Un mundo dulcemente irascible
La muestra ‘Pictoplasma-White Noise’ disecciona a los personajes-mascotas que origina la comunicación visual
Un sinfín de criaturas pueblan universos paralelos y mágicos. Tienen rasgos antropomórficos, pero en la mayoría de los casos el patrón se reduce a un óvalo con ojos y piernas. Su fecha de nacimiento coincide con la llegada de Internet, aunque sus antecedentes más inmediatos tienen menos de un siglo, cuando la publicidad se introdujo sin previo aviso en la memoria colectiva con sus mascotas: el muñeco de Michelin, el gallo de Kellog´s o los personajes de M&M. “En general son figuras procedentes de la comunicación visual y el diseño gráfico que se diferencian de los dibujos animados por tratarse de imágenes icónicas y no narrativas, no tienen una historia detrás”, explican Lars Denicke y Peter Thaler, fundadores del proyecto Pictoplasma que llega por primera vez a España en forma de exposición y conferencia en La Casa Encendida de Madrid.
De un lado a otro del planeta, sin mirar la etiqueta de la nacionalidad, estos logotipos sorprendentes se apropian de iconos globales para subvertir su mensaje original o germinan con identidad propia por nuevas sendas creativas. “La elección de mascotas como imagen de marca está determinada por su resistencia al cambio”, opinan los comisarios de la muestra Pictoplasma-White Noise. “Una cara humana envejece, un icono es atemporal y tiene mayor capacidad de empatía”. Denicke y Thaler están convencidos que esta aparente superficialidad esconde “un universo en el que terminamos por proyectar nuestros anhelos personales”. Reconocen el cáliz político de dos Ronald McDonald manipulados luchando entre sí o el poder social de las intervenciones de arte callejero, pero su verdadero interés reside en la sensación familiaridad-confusión que producen estos personajes al contacto con el ojo humano.
Craig Redman, uno de los artistas representados en la exposición, canalizó su resistencia al cambio de ciudad cuando se mudó de Australia a Nueva York, por medio de su avatar. Darcel es un muñeco con un gran ojo, apasionado de la moda, como su creador, que gracias a su dulce encanto estético -y con la ayuda de una planificada estrategia viral- se ha convertido en la imagen de Colette, una de las tiendas de moda más importantes y punteras de Francia (acabando, así, con las fobias de creador y criatura).
Tras 15 años de dedicación absoluta a estos mundos paralelos y sus pobladores, los amantes del diseño Denicke y Thaler han visto cómo el influjo japonés, con su dulce imaginario, ha cedido espacio al dominio de la iconografía robótica, la fantasmagórica, hasta la etnológica que domina en la actualidad. En la gran instalación White Noise Serials, 100 artistas —entre los que se cuelan 10 españoles— intervienen cajas de cereales con sus criaturas, en un recorrido por las tendencias del género. “Creo que en este momento podríamos denominar a algunos de estos artistas etnólogos de la época digital”, precisa Thaler. En las máscaras que humanizan algunos de los objetos se vislumbran vestigios de arte primitivo, como en las piezas del joven ilustrador segoviano Bakea.
La exposición que reúne a 18 artistas internacionales –con una media de 30 años- en 83 piezas hasta el 8 de septiembre examina las estrategias artísticas actuales como crítica al mercado, pero también analiza el culto al fetichismo que se ha generado. El artista estadounidense Tim Biskup –veterano de la muestra, supera la cuarentena- ha creado un gran mural exprofeso para la exposición. “Están representados todos sus personajes”, explican los comisarios haciendo hincapié en una figura con un gran ojo, representación de la incapacidad de concentración del autor. “Pero al mismo tiempo, están tamizados por colores oscuros en un ejercicio terapéutico, de superar a sus propias creaciones y transmitir que su trabajo es algo más que mera decoración”.
En una pequeña vitrina, una reducida selección de los juguetes de vinilo del coleccionista alemán Selim Varol testifica otra de las patologías de esta forma de arte. No se exponen como piezas individuales, sino que se amontan con el mismo desenfreno con el que su dueño los iba adquiriendo. “Un objeto de apariencia infantil puede llegar a provocar la irritación y la insatisfacción de cualquiera al asumirse como humano ante un mundo inalcanzable”, resumen Denicke y Thaler.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.