‘28 y medio’: Juegos Reunidos Broggi
'28 i mig¡, el nuevo espectáculo de Oriol Broggi, es un viaje sentimental a una Italia soñada
Está Oriol Broggi en crisis y sin ideas, como Guido Anselmi, el director exhausto de Ocho y medio? No, diría que todo lo contrario. 28 i mig, guiño a Fellini y autohomenaje irónico a su grupo, La Perla 29, es una celebración italianísima, caleidoscópica y desmesurada, del poder del teatro, la música y el cine como eternos generadores de belleza.
El director y sus compañeros de patio (Clara Segura, Pablo Derqui, Màrcia Cisteró, Pol López, Xavier Boada, Ernest Villegas, Anna Madueño, Montse Vellvehí) nos abren su caja de tesoros —Juegos Reunidos Broggi— y nos invitan al juego. Un espectáculo, pues, colectivo, con improvisaciones guiadas por Clara Segura y textos adaptados por Jeroni Rubió, que recuerda los “palazzos mentales” de Lavaudant y García Valdés o las felices macedonias líricas de Joan Ollé, como el lejano pero nunca olvidado Set i mig, posible hermano mayor del espectáculo. Con ellos comparte Broggi ambición, generosidad y delicadeza, pero todavía no ha llegado a alcanzar su capacidad de concreción, de cristalización poética. De la entregadísima compañía destacan los incandescentes Pablo Derqui y Clara Segura, que están que se salen y nos hacen volar muy lejos, seguidos de cerca por Màrcia Cisteró, Pol López y Xavier Boada.
Destacan los incandescentes Pablo Derqui y Clara Segura, que están que se salen y nos hacen volar lejos
La primera parte es un portento: por imaginación, por ritmo, por la habilísima mixtura de sus materiales. Arranca con la Divina Comedia: un hombre cansado, nel mezzo del cammin, recita a Dante y de pronto rompe a cantar Prenda del alma en la versión de Vinicio Capossela: qué bonito, qué sobrio y con cuánto sentimiento recita y canta Xavier Boada. Se abre luego la habitación romana de Una jornada particular y ahí están Segura y Derqui, que no recuerdan tanto a Scola como, sorpresa, a Pasolini; él con la pureza fiera de Pier Paolo y ella como una hermana catalana de Mamma Roma, una pequeña joya, rebosante de sutileza y emoción. Comienzan los puentes: Pasolini, perdón, Derqui narra la leyenda china del pintor Notcha y su ventana imaginaria, que crece ante nuestros ojos, y por la que escapará un cristalino Pol López. Entran en escena los Seis personajes de Pirandello, y Derqui, en una encarnación fenomenal, es ahora Gassman metiéndose al público en el bolsillo en su legendaria visita al Grec del 84, y Màrcia Cisteró se convierte en Sonia recitando el final de Tío Vania, y Clara Segura le contesta con el “Por Hécuba!” de Hamlet. Todo encaja, todo fluye, de oca a oca, de puente en puente.
Ahora los cómicos, todos a una, levantan, al fondo, la embocadura de un proscenio bañado por una luz extraordinaria, luci del varietà, esparcida como un polvillo dorado por Pep Barcons: comienza la evocación circense, tan felliniana, y es un regalo escuchar a Boada recitando la bienvenida del Altíssim de Primera història d’Ester, y la hilarante entrada de los cuatro clowns camelistas, y da gusto volver a ver la escena de Zampanò/Boada y Gelsomina/Segura, pero ahí empieza a asomar la sobrecarga: de todos los números (demasiados) me quedo con la estampa de Derqui en su sillón, contemplando, en el espacio vacío, los equilibrios de Tomeu Amer trepando hacia la nada por una escalera vertical (sí, la escalera de los Juegos Reunidos Geyper), mientras suena Siboney al acordeón. Más diamantes: el Soave sia il vento de Così fan tutte que cantan, como desde una nube, Cisteró, Segura, Boada y Villegas, y la aparición del caballo blanco que preludia el punto vélico, el justo centro de la función, donde confluyen sus líneas de fuerza: el pasaje del anhelo italiano (“Ara és quan veig Itàlia”) de Coral romput, la obra maestra de Estellés, que avanza como un navío con las velas desplegadas y blanquísimas, con un Derqui más inflamado que nunca, con la polifonía de sus compañeros, con Màrcia Cisteró cayendo de rodillas cuando el gran Ovidi toma la palabra y todos enmudecen, como si escucharan, escucháramos, la voz resucitada de un abuelo muerto, de un fantasma vivísimo.
‘28 i mig’ tiene una enorme fuerza lírica, pero necesita una mano que cosa ese “saco sin fondo de poemas e imágenes”
La segunda hora está, para mi gusto, necesitada de tijera. Hay, de entrada, repeticiones conceptuales. Se dicen cosas sabias y bellas sobre el arte y la vida, pero yo creo que basta y sobra con el parlamento de Fellini/Boada y con algunas codas del diálogo entre Pol López y Tomeu Amer sobre el pulso entre realidad y ficción. No diré que no sea interesante el inserto de Tonio Kröger, de Mann, donde se luce Ernest Villegas, pero resulta larguísimo y, sobre todo, reiterativo. Sin embargo, el mayor problema del espectáculo en ese segundo tramo es su excesiva dependencia de Ocho y medio. Me fascinan los chispazos inesperados, cuando brota la poesía del encuentro de dos arcos voltaicos de distintas orillas (la Saraghina transmutada en la Teresa de Ovidi), y la fatigada fragilidad de Derqui en el rol de Mastroianni, y las conmovedoras frases de la madre, Clara Segura (“esta noche la infancia es un cuchillo que han acercado a tu garganta: para siempre tendrás en la boca el sabor de tu propia sangre”) y el padre, Xavier Boada (“mi cabeza está llena de hojas muertas que se quiebran ruidosamente bajo los pies de tu madre, mi memoria es como un bosque donde solo camina ella”), pero no le veo demasiado sentido a calcar tantas secuencias: se impone un destilado. Me sobran también buena parte de las proyecciones de otras películas: las imágenes de Casablanca o de Con la muerte en los talones se quedan en carne sin cocinar, en pura y simple enunciación, en nostalgia de álbum de cromos. 28 i mig es una función con una enorme fuerza lírica pero que necesita una mano firme que cosa ese “saco sin fondo de poemas e imágenes”, como la define Broggi. No hace falta meter todos los huevos en la misma cesta; no hacen falta siete finales, con un par seríamos felices. Apostaría a que, en el transcurso de las representaciones, el material se adensará e irá cayendo, poco a poco, esa media hora sobrante. Con todo, el éxito del espectáculo, que abarrota la nave gótica de la Biblioteca de Catalunya, con el público puesto en pie lanzando bravos es incuestionable. Hay 28 i mig para rato.
28 i mig. Autor y director: Oriol Broggi. Intérpretes: Tomeu Amer, Xavier Boada, Màrcia Cisteró, Pablo Derqui, Clara Segura, Ernest Villegas, Montse Vellvehí. Biblioteca de Catalunya. Hasta el 28 de julio.
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