Un fiasco indigerible de Winding Refn
Hasta ahora prevalece en Cannes la decepción sobre lo que imaginabas que iba a ser un repetido enamoramiento cinéfilo
En la Sección Oficial de este año figuran bastantes directores con capacidad para crear ilusión a la cinefilia con paladar, pero hasta ahora prevalece la decepción sobre lo que imaginabas que iba a ser un repetido enamoramiento. Aún faltan por exhibirse las últimas películas de Roman Polanski, Alexander Payne y James Gray. Esperemos que estén a la altura de las expectativas. De acuerdo en que también los más dotados atraviesan crisis. Lo que no es normal es que les ocurra al mismo tiempo.
Mi desencanto es mayúsculo ante lo que acaba de parir el danés Nicolas Winding Refn. Su anterior película fue Drive y sospecho que fuimos muchos a los que nos apasionó la trágica historia de aquel conductor solitario y enigmático que se enfrenta a la mafia sabiendo que sus posibilidades de supervivencia son ínfimas para proteger a la mujer que quiere y a su niño. La estética para contar aquella dura, triste y romántica historia era deslumbrante. Estaba al servicio de personajes tan creíbles como inquietantes, funcionaban los diálogos, la violencia tenía sentido, utilizaba seductoramente la música, combinaba con armonía el intimismo y la acción, poseía mucho encanto. Era la adaptación de una breve y excelente novela de James Sallis y el guionista hizo un trabajo modélico con ella. Imagino que también hubo en su rodaje productores inteligentes (existen, a pesar de la ancestral mala fama que les acompaña) ofreciendo consejos razonables al creador.
El enorme éxito de Drive le ha servido a Nicolas Winding Refn para disponer de absoluta libertad creativa. La historia que narra en Only God forgives le pertenece, también ha escrito el guion, la dirige como le da la gana, su autoría es total. Y el resultado es un desastre, una película tan preocupada por la forma como hueca de contenido, un producto envarado y grotesco en el que lo único agradecible es que solo dure 90 minutos.
Todo resulta confuso y gratuito, pero en medio de ello parece que Nicolas Winding Refn pretende contar la venganza de una madre tiránica y un hijo aparentemente misterioso pero que se comporta como un retrasado mental contra el policía que mató a su hijo y hermano, que era un psicópata al que le daba por degollar prostitutas adolescentes. Ocurre en Bangkok, donde esta familia de tarados trafica con heroína y dispone de un club de boxeo tailandés como tapadera de su negocio.
Los personajes son caricaturas aunque su creador no lo pretenda, las situaciones se rigen por el absurdo enfático, la ultraviolencia que retrata (hay una secuencia en la que a un tipo le arrancan un ojo, le agujerean el oído, le traspasan manos y piernas con clavos) es más autocomplaciente que necesaria, la atmósfera es de diseño, los sentimientos se vocean pero no transmiten nada interesante al espectador. Eso sí, la cámara del director está preocupadísima por demostrarnos su virtuosismo plano a plano, también te aturde con música dodecafónica, la ambientación se desvive por ser exótica, acabas harto de neones, la iluminación está tratada con infinito mimo. Tanto trabajo para no contar nada. ¿Y el seductor Ryan Gosling? Pues eso, todo el rato poniendo cara, ojitos y pose de Ryan Gosling para que el público femenino se derrita, marcando tendencias con lo bien que le quedan los vaqueros y las camisetas sudadas. Este actor me fascinó en Drive, pero tengo la sensación de que solo posee un registro que él explota excesivamente. Y me empieza a cansar. Por supuesto, está encantado con su imagen. Es probable que su sensual personalidad sea el mayor reclamo comercial de las películas en las que aparece. No tengo nada en contra de los actores que siempre son ellos mismos. Al revés. Siempre pagué encantado la entrada por el placer de ver y oír a Cary Grant, Wayne, Mitchum, Bogart, Marvin, Groucho Marx o Buster Keaton. Pero con este guaperas atormentado me empieza a parecer un desperdicio. En fin, que cada uno se divierta como quiera. Seguiré disfrutando de Drive, pero ya no tengo ninguna prisa en seguir la carrera de Nicolas Winding Refn.
La película de Chad Grigris, dirigida por Mahamat Saleh Haroun, que describe las desventuras de un chaval paralítico que baila admirablemente, se enamora de una puta y se asocia con una banda de traficantes para poder pagarle la operación a su padre enfermo, es pintoresca y visible pero también excesivamente naif. Como todo el cine africano y gran parte del asiático que se exhibe en el Festival de Cannes, la principal razón de su presencia es que la producción es francesa. La vocación internacionalista de Cannes jamás descuida sus propios intereses.
Babelia
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