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Camarón en clave afrocubana

El rumbero cubano Pedrito Martínez dedica un disco al cantaor flamenco uniendo ritmos de las dos orillas

El músico cubano Pedrito Martínez en plena grabación.
El músico cubano Pedrito Martínez en plena grabación.

Pero rumberos como Pedrito Martínez, ensalzado por publicaciones como The New Yorker o The Washington Post debido a su arte con el tambor y a su voz capaz de transmitir en la tierra el ritmo y el alma de los orishas (divinidades africanas), son muy pocos. Nacido en el barrio habanero de Cayo Hueso, discípulo del legendario tumbador cubano Tata Güines, Martínez llegó hace 14 años a la Gran Manzana y desde entonces no ha parado de servir de médium y tocarle a los santos, pero también de poner a los humanos a gozar: entre los admiradores que van a escucharle al local en que se presenta todas las semanas en Nueva York, de nombre Guantanamera, están Eric Clapton, Paul Simon o Wynton Marsalis, este último invitado a trabajar en el disco que Pedrito graba en estos momentos en los estudios Avatar de la calle 53.

La conversación telefónica tiene lugar en un intermedio de una de las sesiones en Avatar, si bien la entrevista no tiene que ver con su nuevo álbum, sino con el que acaba de salir hace unos días en España, Rumba de la isla, producido por Fernando Trueba y Nat Chediak, en el cual canciones del repertorio de Camarón de la Isla son reinterpretadas y reinventadas por el rumbero cubano.

Al escuchar con calma los nueve temas del disco, uno se da cuenta de que este encuentro entre la rumba cubana y la flamenca no es el típico, no se trata de una faena simple de compromiso. Está presente, desde luego, el espíritu del cantaor y la guitarra honda, tocada por Niño Josele, pero más parece que uno se encuentra en medio de un solar de Centro Habana donde de pronto se ha formado un rumbón.

La portada de su último disco, diseñada por Mariscal.
La portada de su último disco, diseñada por Mariscal.

Casi puede sentirse el jadeo de los mulatos y negros cargados de collares de cuentas que tocan la clave con una cuchara y una botella, o siguen el ritmo aporreando una gaveta. “Yo miré al cielo y le pedí permiso: le dije ‘Camarón, no te pongas bravo y no me des bateo; déjame hacer y no te arrepentirás”, dice Pedrito.

Explica que le resultó sencilla la elección del repertorio y la “transición de una tierra a otra”, pues conocía sus canciones desde niño y no le fue difícil llevar a Camarón al lenguaje de la rumba. “Temas como Volando voy, Yo vivo enamorao o Gitana te quiero [los tres presentes en el disco] me gustaban desde siempre”, cuenta.

De una primera selección de 18 canciones que le envió Trueba, Martínez escogió ocho —con ayuda de Chediak— y compuso un último tema con Román Díaz que se llama Homenaje a Camarón y comienza con un canto Abakua, la sociedad secreta afrocubana, solo de hombres, a la que pertenecen muchos rumberos. Otros temas elegidos fueron No naqueres na’ de mí, Que a mí me vio nacer o Quiero quitarme esa pena, de Paco de Lucía, que aquí comienza con el verso genial: “Salí de la India un día / deseoso de soñar / y me decidí a preguntar / al mundo su vieja historia”.

La unión de Martínez (voz, tumbadoras, chekeré, cencerro y coros) con los también cubanos Alfredo de la Fe (violín eléctrico), Román Díaz (cajón, batás, cuchara y voz) y el puertorriqueño John Benitez en el contrabajo, además de Niño Josele en la guitarra y Piraña al cajón del lado español —en los coros, Xiomara Laugart y Abraham Rodríguez—, da lugar a un disco muy especial, en el que la clave no se adapta al espíritu flamenco, sino, más bien al contrario, la guitarra y el cajón se acoplan a la cadencia rumbera de Cuba, algo nada sencillo por endiablado, pero cuyo efecto engancha y atrapa como un mantra.

Asegura Trueba que en el momento de plantearse el trabajo tenían clara una cosa: “No queríamos hacer ni un disco de rumba pura (que suelen ser aburridos) ni tampoco el típico homenaje a Camarón, sino una interpretación a partir de lo que le sugiriera a Pedrito el arte de Camarón”.

Lo demás llegó solo, pues en la religión afrocubana de la santería Eleggua es la divinidad que abre los caminos, y Martínez es hijo de Eleggua. No por gusto aprendió a tocar la tumbadora con el legendario Tata Gúines, que le sacaba sonidos del cuero con la uña, igual que él convierte el metal de su voz en la palabra de los orishas.

“La rumba es sentimiento y espiritualidad, nada de tecnología…”, afirma. Todos los fines de semana participa en algún toque de santo en Nueva York, donde cada vez hay más devotos a esta religión, asegura Pedrito Martínez. Y de vez en cuando le da un tambor a Camarón.

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