La magia del color azul
De la misma manera que es prácticamente imposible encontrar a un ser humano que no le guste el chocolate, es casi inconcebible un hombre o una mujer a quien no interesen los colores.
Con esta base tan fecunda, la edición semanal de The New York Times que publicaba EL PAÍS el jueves destinaba dos tercios de la página a lo que titulaba La naturaleza inquebrantable del azul en la naturaleza. El título es grandilocuente, pero el azul no es una cuestión menor. Esta crisis sería azul por falta de fluido sanguíneo, por el concurso de todas las hemorragias financieras que han promovido el desfallecimiento o la recesión. Género blue en evocación a la música doliente y la melancolía del desvanecimiento o la desaparición.
Aunque se aclareo se oscurezca nunca desaparece, cosa que sí ocurre con el rojo
En realidad todo el espacio es azul. El cielo es azul, el mar es azul, el planeta es azul. Pero es azul, precisamente, durante el bienestar o la paz (la ONU es azul) por acumulación del vacío sereno. Mientras el rojo es “encarnado” y pugnaz, el azul tiende a la disolución del color. Nunca llega a perderse del todo, pero puede rozar la línea de lo muy distante. The New York Times citaba al pintor fauvista Raoul Dufi para mostrar su idea de que por mucho que se oscureciera o aclarara el azul nunca dejaba de ser azulado. Con el rojo sombrío podía caerse en el marrón y con el rojo blanco se llega inevitablemente al rosa.
El “azul muy oscuro, casi negro” ilustra la idea de que tanto negro como azul han significado lo mismo para algunas tribus que leíamos en La rama dorada, de Fraser (1854-1941), cuando éramos tan acalorados estudiantes. El negro y el azul oscuro se daban la mano en los duelos, están unidos al luto. Y ahora, Alberto Corazón tiene en Madrid una exposición (Galería Capa), alusiva a la muerte (¡cómo no!) que lo rubrica.
Pero el negro / negro siempre será algo sin igual. A diferencia del negro, el azul escapa de las manos con tanta velocidad y facilidad que llega a ser el mismísimo horizonte. El azul como el verde, escribía Oscar Spengler, son colores fríos que anulan el bulto de los cuerpos y provocan impresión de infinito o de lejanía.
Esta sería la razón de que Polignoto, por ejemplo, los evitara en sus frescos y que, en cambio, con la pintura al óleo, en la pintura de perspectiva, sean elementos creadores de espacio liberado, desde los venecianos hasta el siglo XIX.
Actúan estos tonos de azul no como primeros actores del cuadro, sino como un aroma de sustentación basal, un basso continuo en el mágico universo paralelo de la música coetánea.
Continuo y bajo de sonoridad pero muy apto, precisamente para degustar. Aunque también en esa degustación azulada (como sucede con los diazepanes y píldoras que inducen al sueño) se incluya la inconsciencia. Los franceses dicen que lo ven todo azul je n’y vois que du bleu cuando quieren expresar que no ven nada y, en alemán, ich bin blau es igual a haber perdido la conciencia por efecto del alcohol.
El alcohol, a su vez, se quema en azules, como la economía arde en una pálida y gigantesca hoguera de seres humanos sin explicación ni voz. Estrangulados por una fatalidad que ni siquiera se expresa concretamente. Porque el azul, bendito o maldito, siempre está ahí. Rodea al mundo como una formidable máscara, se comporta como una mirada absoluta (la mirada policial con uniformes azules) y se complace en sí “como una \[temible o inocente\] nada encantadora”, decía Goethe.
El recién nacido fue tradicionalmente vestido de azul pálido si era varón y de rosa si era niña. Son el azul pálido y el rojo pálido cromos mezclados con el blanco común de la leche materna. En esta fase primera, hay concordia y sonrisa entre los dos colores a través del tono.
La vida atruena, sin embargo, cuando el rojo de los cañones y la sangre, junto al azul cianótico de la muerte, la pobreza y el desahucio, se juntan en el violeta del viático. Es decir, las ropas litúrgicas de la extremaunción y el cura que, con otros óleos —ahora sagrados—, se nos aparece por la puerta.
Babelia
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