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FERIA DE SAN ISIDRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El toro es el dios

Antonio Lorca
El diestro Rafaelillo recibe a portagayola a su primer toro.
El diestro Rafaelillo recibe a portagayola a su primer toro. kike para

Salió el toro, de armónicas hechuras, astifino, mirada penetrante, fiero y agresivo, soso y blando también, desconcertante y dificultoso, y la plaza vibró como en las mejores tardes.

Escolar / Rafaelillo, Robleño, Aguilar

Toros de José Escolar, excelentemente presentados, desiguales en los caballos, blandos, sosos, fieros y dificultosos. Varios fueron aplaudidos en el arrastre.
Rafaelillo: estocada que asoma (silencio); pinchazo y estocada —aviso— (silencio).
Fernando Robleño: —aviso—, gran estocada (gran ovación); estocada caída (silencio).
Alberto Aguilar: estocada aviso (gran ovación); pinchazo y estocada caída (silencio).
Plaza de Las Ventas. 12 de mayo. Cuarta corrida de feria. Casi lleno.

Es que el toro es la esencia, el fundamento, el dios de este espectáculo. Sale el toro y palpita el corazón, la sensibilidad brota a flor de piel, te olvidas del vecino y de los problemas cotidianos.

El toro requiere toda la atención para gozar, sufrir y disfrutar con las excelencias de un animal único, irrepetible, poseedor de un misterioso mapa genético que permite que una lucha heroica con un ser humano pueda seguir teniendo sentido en pleno siglo XXI.

Los toros de José Escolar no eran artistas, ni tontos, ni colaboradores, sino gladiadores, competidores, cuajados de las cualidades y defectos que dan pleno sentido al toro de lidia. Dificultosos todos ellos, duros de pelar, prontos a la hora de acometer a los caballos, pero de desigual bravura; listos y ásperos. El toro de juego variado, pero siempre peligroso, que ha dado y sigue dando sentido a esta fiesta.

El toro es el dios y ayer quedó demostrado de nuevo. Impone respeto, veneración y orgullo. Qué pena que hoy solo se valore el medio toro, el artista, el colaborador, el enfermo o el supuestamente drogado; qué pena que a los héroes de carne y hueso que se enfrentaron a los toros de ayer se les mida con el mismo rasero del toreo moderno, tan artista como decadente.

Ovación y pitos

Gran tarde de las cuadrillas: J. J. Esquivel picó muy bien al cuarto; destacaron en banderillas Joselito Rus, José Mora, Pascual Mellinas y Rafael González.
Algunos espectadores confunden griterío con exigencia y no supieron valorar el esfuerzo de los toreros.

Quizá por eso, ayer no hubo trofeos ni triunfos clamorosos. La plaza notó la diferencia y se emocionó con ella, pero las faenas de Rafaelillo, Robleño y Aguilar no son las que prometen orejas. Una pena, porque los tres, cada cual en su medida, ofrecieron la dimensión de una torería sin igual, valientes a carta cabal, inteligentes y pundonorosos, a sabiendas de que el más mínimo error, y aun sin este, les llevaría a la enfermería.

Deslucido, peligroso y aplomado fue el primero de la tarde, que radiografió de arriba abajo el menudo cuerpo de Rafaelillo mientras lanzaba mortíferos tornillazos al aire. Noble y soso, sin confianzas, fue el segundo. Acudió presto en varas el tercero, flaqueó de las manos y derrochó sosería en el tercio final. Espectacular fue el cuarto en el caballo. Salió suelto en el primer envite, galopó desde lejos y cabeceó en el segundo y acudió de nuevo por tercera vez. Se vino arriba en banderillas y llegó a la muleta con agresividad, hasta que comprendió que, además de muleta, había un hombre a su lado y prefirió mirarlo con modos poco amistosos. Cumplió el quinto en el picador y miraba por encima del hombro a Robleño, y otro noble soso fue el sexto, que derribó a Aguilar en un tropiezo y se lo quedó mirando, sorprendido, mientras el torero daba vueltas sobre sí mismo para poner tierra por medio entre los dos.

No hubo ni una vuelta al ruedo; incluso, sonaron protestas contra los toreros al considerar algunos que no estaban a la altura de las circunstancias.

Los tres señores que se vistieron de luces son toreros de los pies a la cabeza

Opinar es libre, pero la realidad no tiene más que un camino. Los tres señores que ayer se vistieron de luces son toreros de los pies a la cabeza; y no solo ellos, sino todas las cuadrillas, que destacaron tanto a pie como a caballo.

Con estos toros no son posibles las filigranas, sino la valentía sin cuento que pusieron sobre el ruedo venteño Rafaelillo, Robleño y Aguilar. Hombres de la zona media del escalafón, escasamente considerados por los aficionados artistas, porque tienen la mala suerte de haber nacido en una época en la que el ballet se considera más que la lidia auténtica ante un toro de verdad.

Quede, al menos en esta página, constancia de la admiración y el respeto que merecen toreros como los de ayer, que salen airosos de compromisos tan exigentes, y aún deben escuchar comentarios de desaprobación.

Rafaelillo recibió a su primero con dos largas cambiadas de rodillas en el tercio, y aguantó estoicamente los derrotes de un toro aplomado, muy deslucido que lo buscaba sin disimulo. El torero decidió cuidarse, como es lógico, y a la hora de matar se salió de la suerte y la estocada hizo guardia, lo que quiere decir que asomaba por el lomo del animal, lo que es cosa fea. Con muchos pies acudió el cuarto a la muleta en los primeros compases, con una codicia repetidora que hacía albergar grandes esperanzas en su comportamiento; pero pronto se desinfló y todo quedó en una inesperada frustración.

Muy torero comenzó Robleño su faena de muleta al segundo, por bajo, con la rodilla genuflexa, en muletazos largos. Pero el animal no admitía confianza, y la labor fue de más a menos, con altibajos, entre un toro soso y noble y un torero decidido. Alguien dijo en el tendido, quizá con toda la razón, que el Robleño en plenitud de otra época hubiera ofrecido otra imagen y se habría ganado una oreja.

Quizá, porque quedó en el ambiente la duda sobre la verdadera convicción del diestro. Lo mató de un estoconazo, y a punto estuvo de ser arrollado por el toro en su huída. Nada pudo mejorar en el quinto, muy complicado. Quizá fue Alberto Aguilar el mejor parado de la tarde por su extraordinaria disposición y afán de triunfo. Exquisito fue su quite por chicuelinas ante el segundo de la tarde. Muy torero ante su primero, cruzado siempre, metido entre los pitones, arrancó meritorios muletazos por ambas manos, y lo mató de una excelente estocada. Encomiable, también, su actuación ante el soso sexto, con el que no pudo brillar.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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