Emocionante y limpio en el segundo encierro de Dolores Aguirre
Hubo un herido con fractura de tibia y peroné y tres contusionados de diversa consideración
Los toros de Dolores Aguirre hicieron honor a la memoria de su ganadera, fallecida el pasado 12 de de abril, pasaron por las calles de Pamplona como una exhalación, y protagonizaron un encierro trepidante y limpio, que tuvo una duración de 2 minutos y 27 segundos, y no dejó más que un herido con fractura de tibia y peroné, y tres contusionados de diversa consideración, según el primer balance de los servicios médicos.
Fue, por tanto, más el ruido que las nueces, el respeto a la leyenda de una ganadería con merecida fama de dura que ha corrido ya en catorce ocasiones por estos adoquines con un saldo de 14 cornadas y 58 heridos desde su debú en el año 1980.
Había menos corredores, según los expertos, pero las calles estaban abarrotadas de uniformes blancos y pañuelos rojos, muchos de ellos ejemplos vivos de imprudencia, causa primera de los golpes, las contusiones y, como en este caso, de la fractura de huesos.
Los toros de doña Dolores salieron a la cuesta de Santo Domingo con la firme intención de abrirse camino entre la multitud y alcanzar el ruedo de la plaza con celeridad y escasos problemas. Para ello, se pegaron unos a otros, todos arropados y escoltados por los cabestros, y así llegaron con cara de susto hasta la plaza del Ayuntamiento, donde comenzaron los milagros del capote de San Fermín.
Solo un milagro explicaría que los afiladísimos pitones de estos animales no hubieran engarzado en la piel de algún mozo que, sin saber cómo, aparece de pronto a milímetros de ese cuchillo que solo indaga un camino libre para seguir adelante. Los toros no buscaron presa, sino huecos entre la bulla para continuar adelante.
Esa fue la película de la recta de Estafeta, con la manada ya estirada pero cercana, donde los toros se quitaban los moscones vestidos de blanco y rojo, muchos de los cuales corrían a la desesperada sin la conciencia de ese pitón que husmea y calienta la piel casi sin tocarla.
Abundaron las caídas, los golpes y los ¡huy…!, pero no hubo heridos por asta de toro a pesar de tanto mozo que pretendía jugar al toro con los muy serios y peligrosos de Dolores Aguirre; y los animales siguieron su camino, enfilados los seis hacia el vallado de Telefónica, como si supieran que unos metros más allá estaba el campo abierto del ruedo, lejos ya de la marabunta de corredores molestos. Agrupados llegaron los seis, buscaron a los cabestros y enfilaron la puerta de los corrales como en una huída final de un encierro tan trepidante como inesperado y sorprendente para los seis hermanos de capa negra, asustados, quizá, por tanta algarabía tras su tranquila vida en la dehesa sevillana.
En los corrales esperarán el comienzo de la corrida, en la que harán el paseíllo tres toreros acostumbrados a la dureza de estos toros: Manuel Escribano, triunfador en la Feria de Abril ante los miuras, Joselillo, un experto en ‘doloresaguirre’, y Juan del Álamo, que llega con el ánimo alto tras su éxito en San Isidro. Si se cumple la tradición, volverán al ruedo toros duros de pelar, dificultosos en su juego y exigentes con toreros técnicos, valerosos y experimentados.
Por cierto, cuando todo había terminado, apareció en solitario un cabestro que había caído al comienzo de Estafeta y esperó sentado a que pasara la muchedumbre. Despejada la calle, -la experiencia es un grado- el animal se dirigió con paso firme y decidido hacia la plaza. A pesar de sus maneras poco marciales, sus vistosos colores y pitones bizcos, más de uno se llevó un susto de muerte. No en vano entre los corredores abundan los que se estrenan desde países muy lejanos, y preguntan, por preguntar, que en qué dirección corren los toros. ¿Hay o no hay milagro?
Babelia
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