido hacer realidad sus sueños de ama de casa y deidad misteriosa. Una carrera artística y comercial al margen del escenario y sin el calor de los aplausos, ahora sustituidos por los posts y las redes sociales. Mientras la Streisand ha tenido que volver al frente con su cargamento evergreen, Mina saborea desde su refugio del Cantón Ticino la atracción del ausente.

A diferencia de Dalida, “ustedes perdonen, pero la vida me resulta insoportable”, no ha necesitado de la tragedia ni del botiquín de somníferos. Ha salido ilesa de ese antiguo combate entre la casalinga con problemas de peso y la diva incandescente de las fantasías gráficas. Hoy Mina, como otras estrellas, se ha transformado en un gran negocio global y con Internet como cuenta corriente. Un culto pagano y mercantil donde la diva se condimenta cada temporada para gusto de sus numerosos fans. Cincuenta años viviendo en la felicidad del presente continuo y eterno.

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