Marifé de Triana, una loba en vías de extinción
Creíbles o no, sus desmesuradas pasiones en el escenario fueron seguidas por miles de españoles
Uno de los triunfos más rotundos de Marifé de Triana, la tonadillera que acaba de fallecer a los 76 años, derribada por esa afección a la que, eufemísticamente, se llamaba antes "una larga enfermedad", el cáncer, fue La loba. Y a partir de ahí, de manera oficiosa, muchos la conocieron así, por ese sobrenombre que le ajustaba muy bien a su manera de atacar la copla llena de teatralidad, con una puesta en escena dramática, casi performántica, como diríamos hoy desde el arte contemporáneo que, precisamente estos días, puede verse en Arco.
Creíbles o no, esas desmesuradas pasiones sobre el escenario fueron seguidas sentimentalmente por miles de españoles (y también latinoamericanos, pues tuvo muchos seguidores al otro lado del Atlántico); ya es sabido que en el amor fatal —ese que tanto amaba Nietzsche en personajes como el de la novela y ópera Carmen—, el amor sin paliativos, es seguido, sobre todo, por el pueblo llano, pues la gente educada de otros tiempos practicaba el decoro, el distanciamiento ensayado de las bajas emociones. Platón se hubiese levantado indignado de cualquier actuación de Marifé, escandalizado ante tal exhibicionismo catártico.
Marifé, ya lo sabemos, fue bautizada María Felisa Martínez López en 1936, en Burguilos (Sevilla), aunque muy pronto se trasladó con su familia al barrio de Triana, de ahí su nombre artístico, donde pasó sus primeros años de vida, aunque, al enviudar su madre, se trasladaron a Madrid, donde inició muy joven su carrera como cantante, demostrando que no todo en la copla o el flamenco viene del sur de Despeñaperros (doña Concha Piquer era valenciana, y Miguel Poveda o Mayte Martín son catalanes). Debutó en RNE de la mano de David Cubedo, que fue el inspirador de su nombre como artista.
A partir de ahí el éxito fue rápido, interpretando temas, entre otros, de Quintero y León y Quiroga y dando a la copla decenas de nuevos títulos que se cantaron con convicción en todos los patios de vecinos de la España de los años cincuenta, sesenta y setenta. Hay muchas de sus canciones con las que la memoria será compasiva, entre ellos Torre de arena, La Loba o María de la O, que no fue creada para ella, pero que hizo suya para siempre. Y hasta sufrió la censura franquista con Ay, Mari Cruz, pues aquellos besos en la boca descritos por Rafael de León quemaban demasiado para la época.
También sufrió la censura franquista por la letra de Ay, Mari Cruz
Ha sido la máxima representante de la copla flamenca, melismática, aflamencada. Muchos, y entre ellos algunos grandes, desde Carlos Cano a Poveda, han grabado algunos de sus éxitos sin sobrepasar su altura, pues con su personalísimo estilo ocurría como con el estilo literario de Borges, si se variaban sus claves no se alcanzaba la belleza original, y si se la imitaba burdamente resultaba una parodia improcedente.
Marifé fue una loba hoy en vías de extinción, nadie vivía de esa forma tan grandiosa y desmesurada sus letras-folletín, que levantaban toda una arquitectura dramática sobre el escenario, con presentación, desarrollo y desenlace. Nadie, ni tonadilleras tan inmensas como Juana Reina o Rocío Jurado han elevado la copla a una torre tan alta, que no fue de arena, sino de oro.
Hizo películas (Canto para ti, Bajo el cielo andaluz) como era habitual entre las cantantes de éxito en aquellos años y, como algo que tal vez muchos no sepan, tenía una cabeza muy bien amueblada, una inteligencia poco común entre otras artistas. De hecho siempre dijo que la que triunfó fue Marifé, pero que las cosas importantes de su vida le habían ocurrido a María Felisa. En 1991 le fue concedida la Medalla al Mérito en el Trabajo. Sí, trabajó mucho, aunque ahora permanecía casi olvidada por el despiadado tiempo y lejos de ese exhibicionismo patético al que hoy se someten muchas antiguas glorias del espectáculo. Descanse para siempre.
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