_
_
_
_

Los hijos de Björk se van de casa

Sónar Reikiavik bucea en la nueva escena de música islandesa, Se multiplica la producción de predecesores como Sigur Rós, Múm o Sugar Cubes

Daniel Verdú
Jófridur Ákadóttir, cantante del grupo Samaris.
Jófridur Ákadóttir, cantante del grupo Samaris.Óskar Hallgrímsson

Cuando la banda islandesa Sugar Cubes se disolvió en 1992, Jófridur Ákadóttir, de 18 años y líder de las precoces Samaris, ni había nacido. Al grupo donde se dio a conocer Björk se le atribuye el hito histórico de salir de la isla y mostrar al mundo el pop islandés. A partir de ahí, surgieron Sigur Rós, Múm, Gus Gus o la propia Björk. Toda una generación que puso a su diminuto país (320.000 habitantes) en el mapa de la música internacional. Hoy, los hijos de esos pioneros, como la propia Jófridur, multiplican la productividad de sus padres. Solo el año pasado 40 bandas islandesas tocaron fuera de su país. Buscando respuestas y expandiendo la marca, el festival español Sónar se ha instalado este año en Reikiavik y ha trazado un cuidadoso retrato del fenómeno programando más de un 60% de artistas locales (Oculus, Sisy Ey, Asger Trausti, Mugison, Kasper Bjorke…) de entre los 50 que durante dos días han certificado el fin del desánimo en la isla. Un éxito que, a muchos, como las propias integrantes de Samaris, les permite alcanzar una proyección internacional impensable hace una semana. Pero, ¿de dónde demonios sale tanta música?

“No creas que tenemos mucho que hacer por aquí. Hemos crecido en una tradición musical muy profunda. Canciones de folk que cantamos en el jardín de infancia, en el colegio, en el instituto, en la universidad… Todo el mundo canta. Hasta hace 10 años, con la llegada de vuelos baratos y buenas conexiones a Internet, esto era un lugar muy aislado. Cuando la música empezó a crecer no tenía mucha influencia de América o Europa, así que este tipo de cosas raras empezaron a suceder”, explica Olafur Arnalds, una de las estrellas emergentes de la isla, dedicado a la música clásica moderna (también actuará en Sónar Barcelona).

Pero hay otro motivo. La escena es pequeña. No hay núcleos estilísticos cerrados (pequeñas escenas) que mantengan un sonido de género. Las bandas diametralmente opuestas se contaminan entre ellas. “En las grandes ciudades las cosas no se desarrollan de la misma manera. Quizá por eso hacemos una música tan particular”, dice Olafur.

Islandia tiene algo más de población que, pongamos, Sabadell. Pero es capaz de aportar 30 bandas a un festival internacional sin que ninguna chirríe y dejar a otras tantas llamando a la puerta de la próxima edición (que, por cierto, ya está anunciada y volverá a ser en el icónico edificio Harpa). El clima ayuda. Pero una cuidada educación musical que comienza muy temprano en las escuelas públicas es definitiva en este proceso. La mayoría de la gente toca un instrumento clásico. Y ese rastro, un conocimiento profundo de la construcción musical y sus orígenes, se encuentra en todas las bandas pop que desfilaron por Sónar estos días.

Solo el año pasado 40 bandas de la isla tocaron fuera de su país

Samaris mezlca clarinete y beats digitales. Arnalds lleva piano, violín y chelo. En Ghostigital suena una trompeta y Valgeir Sigurdsson sube al escenario un violín y un contrabajo. Además, todos ellos colaboran endogámicamente con el resto de bandas del país creando un guiso de influencias mutuas muy particular.

En plena crisis, el Gobierno ha aumentado su inversión en cultura. El turismo es la clave. Un 70% de los jóvenes extranjeros que vienen a Islandia a pasar unos días lo hacen atraídos por la leyenda de ese sonido islandés. También músicos de otros países en busca de inspiración. Como Ben Frost o Paul Corley, que graban en el estudio de Valgeir Sigurdsson, a las afueras de Reikiavik. Propietario también del sello Bedroom Community, Sigurdsson fundó el estudio hace 10 años y se ha convertido en una referencia en Islandia a través de su encuentro sonoro entre la clásica y la electrónica. “La mentalidad en cuanto a estilos es muy abierta, de ahí este sonido tan particular”, explica en su casa/estudio.

Y a todo esto, ¿puede definirse el sonido islandés? “En todo caso se podría definir como punk”, lanza Arnalds. “No se trata de los que sabes o puedes hacer. Sino de lo que haces”. La actitud, en suma. Y ese es también el origen de todo.

En plena crisis, el Gobierno ha aumentado su inversión en cultura

Sugar Cubes surgió a mediados de los ochenta como una suerte de “grupo terrorista cultural” post punk. Lo cuenta Sigtryggur Baldursson, exbatería de la banda en un restaurante del puerto de Reikiavik. “Lo fundamos para tener dinero que invertir en libros y otras bandas. Entonces había una escena rica, pero ningún grupo internacional”, afirma Baldursson.

Así que crearon el sello Bad Taste (del que todavía es copropietario con Björk) donde empezaron Gus Gus o Sigur Rós. Hoy Baldursson es el director de la oficina de exportación musical de Islandia y guía a los grupos jóvenes en su imperativa necesidad de darse a conocer fuera para sobrevivir. En su web tienen un contador del número de bandas que tocan durante el año en el extranjero. Porque hoy, además de bacalao y aluminio, la música es el producto estrella de exportación en Islandia.

Público del Sónar Reikiavik.
Público del Sónar Reikiavik.m. thorlacius

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_