Podrido
El cierre del restaurante de Sergi Arola por sus deudas con Hacienda ha desatado la simpatía y la antipatía de manera automática
Uno de los problemas básicos de vivir a través de los medios tiene que ver con las simpatías y antipatías, porque tiñen nuestra valoración e implicación en cualquier asunto. La gran magia de la política reaccionaria es que ha logrado que ante cualquier persona que haga un comentario solidario, una crítica de comportamiento social o un guiño a alguna medida progresista, automáticamente activemos nuestra sospecha contra él. Qué sale ganando, por qué habla, quién se cree, qué pesado. Es eficaz y fomenta a los descreídos, actitud que adoro, pero tampoco está de más reflexionar sobre lo fácil que les ha sido inocularnos dentro ese fastidio ante la participación de cualquiera en el debate político.
El cierre del restaurante de Sergi Arola por sus deudas con Hacienda ha desatado la simpatía y la antipatía de manera automática. Tanto, que en una estrategia defensiva, lo más práctico era concluir con un: y a mí qué más me da. Sin embargo, debería sorprendernos que la entrada de los terminadores tributarios se pusiera en escena en pleno servicio, con los clientes en mitad de la comida y se precintara con cinta elástica sobre el tazón de los gazpachos. Claro, a todos nos da igual lo que le pase a un restaurante caro y las dos estrellas Michelin, puestos a malas, son más que nada un agravio. Nos encanta ver perder a los demás, como si fuera un espejismo de nuestro triunfo, cuando es exactamente lo contrario, una ampliación de nuestra derrota particular.
En un país que se resquebraja, una política psicótica anda convencida de que podemos sobrevivir apretando los tornillos fiscales a toda pequeña empresa y exprimiendo las nóminas. Más allá de escarmientos públicos y asuntos puntuales, hay una verdad insultante. La asfixia del pequeño contribuyente. Nuestros gobernantes son unos vagos, que no han encontrado otra solución a las cuentas que hacer que paguen más los que ya eran los únicos que pagaban. Y la consecuencia es demoledora, cierres de pequeñas empresas a mansalva, paro y ausencia de estímulo para la creación de empleo y proyectos de futuro. No sé si este caso concreto es tan ejemplar como quieren que sea, pero el tufo nacional es espantoso. Se nos está pudriendo el mejor producto sin poderlo sacar a la mesa.
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