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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El niño que cantaba contra la pared

¿En qué marmita (marmitako, más bien) se cayó de pequeño Asier Etxeandia?

Marcos Ordóñez

¿En qué marmita (marmitako, más bien) se cayó de pequeño Asier Etxeandia? De martes a domingo representa La Chunga, en el Español. Los viernes, al acabar la función, se va a La Latina y entrega (el verbo es muy adecuado) El intérprete, dos horas y media de show, llenando desde marzo. Y los lunes, porque tanto vaguear cansa, representa Sagrado Corazón, de José Padilla, en La Casa de la Portera. No pude pillar El intérprete (“¿Aún no has visto El intérprete?”. “No, todavía no, voy loco, pero no se me escapará”, me dijeron y dije muchas veces) hasta el pasado viernes: parecía que el espectáculo bajaba telón, pero, tomen nota, esta gloria bendita prorroga hasta el 14 de junio. Así que a las once y media de la noche me encontré con una gran cola frente a La Latina, gente que repetía por segunda o tercera vez, y una excitación creciente y contagiosa.

Asier Etxeandia canta y cuenta con un pie en el Club Silencio de Mulholland Drive (y ahí están esas cortinas de terciopelo rojo, espejeante como mica, para recordárnoslo) y el otro en Radio Young, la emisora fantasma, como si Tino Romero siguiera pinchando desde Baja California, a un paso de la frontera. Tres musicazos: Gherardo Catanzaro (piano), Enrico Barbaro (bajo), Tao Gutiérrez, percusión y arreglos. Etxeandia cuenta que de chaval, encerrado en su habitación, cantaba contra la pared para crear eco, imaginándose ante un micrófono plateado y un auditorio de amigos invisibles. Creí advertir un punto de afectación en estas confesiones íntimas, como cuando proclama “Gracias al teatro resucito cada noche”, hasta que caí en la cuenta de que también nos resulta afectada la sinceridad absoluta e impúdica de los niños porque no estamos acostumbrados a ella y nos pilla siempre con el paso cambiado.

Etxeandia (pelo planchado, bigote recortado, chaleco) parece un niño jugando, terriblemente en serio, a ser Robert de Niro en El Padrino II, y de repente, alehop, se convierte en rugiente hombre lobo: Christopher Walken en Pennies from Heaven. Tarjetas de presentación: El cantante, de Lavoe, y Puro teatro, de La Lupe, que sirve como si Modugno y Willy de Ville bebieran del mismo vaso. Desfilan, amor con amor se paga, las canciones de sus padres, Encadenados, de Gatica, Luz de luna, de Álvaro Carrillo, y esta noche hay luna llena en el cielo, descomunal sobre la plaza de la Cebada y de repente, magia potagia, está dentro llenándole la boca y derramándose por la platea. Sigue Piel de actor, otra declaración de intenciones, ahora con su firma (“Mis ojos maquillados ven más lejos”) y pienso que su hermano mayor bien podría ser Javier Gurruchaga, otro niño lobo feroz. Sigue, a huevo, una enorme versión de Bilbao song, aquel lugar soñado por Brecht & Weil donde la hierba crecía en la pista de baile y las botellas volaban por el aire. La devora, la hace suya, con una voz arrasadora y una chistera robada a Max Linder (o a Fantomas), la reescribe (“¡Luna de Bilbao, fúmate un puro ahí arriba y échame la ceniza!”), y la luna, sonriente, tiene de golpe la cara de Jerôme Savary. Repentino, brutal cambio de tercio: Tú te me dejas querer, muy Auserón (etapa Veneno en la piel). “¡En este teatro está permitido bailar”, aúlla feliz, y ya tiene a todo el público en pie, rendido, danzando y coreando. Comienzan las mixturas insólitas: Volver, de Gardel, y el Psychokiller, de Talking Heads; El señorito de la Pantoja cruzado con (“¡De rodillas ante la puta de Babilonia!”), sí, perfecto, el Like a Virgin de Madonna. Sensación de que esta fiera se va a raspar la garganta y el alma de modo irremediable: despellejamiento vocal y anímico. Cuando empiezo a imaginar otro medley ideal (Margherita, de Richard Cocciante, con Monkberry Moon Delight, de McCartney, por ejemplo), la bestia ya ha vuelto a mutar, y ahora la voz es gloriosamente negra para cantar a Odetta (Hit or miss), y a Santa Janis (Me and Bobbie McGee, otro pedazo de versión), y para juntar a Bowie con Waits en Rock’Roll Suicide. Hay más canciones, pero desbordan esta columna. Nueva declaración de principios, mientras una botella de José Cuervo rula a chorros por el patio de butacas: “Dios se acaba de separar: se lleva el rock and roll, el mambo, y las guitarras eléctricas”. Etxeandia se va, pasillo arriba, pero vuelve arropado por un abrigo blanco a lo Teddy Pendergrass para el turbulento broche de oro: cruzar Sympathy for the Devil con el Sinner man de Nina Simone, cantando y bailando a lo grande, con todo el teatro a sus pies. ¿Quién sirve, en estos días nublados, un repertorio tan maravillosamente lunático? O mucho me equivoco, o El intérprete va a tener un verano muy caliente.

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