“La relación del director con la orquesta es más abierta”
El granadino debuta en el Concertgebouw, la mítica sala holandesa El programa incluye a Ravel, Mozart y Mendelssohn
Viene de Valencia, de trabajar con Plácido Domingo, y también de dar largos paseos por la playa para relajarse y meditar. Visto el tiempo holandés, frío y húmedo, el contraste es casi tan grande como sus aficiones musicales. Porque Pablo Heras Casado (Granada, 1977), es un director de orquesta considerado atípico. Empezó de niño cantor, estudió piano en su ciudad natal, profundizó más tarde en la música antigua, y ha terminado por no hacer distingos. “Este trabajo requiere mucho estudio y dedicación, y a mí me gusta toda la música”, dice, en vísperas de debutar en Ámsterdam con la Real Orquesta del Concertgebouw, el mítico conjunto holandés.
La cita será doble: el miércoles, día de su 35 cumpleaños, y el jueves. Y el programa promete luces y matices, con piezas de Ravel, Mozart y Mendelssohn. Tres compositores repartidos a lo largo de un siglo de los que espera extraer la experiencia sensorial que busca en los conciertos. “Me gusta combinar estilos, épocas, tradiciones y compositores, que vayan más allá de los 200 años de repertorio (de Mozart a Mahler) que suele ofrecerse. Diseñar el programa es un proceso creativo. Luego, cuando el público se sienta a escuchar, hay que saber llegarle al alma. Y para eso hay combinaciones infinitas de músicas”, asegura, a pocas horas de su primer ensayo en la sala holandesa, que presume de tener una de las mejores acústicas del mundo.
Sus padres le compraron un piano a los nueve años y terminó la carrera sin saber adónde le llevaría. Ellos querían que lo pasara bien y él buscó con ahínco su vocación. Todavía ahora, cuando va a Granada, el único lugar donde descansa de veras, recupera a sus amigos de la infancia y canta con ellos. “Echo de menos el canto, es verdad. Pero mi mochila está llena de partituras que necesito tener cerca. Van siempre conmigo”. Son la respuesta a las preguntas que se hizo desde que fundara, en 1994, la Capella Exaudi, luego llamada La Cantoría, dedicada a la música barroca. Una larga ruta que cristalizó en el Concurso de Lucerna en 2007, comandado por los directores y compositores Pierre Boulez y Peter Eötvös. Un maestro francés y otro húngaro, que le dieron el impulso de su vida. “No sé lo que verían en mí. Yo sí lo tengo muy claro. Nuestra conexión es de respeto profundo y compromiso. Boulez es un hombre empeñado en reflejar la verdad de la música. Un ideal que me resulta muy cercano”.
Bien plantado y lleno de rizos, Heras Casado exhibe un estilo que podría llamarse atlético, a la hora de dirigir. Nada de rigidez y distancia de la orquesta. “Los directores han cambiado mucho y la relación con la orquesta es más abierta. La música, por el contrario, sigue siendo un asunto serio, y la formación de conjuntos como la Filarmónica de Berlín (donde debutó en 2011) es impresionante. Están hechos a todos los repertorios, como aquí, en el Concertgebouw. Lo importante es el material que manejamos y cómo se transmite”. Dicho así, parece fácil. El director sube al escenario, levanta las manos y forma una unidad de sonido con la orquesta. “Es como respirar, aunque el mayor reto es arrastrar al público contigo”, admite, para explicar luego cómo una experiencia tan intensa puede acabar repercutiendo en el cuello. “La tensión va más allá de los meros movimientos”.
De momento, la pasión musical le ha llenado la agenda de citas que alternan la música antigua con ópera, ballet y obras contemporáneas. Una mezcla para la que ha encontrado la compañía perfecta, la orquesta de Saint Luke, en Nueva York. “Es un grupo flexible con una calidad musical muy alta y les gusta experimentar”. Como director principal, cargo que ostentará durante los próximos cuatro años, podrá moverse por Estados Unidos y colaborar también con otras agrupaciones, como las sinfónicas de Chicago y San Francisco.
Sus padres le compraron un piano con nueve años
Solo un momento se nubla el entusiasmo de Heras Casado. Es por la situación de la cultura en España. El público le parece extraordinario y comprometido. “Acude a los conciertos y sabe lo que quiere escuchar. Señal del buen trabajo realizado los últimos años. Pero el arte y la música están en el punto de mira de los políticos, y mi temor es que se sobrepasen ciertos límites. Lo que ha costado mucho construir es fácil de destruir”, advierte. Antes de la despedida, admite que ponerse el frac le ayuda a meterse en su papel de director. “Es como una cita personal, para la que te acicalas un poco más”, sentencia, y traza luego un bucle con la mano a medio camino entre el primer compás y el adiós
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