Un triunfo del 15-M
Hace una década, cuando visitaba institutos y colegios, en la mayoría de los casos sólo me encontraba con jóvenes lánguida o desafiantemente apolíticos. Y contentos de serlo: “¡yo paso de política!”. Escuchaban mis exhortaciones a veces algo tremendistas (“si tú no haces política otro la hará por ti y puede que contra ti”), con piadoso desinterés, como si les estuviera recomendando practicar el badminton o cualquier otro juego pasado de moda. Esta actitud era compartida también por numerosos adultos, que consideraban la política como un cenagal de corrupción en el peor de los casos y en el mejor como una impotente pérdida de tiempo. Pero hace poco más de dos años eso cambió y los pasivos apolíticos se convirtieron por obra y gracia del fragor de la crisis en activos antipolíticos, hostigadores de parlamentarios y flagelo de cargos públicos. O apolíticos o antipolíticos, pero nunca resignados a ser políticos —es decir, juntamente culpables y regeneradores— que sin embargo es lo que corresponde quieran o no a todos los ciudadanos en democracia.
Es obvio que abusos masivos y callejones sin salida colectivos nos alertan de que algo está bloqueado o quizá pervertido en nuestros sistemas de gestión social, lo cual exige que los mecanismos de participación y representación política sean sometidos a profundas (y sin duda nada fáciles) reformas. En mi juventud se blasonaba de que el auténtico realismo consistía en pedir lo imposible y quizá esa boutade siga teniendo validez pero reformulada así: no demos por hecho que son imposibles los cambios que razonablemente apetecemos sólo porque lo digan aquellos cuya posición dominante depende de que no los haya. Tales transformaciones no provendrán solamente de nuestra indignación ante lo vigente, aunque sin duda comenzarán por ella. Pero después habrá que pasar de la crítica a los políticos a otra cosa que puede que aún nos guste menos, porque es mucho más trabajosa y exige mayor documentación: la práctica de la política, es decir, el salto de la protesta a la propuesta. Y recordemos desmitificadoramente que la virtud política por excelencia no es el arrojo radical ni el coraje, sino la paciencia. Todo el mundo es capaz de una tarde heroica, pero siempre falta gente en los grupos de trabajo que deben perseverar durante semanas o meses en el planteamiento de alternativas…
Han logrado la victoria de llamar la atención sobre la indignidad de muchos desahucios
Para quienes no se resignen pero tampoco se impacienten más de lo debido, puede resultar útil —entre otros— el libro Así no podemos seguir: participación ciudadana y democracia parlamentaria (Los libros del lince), de Paul Ginsborg, escrito con la habitual minuciosidad anglosajona saludablemente antideclamatoria pero inspirado en los primeros movimientos cívicos italianos contra la invasión del espacio público por Berlusconi y sus particulares intereses. Ofrece un repaso bastante exhaustivo (y en más de una ocasión necesariamente polémico) de los campos laborales, familiares… donde pueden ejercer su acción reformadora los llamados “ciudadanos de a pie”, o sea los políticos de base en cualquier democracia, así como cuales son las posibilidades reales de la sociedad civil y cómo pueden rentabilizarse mejor o regenerarse más eficazmente los dispositivos institucionales de los actuales sistemas democráticos. No es un recetario de fórmulas milagrosas pero se dan muchas pistas útiles para quienes estén convencidos de que no basta con el derecho al pataleo…
En el conglomerado de debates, iniciativas y protestas englobadas bajo la denominación 15-M ha habido reivindicaciones razonables junto a pacotilla demagógica y antidemocrática, como los sucesivos cercos al Congreso. Pero tienen en su haber un triunfo indudable y meritorio, haber llamado la atención sobre la indignidad de muchos desahucios en que deudores desprotegidos se ven en la calle por no poder pagar a esos otros grandes deudores bancarios a los que el Estado se encarga de proteger. Han forzado a que se impliquen a regañadientes los grandes partidos y a que se apunten cambios (aún ambiguos e insuficientes) de la legislación injusta: una prueba de que con objetivos concretos y decisión cívica la transformación social no es mera utopía.
Babelia
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