Sol en sombra
En un mundo que casi siempre explota los nacionalismos desde vetas excluyentes se agradece el esfuerzo por sentirse de otros sitios. De este modo, Bigas Luna aragoneaba.
En un mundo que casi siempre explota los nacionalismos desde vetas excluyentes y cuyo sentimentalismo se pervierte en superioridad, se agradece el esfuerzo por sentirse de otros sitios ya sea por el estudio, el placer o la amistad, y hasta por accidente. De este modo, Bigas Luna aragoneaba. Más allá de Los Monegros donde radicó a los personajes de Jamon, jamón,acabó por involucrarse en dos instituciones zaragozanas de distinto matiz. Gracias a sus sugerencias se cambió la ubicación de la Virgen del Pilar durante la ofrenda floral en el día de la patrona y la reforma propició un mejor espectáculo visual, que se ha mantenido así desde 1998. La fe no está reñida, sino hermanada, con la puesta en escena audiovisual, como nos recuerda el Vaticano tan a menudo. Y pocos años después Bigas fue el director artístico de la reapertura del famoso cabaré El Plata, que junto al Oasis había personificado la fuga erótico-festiva en tiempos de enfermiza represión. Allí hermanó la jota con el despelote y recuperó el porrón como carpetovetó-nico símbolo fálico.
Estos intereses variados, venían en Bigas Luna marcados desde la sonoridad de sus apellidos, que suman lo más pragmático con lo más ensoñador. Como si fuera una prolongación viva de aquel estudio ya clásico del profesor Sánchez Vidal, Sol y sombra, Bigas se sentía involucrado en los iconos ibéricos. Nada nos define mejor que los restos arqueológicos de la sociedad de consumo. Capaz de promover el salvamento del toro de Osborne en nuestras carreteras o de poner en marcha un huerto ecológico, le fascinaba por igual la fregona, el chupa chups, la paella, la tortilla de patata y la ropa tendida en la calle. Solo le oí hablar con desprecio de tres elementos que le molestaban: la cinta de vídeo VHS, los listines de teléfono y la bombona de butano. En este último caso se debía a que durante la mili, como tantos otros reclutas, le tocó trabajar de empleado doméstico para un superior castrense y recordaba con odio tenerse que ocupar de cambiarle la bombona de butano en su domicilio. Como Dalí, seguramente también él creía que el cine era la combinación de fotogenia y ritmo, de ahí su buen ojo para las caras nuevas.
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