Bestiario en fotogramas
Las animaciones del sevillano Pablo Fernández-Pujol están protagonizadas por seres imposibles, mitad hombres y mitad animales
De entre todas las criaturas de la naturaleza, pocos reconocerían ver en el cerdo una fuente de inspiración. No opina exactamente así Pablo Fernández-Pujol, un artista multidisciplinar atraído más bien por lo grotesco del animal en cuestión, protagonista de gran parte del universo creativo de este sevillano especializado en videoanimación. “Una vez hice una excursión por Huelva y me di cuenta de que me fascinaban”, rememora. “Son cosas que te llegan, no por ser bonitos ni hermosos. Quizás por lo bruto, por la fuerza que transmiten”.
Para sus proyectos en vídeo, Pablo Fernández-Pujol (Cádiz, 1977) se imagina seres imposibles, personas forjadas en barro o plastilina que minutos después, en medio de una atmósfera desasosegante, acaban convertidas en cabras, monos, pájaros biónicos o, cómo no, ese animal objeto de sus estudios de campo. “Trabajo el concepto de metamorfosis, a nivel metafórico”, explica el artista. “Me interesa todo lo relacionado con las transformaciones: personajes mitad humanos y mitad animales. Inconscientemente me salió así”. Este licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla acostumbraba a moverse por derroteros más clásicos. Hasta que un día, de la nada, en un residencia para artistas de Mallorca, lo que empezó siendo una escultura de un hombre acabó con apariencia porcina. Acababa de dar con Pigman, uno de sus personajes predilectos y, a la postre, con el proyecto que ha desarrollado en los últimos años.
Crear un universo de estas características es un proceso laborioso: primero concibe el personaje en su cabeza y lo moldea a su antojo. Después los sitúa en distintos contextos y trabaja sobre ellos en diferentes formatos: las figuras maleables acaban expuestas como esculturas y las acuarelas funcionan tanto como bocetos como documentos de identidad de sus seres. Eso sí, en lo que más tiempo invierte es en sus vídeos, rodados minuciosamente en stop motion (técnica de animación basada en la sucesión de imágenes fijas). Esta es la parte central de su obra y la que más cuida. “Las figuras normalmente no son muy grandes, miden unos 30 centímetros. Por ejemplo, Pigman me llevó hacerlo dos tardes. Ahora, la animación…”. El proceso requiere paciencia, son cerca de 3.000 instantáneas que hace manualmente en un proceso que puede durar semanas. Y sin alardes técnicos: “Los vídeos los hago con una cámara normal, y a veces hasta con el móvil. Parte de la gracia de lo que hago es justamente eso, que no busco hacer algo muy pulcro ni muy técnico. Lo que quiero es que parezca un poco bruto y salvaje”. De nuevo, como sus animales.
El proceso, cree Fernández-Pujol, tiene mucho de cinematográfico, desde la idea que nace de su ingenio, al pequeño guion y el rodaje que acaba plasmado en distintos formatos. Al fin y al cabo, pese a su formación académica –en sus palabras, “demasiado clásica”–, aspira a acabar haciendo cine.
No busco hacer algo muy pulcro ni muy técnico. Quiero que parezca un poco bruto y salvaje
A primera vista sus obras comparten un tono inquietante (hombres con miradas turbadoras, aullidos, ruidos mecánicos, rugidos, latidos que se aceleran…), pero insiste en que subyace algo de comicidad detrás de tanto ser estrambótico. “Sé que lo que hago es un poco chocante, pero me considero una persona bastante positiva”, afirma el autor. “En mi obra hay bastante humor, tampoco soy tremendista. Aunque eso sí, me gusta crear tensión. Al final no deja de ser un manifiesto de lo que estamos viviendo, sobre todo en los últimos tiempos”. Este sevillano, que, mejor o peor, no ha dejado de vivir de pinturas y exposiciones, lo único que hace es captar el espíritu de la época en la que vive. “El artista al final proyecta lo que ve, interpreta su visión de la realidad. No deja de ser un cronista”.
Babelia
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