Proclama antirracista
El TNC recupera 'Llibertat!', de Santiago Rusiñol, una pieza estrenada en 1901 A las órdenes de Josep Maria Mestres, destacan Jordi Martínez y Roger Casamayor
Aunque acaba mañana y no se trata, a mi juicio, de un montaje logrado, me apetece comentar un texto tan insólito dentro de nuestro teatro como Llibertat!, de Santiago Rusiñol, una ácida proclama antirracista con ribetes melodramáticos estrenada en 1901. Curiosamente, la pieza se presentó en italiano, por la compañía de Italia Vitalini, en el Novedades barcelonés. En octubre de aquel año llega al Romea, en su catalán original, dirigida por Enric Borràs, que interpretaba al radical Martinet. Cuenta Juan Antonio Hormigón que Llibertat! desató “una ardiente polémica entre republicanos, socialistas y catalanistas de la Lliga”, y desde la izquierda propusieron a su autor que cambiara el final, demasiado “derrotista”, casando al negro Jaume y a su amada Florentina, a lo que el dramaturgo se negó en redondo, como está mandado. Al año siguiente, Benavente la tradujo al castellano (limando las frases más aristadas) y la estrenó en la Comedia con un reparto encabezado nada menos que por José Tallaví, Francisco Morano y Rosario Pino, haciendo luego temporada en Barcelona. Después, el silencio. Un silencio de casi un siglo, roto por Hormigón, que monta en 1998 una escenificación en el Centro Dramático, con Javier Acebrón, Roberto Quintana y Nuria Gallardo en los principales papeles, y propicia (en 2002, cuando yo la descubrí: ¡gracias!) una estupenda edición bilingüe, con la traducción de Benavente revisada y ampliada por Jaume Melendres. En Cataluña hubo varios intentos de ponerla en escena en el TNC, pero no fructificaron hasta la presente temporada, a las órdenes de Josep Maria Mestres. Es, sin duda, una obra de amplio elenco, aunque imagino que las reticencias podían obedecer, en buena medida, a los problemas de su tercer acto. Creo que la obra tiene un antecedente, por no decir un detonante, muy próximo y de superior entidad dramática: en 1900, Àngel Guimerà escribe La filla del mar (La hija del mar), donde una figura “extranjera” hace estallar, por su sola condición, las tensiones de una comunidad aparentemente arcádica. Y una consecuencia: a mi modo de ver, Llibertat! es un borrador tonal de L’héroe, una de las obras mayores de Rusiñol, soberbio despiece del militarismo y la debacle colonial que estrena dos años después de la que nos ocupa.
El primer acto de Llibertat! es un sainete redondo, casi berlanguiano, rozando el esperpento. Las fuerzas vivas de un pueblo de la costa catalana celebran el retorno de Don Patricio (Camilo García), un indiano que va a traer una fábrica “con las últimas máquinas americanas” a la localidad. Pintados con trazo rápido desfilan el alcalde untuoso (Quimet Pla), el atravesado Baldiri (Òscar Rabadan), las gallináceas Hijas de María (Maife Gil, Tilda Espluga), el periodista lamebotas (Jacob Torres), el maestro que solo sabe enhebrar clichés (Artur Trias) y un largo etcétera, a los sones de una desgalichada banda que toca obsesivamente la marcha de Aida. El indiano llega con un “negrito” (Artur Raurich/Ton Vieira), pronto convertido en la mascota local: los lugareños quieren exhibirlo, tocarlo, cristianarlo, pero se cansan de la novedad a los dos días, y el chaval se queda en la calle. Pasan diez años. Jaumet Negre (Òscar Kapoya), como le llaman todos, fue adoptado por Pere Anton (Jordi Martínez), un liberal que venera el progreso y los sacrosantos lemas de la Revolución Francesa, y regenta el casino local, donde transcurre un segundo acto cimentado en un juego de ideas contundente pero demasiado discursivo. Pere Anton y su secretario (Víctor Pi) planean poner a Jaumet al frente de la entidad como un títere a sus órdenes, pero el muchacho solo tiene un anhelo, que hará saltar por los aires los igualitarismos de boquilla: casarse con Florentina (Aina Sánchez), la hija de Pere Antón. ¡Hasta ahí podríamos llegar! Calumniado, juzgado y expulsado de la casa paterna y del Círculo (por “traer la subversión valiéndose de la libertad”), su único partidario será Martinet (Roger Casamayor), un intelectual misantrópico que sigue las pautas, en versión furiosa, de los raisonneurs dieciochescos, y tiene los parlamentos más didácticos (y apasionados) de la función. Es el marginado “oficial” del pueblo, y sus filípicas tienen un aire marcadamente ibseniano, pero también anticipa a Pasolini cuando proclama que el neocapitalismo encarnado en la fábrica de Don Patricio acabará con una forma de vida menestral, tal vez más pobre, pero más sencilla y humana. Y concluye, lúcidamente: “Si un poco de color variando la piel de un hombre ya os espanta, ¿qué no harán las ideas que no sean como las vuestras?”.
La propuesta choca abiertamente con el texto: no encaja ver a obreros de hoy debatiendo las lacras del maquinismo
El tercer acto, como apuntaba al principio, tiene demasiados frentes abiertos y Rusiñol no alcanza a darles el adecuado desarrollo dramático. En una sucesión de escenas muy cortas, que recuerdan un poco a la estructura que adoptaría Brecht en Tambores en la noche, ha de contarnos la deriva de Jaumet Negre, rechazado por unos y otros (“mancha de tinta” para los biempensantes, robatrabajos para los trabajadores), así como el estallido de una huelga violenta en la fábrica y el juego de los falsos progresistas, convertidos en portavoces patronales.
La trama se embarulla notablemente, y no contribuye a clarificarla la opción de Mestres, que tras resolver con fluidez el primer acto, servido en pasarela central por el escenógrafo Pep Duran, y vadear los escollos didácticos del segundo, recurre en el tercero a una pueril ambientación en el presente. Resulta innecesario actualizar esa parte del drama para que el espectador se percate de que el conflicto central sigue presente, y la propuesta choca abiertamente con el texto: no encaja ver a obreros de hoy debatiendo las lacras del maquinismo o a Florentina rechazando a Jaumet porque le aterra tener hijos de color. El reparto cumple con brío, destacando los trabajos de Jordi Martínez y Roger Casamayor, aunque quizá les falten algunas horas de vuelo a Òscar Kapoya y Aina Sánchez para interpretar a los protagonistas. Llibertat! me sigue pareciendo, pese a las pegas apuntadas, un texto valiente y lúcido, que debió de suponer un zurriagazo considerable en su época: por la potencia de su andanada y por su peso histórico se merecía la recuperación por parte de un teatro oficial.
Llibertat! De Santiago Rusiñol. Teatro Nacional de Cataluña. Hasta el 9 de junio.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.