José Gómez Caffarena, vivencia de esperanza
Querido Pepe:
Han pasado ya algunos días desde que nos dejaste. El pasado 5 de febrero, el azar quiso unir tu adiós definitivo con la fecha de tu 88º cumpleaños. Tengo que decirte, lo sabes muy bien, que tus amigos lo hemos sentido en el alma. Sabemos que te sentías bien entre nosotros y que no tenías ninguna prisa en afrontar el último viaje. Por cierto: sabrás ya, seguro que te has encontrado con él, que también Eugenio Trías nos ha dejado. Tengo ante mi un hermoso texto suyo titulado El gran viaje en el que escribes que la muerte es “el inicio del más arriesgado, inquietante y sorprendente de todos los viajes”. Como tú, Trías creía que “la vida no se desvanece con la muerte”; no consideraba evidente “que la nada sea lo único que nos espera”. ¿A que esta frase, querido Pepe, te recuerda a Unamuno postulando, exigiendo, que nuestro trabajado linaje humano sea algo más que “una procesión de fantasmas que van de la nada a la nada”?
Ya ves, Pepe, que enseguida me ha salido el tema del “más allá”, sobre el que tantas veces hemos dialogado. Pero, en realidad, yo quería comenzar evocando tu querencia por el “más acá”: por tu modesta habitación en la calle Pablo Aranda, por tus libros, por tu música, por tu familia, por tu comunidad, en la que te sentías “feliz”, por tus recuerdos de tantos años de profesor jesuita en Alcalá de Henares, en la Universidad Gregoriana de Roma, en el Instituto Fe y Secularidad, en la Universidad de Comillas, en el Instituto de Filosofía del CSIC. Los recuerdos no siempre eran gratos: en los últimos años volvías a escuchar en sueños el estruendo de los obuses que turbaban tu descanso de niño durante los bombardeos nocturnos de nuestra Guerra Civil. Pero, en conjunto, te has ido habiendo amado la tierra que pisaste y que ahora te cubre; esa tierra a la que Barth llamaba “la creación buena del Dios bueno”.
Y, de forma muy especial, hablaste bien de nosotros, de los humanos. Ninguno de tus amigos y alumnos olvidaremos el lapidario final de tu libro El teísmo moral de Kant: “En su secular esfuerzo moral, y pese a sus fracasos, la Humanidad se merece que no sea fallida su esperanza: se merece que exista Dios”. Te gustaba incluso repetir el tal vez desmedido elogio que de los humanos hizo el Cusano al llamarnos “un segundo dios”. Ya tu Metafísica fundamental era un canto al ansia de sentido, un rechazo del absurdo y de la nada final. Sin embargo, no te quiero ocultar que al contemplar tu dura y prolongada agonía se me tambaleaba todo cuanto has escrito sobre la “vivencia de fundamento” y la “vivencia de esperanza”. Pero quiero aferrarme a las últimas palabras de tu libro El enigma y el misterio: “Así, pues, no es ninguna necedad ni locura esperar”. Es el testamento lúcido del creyente cristiano e ilustrado que siempre fuiste. Con toda justicia se te puede aplicar el lema de Maurice Blondel: “Viviendo en cristiano, pensar como filósofo”. Un ruego, Pepe: si tienes ocasión, pregunta ahí por el problema del mal. Lo habrán hecho ya muchos, a lo mejor todos, pero nunca está de más insistir.
Querido Pepe, se me quedan muchas cosas en el tintero, pero hay algunas que no puedo omitir. Te imagino en el mismo departamento o “morada” que Aranguren. Si no es imprescindible, no le informes de todo lo que ha pasado en nuestro país desde que él se fue; podría, para decirlo con un término muy suyo, “desmoralizarse”. Doy por hecho también que te encuentras en la cercanía del Padre Arrupe, de Ignacio Ellacuría, de monseñor Romero, de Karl Rahner, de “tu Kant” y de tantos otros buenos amigos. ¡Disfruta de su compañía!
Permíteme finalmente que, recurriendo a una de nuestras más hermosas palabras, te diga “gracias”. Estoy seguro de que lo hago en nombre de todos tus alumnos, compañeros, familiares y amigos. Todos nos hemos beneficiado de tu sabiduría y, lo que es más importante, de tu bondad. Antonio Machado, que también andará por ahí, nos dejó dicho que la bondad es el principal talante ético. Personalmente me despido de ti con las mismas palabras con las que tú me solías despedir: “Manolo, Dios contigo”. Nunca te dije que esa fórmula, tan aparentemente sencilla, me sobrecogía un poco. Pues eso, Pepe: Dios contigo, ahora más que nunca.
Manuel Fraijó es catedrático de Filosofía de la Religión en la UNED.
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