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Francis Bacon desafía a los artistas contemporáneos

El Centro de Cultura Strozzina de Florencia exhibe por primera vez las obras que se encontraron en el estudio del pintor tras su fallecimiento

Han pasado ya veinte años desde que Francis Bacon falleciera en Madrid, a causa de una neumonía empeorada por el asma y casi quince desde que su heredero John Edwards donara a la Dublin City Gallery el estudio londinense del artista, con todo lo que contenía en el momento de su muerte. En aquel espacio reducido y caótico, lleno de libros, papeles recortados, fotografías manipuladas y arrugadas, colores y pigmentos, se encontraron también varias pinturas inacabadas (incluido el célebre autorretrato al que estaba trabajando), que ahora por primera vez se exhiben fuera de Irlanda en el marco de la exposición Francis Bacon y la condición existencial en el arte contemporáneo, producida por el Centro de Cultura Contemporanea Strozzina de Palazzo Strozzi en Florencia. La muestra, abierta hasta el 27 de enero, establece un diálogo entre Bacon y las problemáticas existenciales que apuntan las obras de cinco artistas contemporáneos, Nathalie Djurberg, Adrian Ghenie, Arcangelo Sassolino, Chiharu Shiota y Annegret Soltau, que comparten con el maestro irlandés la mezcla entre figuración y abstracción, los cuerpos torturados, las referencias autobiográficas, la tensión y el aislamiento como metáforas de la vida del ser humano.

'Figura sentada', de Francis Bacon
'Figura sentada', de Francis Bacon

“La muestra explora el tema de la existencia, a partir de un núcleo de pinturas de Bacon, que son sometidas a una verificación de su actualidad mediante la confrontación con cinco creadores contemporáneos, que comparten con Bacon la intensidad obsesiva de la creación”, explica Franziska Nori, directora del CCC Strozzina y comisaria de la muestra junto con Barbara Dawson, directora de la Dublin City Gallery. Fue Dawson que en 1998 se encargó de trasladar, desde Londres a Dublín, todo el contenido del estudio del pintor, incluido el polvo, que como todo lo demás fue embolsado siguiendo metodologías de estudio y conservación que utilizan los arqueólogos forenses.

La excepcional selección de grandes formatos, incluye un retrato de Henrietta Moraes, una de sus modelos preferidas; uno de los raros desnudos de mujer, que representa su amiga Muriel Belcher, célebre lesbiana propietaria del club de ambiente gay The Colony Room en el Soho londinense, y algunas obras inacabadas especialmente representativas, como el autorretrato que dejó en el caballete antes de salir por Madrid donde moriría. Junto a estas pinturas se exhibe una gran cantidad de material documental y fotografías de sus amigos y novios, entre otros Lucien Freud, Peter Lacy, el amante abandonado tras diez años de relación que se suicidó la víspera de la primera retrospectiva de Bacon en la Tate de Londres en 1963 y George Dyer, muerto de sobredosis la noche de la triunfal inauguración de su primera antológica en el Gran Palais de París en 1971. Estas imágenes, recortadas, dobladas, arrugadas y manchadas de pintura en los bordes, permiten penetrar en el proceso de trabajo de Bacon, que las utilizaba para pintar sus figuras humanas retorcidas y deformadas.

Tras el impacto inicial, las obras de Bacon se alternan en un “montaje a oleadas”, con cinco universos, creados por otros tantos artistas, cuyas distintas personalidades y lenguajes tienen como común denominador la capacidad de involucrar el público en un espacio inmersivo e impulsar una reflexión de carácter existencial sobre la vida contemporánea. “El objetivo de la muestra no es crear conexiones o relaciones de causa efecto entre las obras de Bacon y los demás artistas. El recorrido ha sido concebido para que el público se enfrente intelectual y físicamente a espacios que permiten una inmersión en la dimensión estética y emotiva de cada propuesta”, indica Nori.

La capacidad de provocar atracción y repulsión que caracteriza las obras de Bacon, distingue también las instalaciones de Nathalie Djurberg, premio a la mejor artista joven de la Bienal de Venecia 2009, que utiliza vídeos, muñecos y la técnica del stop motion para narrar historias audiovisuales, que hablan del lado oscuro de las relaciones afectivas con un lenguaje que combina truculencia y poesía, inocencia y perversión, ironía y seriedad.

Pintor de seres humanos, el rumano Adrian Ghenie agrede, casi destruye el rostro del retratado para crear alegorías de estados de ánimo, que ponen de manifiesto una época marcada por la precariedad, la inseguridad y la pérdida de certidumbres. El cuerpo humano torturado protagoniza también la obra fotográfica en blanco y negro de Annegret Soltau, artista alemana que mezcla performance y artes visuales, acción y memoria, en obras autobiográficas que ocultan grandes dosis de violencia contenida.

De los hilos que envuelven el rostro de Soltau hasta crearle profundas incisiones sangrantes, a los hilos casi mágicos que envuelven los mundos fantásticos de Chiharu Shiota. La artista japonesa, que crea sus obras, como si realizase una performance o una danza ancestral, encierra en complicadas telas de araña, objetos encontrados y rastros de memoria. Para la muestra de Florencia, Shiota ha creado una instalación site specific, con viejas puertas encontradas en el almacén de Palacio Strozzi, que han sido atrapadas en una red inextricable. “Shiota traduce estados emotivos y reflexiones existenciales a una dimensión tridimensional, condensando memoria y sueño, elementos autobiográficos y rastros del pasado, que asumen una forma evocadora de valor poético universal”, asegura Nori.

El recorrido se cierra con una instalación inédita de Arcangelo Sassolino, que utiliza poderosos sistemas mecánicos, ajenos a cualquier concesión narrativa, para ofrecer al espectador una verdadera experiencia existencial. En este caso dos pistones ponen en tracción una gruesa cuerda que conecta dos grandes vigas de madera, apoyadas a las antiguas paredes del palacio. Cuando el sistema hidráulico se activa la estructura llega al límite de su resistencia en un precario juego de equilibrios, que afecta al público con su agresivo estridor y también a la propia arquitectura que acoge la obra. Es la última metáfora de una exposición llena de sugerencias y reflexiones, que otorga un papel central al espectador y a su experiencia emotiva, intelectual y física en los seis universos artísticos propuestos.

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