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PURO TEATRO

Los chicos están bien

En la Flyhard de Barcelona triunfa Smiley, de Guillem Clua, una comedia gay deliciosa Los dos actores, Ramon Pujol y Albert Triola, la bordan

Marcos Ordóñez
Albert Triola, a la izquierda, y Ramon Pujol, en una escena de 'Smiley'.
Albert Triola, a la izquierda, y Ramon Pujol, en una escena de 'Smiley'.SALA FLYHARD

1 Chico encuentra chico. Nuevo tanto de la sala Flyhard. Tras el thriller brutal de Las mejores ocasiones, de Jordi Casanovas, está agotando entradas Smiley, comedia romántica en clave gay de Guillem Clua, el autor de la ambiciosa y caleidoscópica Marburg, que ahora opta por el pequeño formato: hora y pico, dos personajes y escenario único (el bar Bero, un imaginario club de ambiente del Gaixample barcelonés) que se abre a múltiples localizaciones. Alex (Ramon Pujol) se ha quedado sin novio, y en la escena inicial le deja en el contestador un mensaje que ni el de La voz humana, pero con mucho más humor. El problema es que se equivoca de número y así es como conoce a Bruno (Albert Triola). Alex y Bruno son tan distintos como un gato y un búho. Alex es un gato adicto a la musculación pero está muy lejos, pese a lo que pueda parecer, del típico guaperas de gimnasio: tiene cabeza, corazón y encanto para parar dos trenes. Bruno, el búho, arquitecto y cuarentón, tiene unas ganas locas de querer y que le quieran, recubiertas por las habituales capas de verborrea nerviosa y humor autopunitivo. Digamos que Alex mira de frente la vida y que Bruno la teme; que uno se quiere y el otro se fustiga. Breve: Bruno cree que Alex es el tipo de tío que nunca saldría con él. Y Alex piensa que Bruno es muy interesante, pero que quizás las cosas mejorarían si dejase de hablar durante dos minutos.

Smiley es deliciosa, muy divertida, sentimental sin blandenguería, y funciona porque los personajes tienen verdad y están maravillosamente observados. Guillem Clua los dibuja con idéntico afecto, y a ambos les ha dado los mejores chistes, las mejores neurosis, los mejores sentimientos: es un placer conocerles. Extrae todas las vueltas de una trama que podía caer en lo previsible pero no busca la originalidad a toda costa, y rebosa alegría y optimismo, algo insólito en estos tiempos oscuros. Es real, es viva, es actual y es de siempre. Podrían protagonizarla Tom Hanks y Meg Ryan. O Matthew Perry y Neil Patrick Harris. Y podría ser un estupendo musical de bolsillo, estilo Falsettos. Contiene una ilustrativa visita guiada por las costumbres y apeaderos del mundo homosexual (GayRomeo, Circuit, Grindr, y un largo etcétera) esquivando tópicos y arquetipos. Y cuando se burla de los clichés la caricatura es tan feliz como hilarante a la hora de atrapar perfiles y jergas. Clua la ha dirigido, además, con mano habilísima. Los actores están a dos palmos del público, y a esa distancia no se puede fingir, como testimonian esos ojos húmedos o radiantes cada vez que la situación lo exige. Ramon Pujol, arrasador desde ese primer monólogo, tiene un rotundo dominio de la comedia, del tempo, de los cambios de tono y de ritmo, y Albert Triola no ha estado mejor en su vida. Interpreta a Bruno pero realiza también un verdadero tour de force multiplicándose en el Pasivote Vicioso, el Plumífero Contumaz, el Gay Rústico (casado y con hijos), el Tímido Torturado y, en una transformación sorprendente, encarna a Pablo, el Argentino Proteínico, el Novio Perfecto. Si yo fuera programador no dejaría escapar una función como Smiley.

'Smiley' no busca la originalidad a toda costa y rebosa alegría y optimismo, algo insólito en estos tiempos oscuros

2 Chico es chica es chico. Propeller, la estelar all-male company a la isabelina que dirige Edward Hall, se ha convertido en uno de los visitantes habituales de Temporada Alta, donde han creado un público fidelísimo que acude año tras año al reclamo de sus portentosas versiones de Shakespeare. En esta ocasión han ofrecido tres únicas y abarrotadas funciones de Twelfth Night, comedia de ardua resolución porque continuamente cambia de centro: pasamos de un palacio a otro, de un deseo a otro, y en su intrincado tejido coexisten el lirismo, el enredo, el frenesí demencial y la crueldad salvaje. Hará un par de semanas, en la columna del jueves, comentaba el deslumbrante trabajo de Liam O’Brien, que sirve como pocos la dualidad esencial del bufón Feste, dulcísimo y terrible, reflexivo y perverso, mitad observador mitad catalizador, como el maestro de ceremonias encarnado por Joel Grey en Cabaret. Juega en una liga cercana el Malvolio de Chris Myles, a quien primero detestamos (incluso tiene un aire a Wert) y luego compadecemos como si se tratara de un nuevo Shylock. Los Propeller controlan estupendamente la madeja de energías contradictorias que irradian en toda obra de Shakespeare, aunque a veces se pasan en el subrayado conceptual. Sucedió en The Taming of the Shrew (que, por mucho que se empeñen, no es un drama calderoniano) y sucede un poco en Twelfth Night. Hay preciosas ideas de puesta, como el barco que se agita en una botella, a lo Brook, para sugerir la tempestad; la proliferación de armarios oscuros con espejos borrosos de los que entran y salen los personajes, o la emboscada a Malvolio en el jardín de las estatuas vivas, que se diría una farsa orquestada por Peter Greenaway. Sobran un tanto, en cambio, esos enmascarados lóbregos y silenciosos, como los que Marsillach sacaba a pasear en sus montajes del Clásico, y ese cielo con nubarrones de tormenta: la acción ya nos instala perfectamente en esa atmósfera. Tampoco acaba de cuajar, para mi gusto, la ambigüedad erótica de Viola. Propeller nació para tales juegos, pero para que funcione la ecuación “chico es chica es chico”, el chico ha de ser seductor y seductora a un tiempo, como lo era Adrian Lester en el inolvidable As you like it de Cheek by Jowl. Miro a Joseph Chance y veo, simplemente, a un Cesario muy atractivo: hay mucha más femineidad en Gary Shelford y Ben Allen, que interpretan a la criada María y la condesa Olivia. Es, desde luego, un escollo importante, porque Viola es central en la trama y el espíritu de la comedia, pero en el balance final acaban pesando mucho más las composiciones ya citadas de Liam O’Brien y Chris Myles, y la poderosísima energía cómica de Vince Leigh (sir Toby) y John Dougall (sir Andrew), y la torrentera de música: los madrigales melancólicos en voz solista o a coro (¡qué bien cantan estos actores!), la explosión de claqué que se marca María/Shelford, la banda de New Orleans que inaugura la segunda parte. Twelfth Night se va de gira por Reino Unido y Estados Unidos, pero vuelve: está anunciada su presencia en el madrileño Festival de Otoño en Primavera, del 3 al 9 de junio, o sea que anótenlo cuidadosamente en sus agendas.

Smiley. De Guillem Clua. Dirección: Guillem Clua. Intérpretes: Ramon Pujol y Albert Triola. Sala Flyhard. Barcelona. Hasta el 7 de enero de 2013.

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