Preparando minuciosamente la tomatina
No resulta baladí recordar la historia y los métodos de los movimientos sociales surgidos en los últimos años para hacer frente, más allá o al lado de las instituciones tradicionales
Quizá no me haya fijado bien, pero todavía no he visto al señor Miguel Blesa (presidente de Caja Madrid durante los años prodigiosos) ni al señor José Ángel Gurría (secretario general de la OCDE) ataviados con sendos sacos de arpillera y arrancándose los cabellos en señal de penitencia a cuenta de algunas de las humillantes tonterías que han dejado caer en los últimos días. El primero, que a este paso va a conseguir irse de rositas, ha negado toda responsabilidad en el desastre de la entidad quebrada, diluyéndola en una universal coyuntura “expansiva” en la que “todos” hacían lo mismo. El segundo, uno de esos neoliberales todo ternura convencidos de que los parados de larga duración no quieren trabajar y de que las indemnizaciones por despido están por las nubes, nos ha explicado todo lo que hay que hacer para que nos libremos del gravoso Estado de bienestar y todo vuelva a ser como en los viejos buenos tiempos de la acumulación primitiva. Cada vez que oigo en boca de esa gente la palabra economía recuerdo aquello tan postsituacionista de que, hoy por hoy, la llamada economía no es otra cosa que la política desnuda del gran capital, la de quienes no creen en la política a menos que les sirva para amasar más dinero con menos controles. Por lo demás, la mentira y el insulto continuado a la inteligencia se han convertido en una de las estrategias favoritas de quienes nos han conducido hasta aquí, de modo que no me extrañaría que, de seguir así las cosas, a algún parado, defraudado, humillado, desahuciado o empobrecido se le escape cualquier día un tomate maduro dirigido a uno de los conspicuos patricios que están dándole la vuelta minuciosa y premeditadamente a los derechos sociales conseguidos antes de que el mundo se hiciera unipolar. Claro que, de seguir apretando las clavijas al respetable, el espontáneo tomatazo ocasional podría convertirse en una generalizada tomatina que dejaría la de Buñol en divertimento versallesco. Mientras tanto —como diría Manuel Sacristán—, no resulta baladí recordar la historia y los métodos de los movimientos sociales surgidos en los últimos años para hacer frente, más allá o al lado de las instituciones tradicionales, al modo políticamente hegemónico de entender la política y la representación ciudadana. Entre los ensayos más interesantes publicados estos días, les recomiendo dos libros de Alianza: la reedición de El poder en movimiento, de Sidney Tarrow, un clásico acerca del alcance y las limitaciones de los movimientos de “acción colectiva”, y Redes de indignación y esperanza, de Manuel Castells, en el que se analiza el papel de las redes sociales en la creación de espacios de autonomía y protesta. Si quieren hacerse una idea de algunos de los muy diferentes modos en que la ficción refleja, interpreta o se hace cargo de esas novedosas formas de lucha, no olviden, entre otros ejemplos recientes, las novelas Crónicas de la última revolución, del franco-catalán Antoni Casas Ros, y Democracia, de Pablo Gutiérrez, ambas en Seix Barral. Y no se olviden de cultivar tomates, porque “nadie sabe el día ni la hora” (Mateo, 24:36).
Apretando las clavijas al respetable, el espontáneo tomatazo ocasional podría convertirse en una generalizada
Realidades
Al tiempo que Telecinco (“si te cojo te la hinco”, podría ser el motto de la cadena) anuncia el comienzo del rodaje de su biopic sobre el Rey, interpretado por Fernando Gil y documentado en los libros de la señora Urbano y el señor Preston, a las mesas de novedades ha llegado una pequeña pero significativa (¿nostalgia preventiva?) avalancha de libros sobre los royals. Entre los más oportunamente cortesanos, ahí tienen El rey y el mar (RBA), de Ignacio Gómez-Zarzuela, que propone “una investigación exhaustiva sobre su faceta como deportista náutico”, y que no hay que confundir con el libro infantil del mismo título (pero muchísimo más divertido), de Heinz Janisch, que publicó hace un par de años Ediciones Loguez, y en el que un monarca de cuento comprueba que su poder es inútil ante las fuerzas de la naturaleza. Palabra de rey (Planeta), de Fermín Urbiola, es, según los paratextos editoriales, el “relato del compromiso personal de don Juan Carlos con España”, de modo que ya saben. Infantas (Plaza & Janés), de José María Zavala, cuenta (entre otras cosas) los “romances secretos, infidelidades, complots, muertes trágicas (...) y sonados divorcios” de las infantas españolas de los últimos cuatro siglos; atención al paratexto: “Son todas Borbones... pero tan distintas y deslumbrantes como las gemas orientales de un inmenso collar”. En cuanto a la actualización, diez años después, de la biografía Juan Carlos, el rey de un pueblo (Debate), de Paul Preston, lo cierto es que lo único nuevo es el último capítulo, para mi gusto demasiado apresurado y escaso de rigor interpretativo. En espera de un coffee-table que reúna las fotos más gore de cada una de las cacerías a las que ha asistido el Monarca en los últimos 35 años, lo más original de todo lo que he hojeado o leído sobre los royals en las últimas semanas ha sido, sin duda, La mujer de Edipo. Las tres transiciones de la reina Sofía (Península), de Miguel Roig, una especie de “estudio cultural” de la figura, el significado y los silencios (y últimamente no-silencios) del personaje más misterioso de la regia familia.
Las mujeres son también responsables de buena parte de la más interesante narrativa que puede encontrarse
Escritoras
Eva es la causa de la tentación y el mal en los tres monoteísmos que se derivan de Abraham: es decir, en los tres productos con mayor clientela del hipermercado religioso de nuestro tiempo. Claro que, para consolarnos, las mujeres son también responsables de buena parte de la más interesante narrativa que puede encontrarse en la mesa de novedades prenavideñas. En los últimos días, por ejemplo, he pasado momentos estupendos leyendo varias de las crónicas y ensayos narrativos de Joan Didion incluidos en Los que sueñan el sueño dorado (Mondadori); algunos, como ‘John Wayne: canción de amor’ o ‘Viajes sentimentales’, me parecen auténticas obras maestras de ese género híbrido que Didion domina como pocos. Por limitarme solo a la narrativa extranjera, les recuerdo dos estupendas novelas publicadas en la primera mitad del siglo XX y a las que ya me he referido con entusiasmo en alguna ocasión: La señorita Dashwood (Ático de los Libros), de Elizabeth Taylor, y La muerte del corazón, de Elizabeth Bowen (Impedimenta). Toni Morrison vuelve a dejar clara su indiscutible maestría en Volver (Lumen), una novela breve y exacta en torno a la violencia real y moral que encuentra un veterano de la guerra de Corea a su vuelta al país por el que había luchado. Por último les señalo dos biopics en cómic, de calidad muy desigual, consagrados a sendos iconos: Virginia Woolf (Impedimenta), con guion de Michèle Gazier y dibujos de Bernard Ciccolini, intenta compensar la visión canónica de la escritora difundida por su esposo, Leonard, y su sobrino Quentin Bell; Superzelda (451 editores), de los fumetistas Tiziana Lo Porto y Daniele Marotta, se concentra en la peripecia vital de Zelda Fitzgerald con un guion bastante más atractivo que su expresión plástica.
Babelia
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