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Columna
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Los criterios del Nobel

Carlos Boyero

Se supone que el veredicto del Nobel de Literatura (no el de la Paz, aunque entre los pacifistas consagrados se hayan producido bromas tan macabras y surrealistas como la de concedérselo a Kissinger), el certificado a perpetuidad de que esa escritura está más allá del bien y del mal, se concede en función de la incontestable belleza y trascendencia de esa obra, no de sus progresistas o reaccionarias ideas políticas del autor, ni de sus ortodoxos o pervertidos hábitos sexuales, ni de su conducta ejemplar o de su afición a delinquir, ni de su vocacional integración en el sistema o de su militancia en la transgresión y en el malditismo.

No he leído a Mo Yan. Solo tenía noticias de él como el autor de Sorgo rojo, que adaptó al cine Zhang Yimou. No sé si ese desconocimiento es problema de las editoriales que no han traducido a un genio tan incontestable o de mi nulo olfato como rastreador de la hermosura literaria. Pero mi ignorancia es un defecto muy extendido ya que conozco a múltiples críticos literarios que empiezan a sudar cada vez que otorgan el Nobel a alguien del que solo posee referencias la gente de su pueblo. También sabemos que el afán internacionalista y democrático del jurado les obliga a otorgar cada año el premio en función de las múltiples nacionalidades de los que dedican su talento al noble empeño de comunicar sentimientos y contar historias mediante la palabra impresa. O sea, este año toca un chino, el próximo un egipcio, el siguiente un inglés y así... Es grotesco.

Como es irritante y escandaloso para la gran literatura que Proust, Kafka, Tolstói, Celine, Fitzgerald, Pessoa, Joyce, Nabokov, Valle-Inclán, Borges y Cortázar se largaran al cementerio sin que los justos y sabios responsables del paraíso decidieran que eran dignos de acceder a él.

Y, por supuesto, me parece necio y asqueroso que Borges considerara auténticos caballeros a las bestias de la Junta Militar argentina y a Pinochet. O que Celine tuviera la maldita vocación de denunciar judíos y ofrecer su entusiasta colaboración al gobierno de Vichy. ¿Pero que culpa tienen El Aleph y Viaje al fin de la noche de que sus maravillosos creadores tuvieran una lamentable actitud vital. Los disidentes chinos llaman canalla al nuevo Nobel y el régimen aplaude. Sería terrible que le hubieran concedido el premio en función de su comportamiento y no de su arte.

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