‘¡Sit down, please…!’
La corrida fue para irse. Los toros, de un comportamiento ‘esaborío’, fueron mansos y descastados
El segundo toro de la tarde enganchó por el pecho al caballo de picar y derribó con estrépito al equino y al picador. La costalada fue de época. Una vez recuperada la verticalidad y mientras la cuadrilla trataba de imponer el orden, un par de señoras con pinta de extranjeras y tocadas con el velo islámico, no pudieron soportar tanta emoción y decidieron que era el momento de volver al hotel. De manera queda y temerosa, se levantan de sus asientos y comienzan a bajar por el pasillo central del tendido en dirección a la puerta de salida. Pero un joven acomodador, atento a su trabajo, las atisbó en la lejanía, llamó su atención y les ordenó con firmeza: ‘¡Sit down! (siéntense, que dicen los ingleses). Las señoras, con semblante asustadizo, no parecen entender el motivo del requerimiento y continúan con su escapada. El acomodador, entonces, muy serio, las intimida de nuevo: ¡’Sit down, please…! Se supone que para evitar males mayores en un país que no parece ser el suyo, ambas espectadoras bajan la mirada, y se sientan en la dura piedra de la escalera.
La sorpresa en el tendido fue general. ¡Un acomodador hablando en inglés! Para que luego digan que no ha evolucionado la fiesta. Claro, que tal como está el desempleo juvenil, no sería extraño que el tal trabajador, se supone que eventual, sea un experto en filología inglesa que busca unos ingresos en el mes de feria. No está la cosa para desaprovechar una oportunidad, aunque sea de acomodador.
Lo cierto es que las señoras se quedaron petrificadas y en el tendido no se movió una mosca. Y no por falta de ganas, sino para no recibir la mirada inquisitiva del acomodador con dominio de idiomas. Porque la corrida, señores, tuvo guasa. La corrida fue para irse. Los toros, de feas hechuras, y de un comportamiento ‘esaborío’, mansos, descastados, ásperos y sin una gota de calidad en sus entrañas. Y los toreros, desilusionados, aburridos, incapaces… De principio a fin, el festejo fue un tostonazo, de los que, ojalá, no se repitan muchos a lo largo de esta interminable feria.
Pereda/Urdiales, Leandro, Morenito
Toros de José Luis Pereda, La Dehesilla, correctamente presentados,
mansos, ásperos, sosos y descastados.
Diego Urdiales: estocada perpendicular aviso y un descabello (silencio);
pinchazo, estocada aviso y un descabello (silencio).
Leandro: dos pinchazos aviso y media baja (silencio); bajonazo, un
descabello y el toro se echa (silencio).
Morenito de Aranda: pinchazo y bajonazo descarado (silencio); cuatro
pinchazos y un descabello (silencio).
Plaza de Las Ventas. 9 de mayo. Primera corrida de feria. Casi lleno.
Llama la atención que a los toreros se les llene la boca de la ilusión con la que se visten de luces y hacen el paseíllo en plaza tan importante como esta, y después los ves como almas en pena por el ruedo, desinflados, agobiados, sin saber qué hacer...
Tal fue el caso del valeroso Diego Urdiales, un hombre todo corazón, que ayer se mostró alicaído, triste, sin ideas y desmotivado. Es verdad que no tuvo toros, pero siempre se espera otra actitud, algo más de entereza y convicción. No quiso ni ver a su primero con el capote, que fue mal lidiado, como toda la corrida, y le plantó cara en el tercio final, molestado por el viento, pero cargado de dudas, siempre al hilo del pitón, en un intento desesperado por justificarse cuando la imagen que transmitió es que estuvo a merced de las circunstancias. Otro toro inservible fue el cuarto, y el público empleó el tiempo en preguntar al vecino por la crisis para que pasara pronto aquel mal trago que se estaba escenificando en el ruedo.
No ofreció mejor aspecto Leandro, un torero de buenas maneras, pero frágil y de escaso poderío. Su primero, huidizo y rajado, metía la cabeza por el pitón izquierdo, y el torero le robó un par de naturales que supieron a muy poco. Ese toro exigía pelea y Leandro venía en son de paz. Parecía que rompería el quinto, pero no lo hi ieron ni el animal ni el hombre, y todo se desinfló en un plis plas. Precisamente en ese quinto, Morenito de Aranda hizo un quite y dejó una verónica y media que supieron a gloria entre tanto desierto.
Como suele ser lógico, Morenito se contagió del sopor imperante, y, después de una labor animosa al muy soso tercero, lo mató de un bajonazo descarado de los que dejan huella. Recibió al sexto con una jaleadas y mentirosas verónicas, echando la pierna atrás en cada lance, y no hubo más. Tampoco ayudó el toro, que embestía sin recorrido y con la cara por las nubes, y no es Morenito torero para responder con una gesta.
Pero en ese sexto hubo un picador de categoría, Héctor Piña, que paró con maestría una embestida fiera y cargada de genio, y aunque acabó en el suelo, dejó un puyazo en todo lo alto. Momentos después, Luis Carlos Aranda volvió a dejar nota de su clase y colocó un buen par de banderillas. Seis toros, seis silencios. Al final, lo que son las cosas, las más listas fueron las dos señoras que decidieron tomar las de Villadiego a tenor del curso de los acontecimientos. Y pensarán que para eso sirve el inglés: para que no te dejen salir de la plaza por no aguantar un pestiño. Bye…
OVACION: Magnífica la labor del picador Héctor Piña ante el sexto de la
tarde, y su compañero Luis Carlos Aranda con las banderillas.
Babelia
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