Una novela filmada
Más allá del error de base, El ladrón de palabras tiene cierta fachada, con una temática de interés: el plagio, la crisis creativa, la ambición, el remordimiento…
“Cuando se narra una historia en el cine sólo se debería recurrir al diálogo cuando es imposible hacerlo de otro modo”, afirmó Alfred Hitchcock. Aún más, solo hay un peligro mayor que un guión que avanza únicamente por lo que los personajes se dicen, en lugar de hacerlo por sus comportamientos, y es que avance por lo que los personajes cuentan o describen, ya sea a otros o, aún peor, al espectador mediante una voz en off expositiva. Justo lo que le ocurre a El ladrón de palabras,una de esas películas que desde el inicio parecen discretas adaptaciones de novelas, incapaces de trasladar a lenguaje cinematográfico lo que solo es material literario, aunque con un detalle más sangrante: es una obra original que no parte de ningún texto anterior. Es decir, Brian Klugman y Lee Sternthal, directores debutantes, en lugar de escribir una película, han filmado una (inexistente) novela.
EL LADRÓN DE PALABRAS
Dirección: Brian Klugman, Lee Sternthal.
Intérpretes: Bradley Cooper, Dennis Quaid, Jeremy Irons, Olivia Wilde.
Género: drama. EE UU, 2012.
Más allá del error de base, El ladrón de palabras tiene cierta fachada, con una temática de interés (el plagio, la crisis creativa, la ambición, el remordimiento…) y hasta tres niveles de representación: una historia dentro de otra historia dentro de otra historia, un tanto a la manera de Las horas. El problema es que dos de las tres tramas no es que ocurran, es que se cuentan, y además una de ellas, la del plagio, no se sostiene como conflicto dramático de intriga a causa de la improbabilidad de que alguien crea (sin una sola prueba) que un viejo medio loco escribiera (¡y perdiera!), allá por la II Guerra Mundial, la gran novela recién publicada por el último joven genio de las letras americanas.
Babelia
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