Mundo solemne, mundo festivo
Tras el acto académico, personalidades destacadas de la cultura, la política y la universidad volvieron a darse cita en los jardines del paraninfo alcalaíno
Encorsetados como son por naturaleza actos así, no es que la taxonomía de la mañana complutense, cada primavera por estas fechas en Alcalá, varíe con estrépito de unos años a otros. Pero de vez en vez ofrece al menos curiosos y hasta divertidos sucedidos. No dejan de ser variaciones sobre el mismo tema, pero a veces tienen su aquel.
La intersección entre mundos como el poder político (nacional, autonómico, local…), el poder cultural, el poder académico y hasta el poder militar y religioso tampoco es que dé para efervescencias ni guateques a la sombra de los tilos. Ahora, kitsch, lo que se dice kitsch, la escena resultante puede serlo un rato largo. La risa que puede llegar a producir la gravedad impostada, la mezcla de solemnidad extrema entre las molduras del paraninfo y de frivolidad cotilla entre los canapés del jardín (la alta cultura no se libra del ‘¿sabes que fulanito, sabes que menganito?’), el boato monárquico (el republicano también existe, no seamos demagogos), los guardaespaldas de la Casa Real —unas veces hipertensos, otras, como ayer, relajados— y los corrillos de conversación obsesiva en torno a la crisis y sus daños colaterales o frontales conforman, conformaron ayer de nuevo, el paisaje de la mañana cervantina.
Dentro, en el mundo solemne, José Manuel Caballero Bonald se había mareado al bajar del púlpito desde el que había leído su extraordinario discurso, uno de los más celebrados que se recuerdan en Alcalá en los últimos años de premio Cervantes. Lo contó Pepa Ramis, su encantadora esposa, que por la mañana había dicho a “Pepe Caballero” —como en dos ocasiones le llamó todo un aspirante a Rey—, refiriéndose a las pocas ganas del premiado de enfundarse el protocolario frac: “Anda, vamos, ponte el traje de lagarterana y vámonos ya para Alcalá”.
Fuera, en el mundo festivo, uno habría dado dinero por meter un micro en la conversación que se traían el exvicepresidente del Gobierno y actual (y se diría que eterno) diputado socialista Alfonso Guerra, el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, y el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, a cuenta de sus corbatas. Hacían chistes sobre las susodichas corbatas. También sobre algo relacionado con Gallardón. Y se reían sin parar. Resulta que, en Alcalá, por un rato, la izquierda y la derecha son capaces de reír juntas cuando hay por medio corbatas y poetas, otro cantar son las tesorerías y los proyectos de ley.
Mientras Ana María Matute, sentada a la sombra de un árbol en su silla de ruedas, daba buena cuenta de una copa de cava, Miguel Ríos y Luis Eduardo Aute se hacían fotos con el personal. El rockero se quería ir, y como no lo conseguía, acabó gritando a quienes no le seguían el paso: “¡Pero qué pesados sois los poetas!”.
De repente, de no se supo bien dónde, apareció la princesa de Asturias, estrechando las manos de la prensa y alabando el fondo y la forma de las palabras pronunciadas por Caballero Bonald. Doña Letizia, elegante en su vestido arena húmeda, se sumó al corrillo de los tribuletes como la propia periodista que fue, y confesó que le había producido gran impacto escuchar a alguien con el empaque del escritor gaditano leer así ese discurso. Luego preguntó a un informador si tenía niños, y que si les leía cuentos, y le explicó que, en su opinión, son eso, los cuentos, los primeros sonidos con sabor literario que retumban en los oídos de un niño. Se fue. En un segundo surgió el Príncipe Felipe, apoyado en el bastón de mando del Ayuntamiento de Alcalá. Y habló de la afición de “Pepe Caballero” por la náutica y el mar. El heredero de la corona dijo que a la gente le marca. Eso, la náutica.
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