Un recuerdo pretecnológico
La guerra fría, la recuperación de Ibargüengoitia y la novela con seudónimo de J.K.Rowling
A lo mejor vamos a tener que imitar a Javier Marías, que en un artículo un punto misoneísta a propósito de lo fácil que las tecnologías informáticas se lo han puesto al Gran Hermano global, volvía a ratificarse en su conocida aversión a usar de ellas en su vida cotidiana: ni androide, ni ordenador, ni Internet, ni dispositivo alguno que pueda ser objeto de espionaje o control. Me entero por la prensa de que las revelaciones de Snowden acerca de lo que, parafraseando a Hobbes, podríamos llamar espionaje omnium contra omnes, ha propiciado que los dirigentes del servicio secreto ruso recomienden a sus funcionarios regresar al uso de máquinas de escribir tradicionales para redactar sus informes y comunicaciones confidenciales. De modo que, por si acaso, voy a rescatar del trastero la vieja Underwood nº 5, un modelo vintage que heredé de mi abuelo. Todo lo cual me trae a la memoria una escena autobiográfica y pretecnológica, que paso a referirles.
En el invierno de 1984 o 1985 formé parte de una visita profesional de editores y gentes del libro a la URSS, invitados por el Goskomizdat, acrónimo del Comité del Estado soviético para las Publicaciones. Entre los participantes españoles en aquella expedición invernal (sufrimos temperaturas de -25º, y sólo se nos pasaba el frío tras la ingesta de cantidades imposibles de vodka) recuerdo a Rafael Martínez Alés, Pancho Pérez González, Luis Suñén, Eric Ruiz, Carmen Criado, Andreu Teixidor, Conxa Jufresa, José Manuel Delgado y Joan Seix. El Goskomizdat, que entonces presidía Boris Pastujov, un alto funcionario del PCUS, era, si bien en proporciones gigantescas, el equivalente al antiguo Instituto Nacional del Libro Español (INLE), un organismo de origen franquista que acabaría desapareciendo en 1986. Desde el Goskomizdat se dirigía y centralizaba la edición y distribución de las editoriales estatales, se planificaban las tiradas (a menudo millonarias) y, sobre todo, se prohibía o censuraba cualquier desviación ideológica, al tiempo que se impedía la publicación de obras de los autores que figuraban en la "lista negra" de la influyente Unión de Escritores.
El servicio secreto ruso recomienda regresar a las de máquinas de escribir tradicionales para redactar informes confidenciales.
Tengo que aclarar que aquel encuentro bilateral tuvo lugar durante el breve mandato de Konstantin Chernenko, que representó una regresión ideológica entre los liderazgos "reformistas" de Andrópov y Gorbachov. Los encuentros con editores se celebraban en la gigantesca sede del organismo, en sesiones solemne, pero infestadas del acre humo del tabaco soviético, cuyos contenidos vehiculaban intérpretes entrenados para censurar sobre la marcha las referencias inconvenientes. Cada vez que uno de nosotros pronunciaba, por ejemplo, los nombres de Bulgákov o Pasternak, el intérprete los "olvidaba" como si tal cosa. El recuerdo pre-tecnológico tiene que ver con el hecho de que, tras una conferencia que me interesó particularmente, se me ocurrió pedirle a un funcionario una fotocopia de la versión traducida. Cuando, al día siguiente, me entregaron mi encargo, comprobé con asombro que se trataba de una docena de folios mecanografiados a un sólo espacio que alguien había estado copiando hasta altas horas de la madrugada. El funcionario que me la entregó me confesó un poco abrumado que todas las fotocopiadoras del Goskomizdat, la institución que centralizaba la producción editorial en un país de casi 300 millones de habitantes que se expresan en docenas de diferentes lenguas y dialectos, se encontraban "temporalmente averiadas".
Recuperaciones
Coinciden en las librerías dos recuperaciones de libros de Jorge Ibargüengoitia (Guanajuato, 1928- Mejorada del Campo, 1983). RBA, en cuyo catálogo ya se encontraban cuatro de sus seis novelas y un libro de cuentos, publica ahora Los relámpagos de agosto, publicada en México en 1965 después de obtener el premio Casa de las Américas. Ibargüengoitia, que se inició como autor teatral sin demasiado éxito, comprendió en un momento dado que "el medio de comunicación adecuado para un hombre insociable como yo es la prosa narrativa". Su primera novela, sin duda su obra maestra, es una furibunda y divertidísima sátira de la Revolución Mexicana o, para ser más exactos, de la "novela de la revolución mexicana", un copioso subgénero literario autóctono con convenciones que Ibargüengoitia se complace en parodiar, como Cervantes hiciera con las novelas de caballerías. El argumento, muy fiel a los hechos a pesar de que los personajes aparecen con los nombres cambiados, se organiza en torno a las memorias del general Guadalupe Arroyo, trasunto de Juan Gualberto Anaya, uno de los personajes históricos que aparecen deformadamente retratados. Sin embargo, la desacralización de un asunto tan patriótico y la utilización de la parodia no gustó demasiado a ciertos críticos, demasiado convencidos, en palabras de Juan Villoro, de que "el humor es poco profundo y, en consecuencia, no define prestigios", algo que también sucede en más cercanos pagos hispánicos.
La otra recuperación es la antología de artículos Recuerdos de hace un cuarto de hora, publicado por la Universidad Diego Portales (Chile), que recoge una muestra de las crónicas que, desde 1968 hasta su muerte, escribió Ibargüengoitia para el diario Excelsior y, más tarde, para la revista Vuelta. Muchas de ellas, hay que advertirlo, ya estaban incluidas en la más extensa recopilación Revolución en el Jardín, editada por Juan Villoro para Reino de Redonda. Como se sabe, la breve carrera narrativa de Ibargüengoitia se truncó con su muerte en el accidente (23 de noviembre de 1983) de un boeing 747 de Avianca en las cercanías del aeropuerto de Barajas, en el que perdieron la vida otras 180 personas. Entre las víctimas del siniestro también estaban los ensayistas Angel Rama y Marta Traba y el novelista Manuel Scorza, que se dirigían desde París a Bogotá para participar en el primer Encuentro Hispanoamericano de Cultura.
Seudónimos
Ya lo saben. J.K.Rowling, la multimillonaria autora de Harry Potter, tenía ganas de escribir un thriller en la "estela de las novelas de P.D.James o Ruth Rendell". Y, manos a la obra, lo publicó en abril con el título de The Cuckoo's Calling (Sphere) y bajo el seudónimo de Robert Galbraith. La crítica lo recibió con benevolencia, pero solo vendió 1500 ejemplares. Pero, miren por dónde, The Sunday Times, "después de una prolija investigación", reveló la verdadera identidad de la autora y el libro se encaramó al número 1 de los más vendidos de Amazon.uk, mientras que sus editores (una filial de Little, Brown, el sello que había publicado su novela para adultos The Casual Vacancy) preparan una faraónica tirada en paperback. Miren, a lo mejor es que, con la que está cayendo, me he vuelto desconfiado, pero todo esto me suena a ful. En cualquier caso, les advierto de que E.L. James (50 sombras de Grey) también ha anunciado que pronto "cambiará de registro" y publicará una novela con seudónimo. El que no necesitaría trucos para convertir su libro primer libro en best-seller es Luis Bárcenas, cuyo temido pendrive valdría mucho en manos de un gran grupo que yo me sé. Y ustedes también.
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