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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Ahorar’

David Trueba

Hay dos formas de ahorrar. La estúpida y la inteligente. También existe una dieta radical consistente en no comer. Garantiza la pérdida de peso. Puede que te mate, pero eso sería otro asunto, como les gusta decir a los políticos. En España, los gestos de ahorro tienden al populismo o la salvajada. Reducir tres coches oficiales por aquí y unas bombillas de Navidad por allá, para acunar la expulsión de los inmigrantes del sistema sanitario, la supresión de becas y la cancelación de proyectos de investigación. No hay duda, las urgencias del ahora machacan el futuro. Más que ahorrar se trata de ahorar.

En los Ayuntamientos más populosos ahorrar consiste en subir tasas e impuestos y recortar servicios. Complicarle aún más la vida a los ciudadanos en lugar de ayudarlos. Jamás, pese a que Barcelona y Madrid presentan índices dramáticos, se plantea la lucha contra la contaminación como un modelo de ahorro. Los niveles de aire tóxico han pasado a segundo plano. La política ecológica suena en tiempo de crisis a lujo que no nos podemos permitir. Como si lavarse las manos solo fuera recomendable antes de comer en restaurantes de lujo. El disparate de las nuevas desregulaciones y las afrentas a nuestras costas y montes es un escándalo que no dispara las alarmas, porque las alarmas ya se han quedado sin pilas de tanto sonar.

Reducir la contaminación es un gran negocio. El gasto que provocan las enfermedades respiratorias crónicas, las nuevas alergias causadas por el aire tóxico, el dispendio en medicamentos y servicios sanitarios derivado del nivel de saturación de dióxido, por no hablar de las correspondientes bajas laborales, servirían para adecentar muchas cuentas públicas. Ahora sabemos que la contaminación condiciona hasta el peso de los bebés al nacer. El problema es que los efectos de una política eficiente no se verían hasta dentro de cinco o seis años y no hay político en España cuyo calendario llegue tan lejos. El asco no cotiza en Bolsa. La toxicidad del aire no se mide tan histéricamente como la prima de riesgo. Nadie saca tajada de apostar por la salud y la calidad de vida. Una pena, porque respirar no parece una manía de la que nos vayamos a liberar demasiado pronto.

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