Maalouf y la nostalgia del porvenir
El escritor regresa a la ficción con la novela 'Los desorientados' Habla del creciente sectarismo en el mundo árabe Disecciona los males de un tiempo en el que el futuro parece cosa del pasado
Amin Maalouf, que está en Madrid presentando Los desorientados (Editorial Alianza), su última novela, sigue con preocupación las noticias de Líbano, su país natal. “¿Qué es lo último?”, pregunta nada más estrecharnos la mano en un despacho de la Casa Árabe. “Parece que se multiplican los llamamientos a la calma, que ninguna de las partes quiere lanzarse a un conflicto incontrolable”, le respondo. Y añado: “Por el momento”. Maalouf carraspea —anda acatarrado— y dice: “Sí, cada vez va a resultar más difícil aislar a Líbano del conflicto sirio, los riesgos de extensión son enormes y crecientes”.
El escritor está manifiestamente entristecido. Por lo que ahora ocurre en Líbano y por lo que ocurre en los últimos años en Europa y en todo el mundo. Y eso también se nota en Los desorientados. Maalouf cuenta en esa novela una historia que podría ser la suya: la del regreso a su país natal de Adam, alguien que lleva cinco lustros fuera, la del reencuentro de Adam con sus amigos de juventud y la evocación común de todas las cosas que se han perdido y todas las traiciones que se han cometido, la de la constatación de que todas las existencias solo son un exilio.
Estoy en contra del multiculturalismo en el que cada cual vive en su gueto
Al final de la novela se dice que la vida de Adam está “en suspensión, como su país, como este planeta, como todos nosotros”. Sí, el mundo está en suspensión y se extiende el sentimiento de que va a terminar cayendo del lado malo. Por primera vez en su existencia, la generación de Maalouf, la que nació en mitad del siglo XX, tiene la impresión de que podría vivir los horrores que padecieron sus padres.
“Me acuerdo con frecuencia de Stefan Zweig, que, dada la evolución de la Europa de su tiempo, llegó a la conclusión de que aquel mundo ya no era el suyo”, dice Maalouf. “Sentía que ya no había ninguna escapatoria, así que terminó suicidándose tras un acontecimiento que hoy nos parece muy secundario: la caída de Singapur, en 1942. Ahora muchos compartimos el sentimiento de que no hay luz al final del túnel, pero la hay, aunque no la veamos. Ahora bien, ¿es posible que tengamos que vivir años de locura y de violencia antes de llegar a la sabiduría? Es posible. Hizo falta el horror de los años treinta y la II Guerra Mundial para que Europa dijera ‘basta’. Puede que el destino de la humanidad sea tener que estrellarse contra el muro para sentir así su dureza y buscar otra salida”.
Textos esenciales
Las cruzadas vistas por los árabes (1983). Ensayo sobre las guerras de religión, dio a conocer a Maalouf.
León el Africano (1986). Novela la vida de Hassan, "un hijo del camino" entre el islam y el cristianismo.
La roca de Tanios (1993). Novela premiada con el Goncourt sobre la reconciliación religiosa.
Identidades asesinas (1998). Un ensayo contra la tentación fanática del nacionalismo y la religión.
En 2010 Amin Maalouf firmó una petición para que el Príncipe de Asturias de la Concordia les fuera concedido a los moriscos expulsados de su tierra en los siglos<TH>XVI y XVII. No lo consiguió, pero él recibió ese año el Príncipe de Asturias de las Letras. Nacido en Beirut en 1949, instalado en Francia para escapar de las guerras que desangraron Líbano en los años setenta y ochenta, escritor en la lengua de Molière, ganador del Goncourt en 1993 y miembro de la Academia Francesa desde el pasado verano, sus ensayos y novelas siempre han sido coherentes en la defensa del mestizaje en democracia, de la asunción de las muchas identidades con las que cargamos la mayoría.
Su primer gran éxito, la novela León el Africano, versa sobre un granadino, Hasan ben Muhamad al Wazzan, que tuvo que abandonar su ciudad porque allí se imponía a sangre y fuego la voluntad uniformadora de los Reyes Católicos y su Inquisición. Cinco siglos después, las cosas no son tan diferentes. Resurgen aquí y allá los fundamentalismos religiosos y nacionales, y se desvanecen las esperanzas en que el mundo acepte a individuos como Maalouf, a la vez libanés y francófono, de origen grecocatólico y defensor de los valores laicos y democráticos, árabe y europeísta, mediterráneo y ciudadano del mundo.
“Vivir juntos es cada vez más difícil”, suspira. “En el mundo árabe, la situación de las minorías es cada vez más precaria y hay una polarización comunitaria, como la que opone a chiíes y suníes, que no se conocía desde hace siglos. Y en Europa aumenta la impaciencia respecto a los musulmanes. Lo vemos incluso en sociedades con una gran tradición de apertura como Dinamarca y Holanda, que se están convirtiendo en tensas y desconfiadas. Esos dos movimientos se alimentan mutuamente, y la gente como yo se siente cada vez más inquieta, por no decir desesperada”.
Hoy la desigualdad se promociona como una forma de modernidad
Respira hondo y prosigue: “Pero no me rindo. Vivir juntos es algo muy complicado, que necesita ser gestionado con sutileza, lucidez y perseverancia. No es algo que se produzca espontáneamente, ni algo que quede solucionado de una vez por todas. Pero es indispensable para evitar esa pesadilla hacia la que nos dirigimos”.
—Quizá ya estemos ahí, en esa pesadilla —le digo—. Además del ascenso del espíritu de tribu, sufrimos la ley de la jungla en las relaciones económicas y sociales.
—Sí, las sociedades europeas viven una profunda crisis ligada al retroceso de los valores de solidaridad y bien común. Gestionar la coexistencia de gente que viene de culturas diferentes, es explosivo. Pero debemos hacerlo.
—¿Cómo?
—Lo primero es saber en qué condiciones vivimos juntos, qué es lo permisible y qué no lo es. El hecho de aceptar los otros no quiere decir aceptar cualquier cosa. Yo no estoy a favor del multiculturalismo entendido como que cada cual viva en su gueto y a su manera, estoy a favor de la integración. A favor del respeto de la dignidad del ser humano y del progreso social, no del respeto de las tradiciones. Europa debe dirigirse a los ciudadanos, no organizar las relaciones entre las tribus.
En Los desorientados, hay un momento en el que alguien dice: “El país del que tengo nostalgia no es el pasado, es el porvenir”. Maalouf cree que su generación tiene razones para la nostalgia. “Se es nostálgico de todos los sueños que se han tenido y no se han realizado”, dice. “Y hay ideales indispensables que nosotros hemos tenido y ahora son rechazados: los de solidaridad y de igualdad. Estamos en un mundo donde la desigualdad es promocionada como una forma de modernidad. Aún estamos en la resaca de la debacle del comunismo: se continúa considerando que todos los valores que fueron predicados, y luego travestidos, por la experiencia comunista deben ser invertidos. Esa es una receta para la destrucción del tejido social. Haría falta que el péndulo volviera al centro: ha ido de un extremo a otro y debería volver al centro”.
Babelia
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