Clásico en blanco y negro
Las imágenes del cine son ambiguas en sí mismas, pero hay muchísimas películas clásicas del cine americano que no fueron ambiguas en su mensaje
Las imágenes del cine son ambiguas en sí mismas, pero hay muchísimas películas clásicas del cine americano que no fueron ambiguas en su mensaje. Yo las admiro tanto como el fiscal general del Estado y también crítico de cine, Eduardo Torres Dulce.
En los años treinta, cuando Hollywood narró sin tapujos las consecuencias sociales del reciente crash económico, las películas solían defender a la víctima, bien lo fuera por deslealtades amistosas como por desviaciones del amor, o la pobreza en la niñez, la impunidad de la policía, el oscuro aparato de la justicia o el simple azar. Se mantienen admirables muchas de ellas, especialmente ahora que se barrunta un cataclismo semejante al del 29.
Y qué decir de las estupendas películas italianas de los sesenta u ochenta que denunciaban corrupciones de políticos, empresarios, jueces o funcionarios, a la vez que retrataban las vicisitudes del paisaje ciudadano. El buen cine fue la escuela moral de nuestra generación. Para algunos, lo primordial era lo que se llamaba puesta en escena, pomposamente titulada punto de vista artístico del director, mientras que para otros lo que importaba era el mensaje, es decir, lo que la película reflejase de los humanos y su vida en sociedad. Ambos criterios acabaron entremezclados, y los unos y los otros entendimos el pasado a través del cine convencidos de que aquellas injusticias no volverían a ocurrir, y mucho menos en nuestro tiempo. Nosotros seríamos mejores. Entonces nos extasiábamos con héroes que defendían a perdedores y apoyaban a los rebeldes tanto como ahora nos decepcionan aquellos antiguos cinéfilos que desde la esfera del poder son una viva reproducción de personajes que en el cine clásico eran los tibios o directamente los malos. Les vendría bien reencontrarse con Howard Hawks, a quien tanto admira Torres Dulce, porque, según él mismo dice, ponía la cámara a la altura del hombre de la calle, es decir, sus derechos y sus necesidades. Ahora se habla de modular las libertades, y el propio fiscal general vuelve a disparatar con reprimir manifestaciones que atenten “contra los altos organismos del Estado”. Quién lo iba a sospechar cuando veíamos aquel cine que nos encandiló. Aunque sabíamos o supimos más tarde que el cine es fantasía, muchos cinéfilos viejos estamos convencidos de que su ficción es trasladable a estos tiempos, que también son los nuestros.
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