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PURO TEATRO
Columna
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Esa pareja feroz

Carmen Machi y Pere Arquillué parecen llevar toda la vida haciendo '¿Quién teme a Virginia Woolf?', a las órdenes de Daniel Veronese. Y Mireia Aixalà, e Ivan Benet. Asfixiante texto, gran fiesta teatral

Marcos Ordóñez
Carmen Machi y Pere Arquillué, en ¿Quién teme a Virginia Woolf?, dirigida por Daniel Veronese.
Carmen Machi y Pere Arquillué, en ¿Quién teme a Virginia Woolf?, dirigida por Daniel Veronese.Foto: Enrique Cidoncha

Ha sido un verdadero placer volver a ver en La Latina ¿Quién teme a Virginia Woolf?, una obra que detesto, pero que Veronese y sus espléndidos actores convierten en una verdadera fiesta teatral. Detestar quizás sea un verbo excesivo. Me fatiga, me asfixia, porque creo que nació con esa vocación de horror concéntrico. Ya era una fiesta teatral en el Romea, donde se presentó, en catalán, con gran éxito, la temporada anterior, pero ahora me parece más redonda, más cuajada: por el tiempo que llevan haciéndola y por la feliz incorporación de Carmen Machi, esa gloria nacional. Al escribir siempre te dejas cosas en el tintero, y al ver otra vez una función pillas (cuando los hay y los ves, claro) aspectos nuevos. Me parece que es la misma versión, ahora en castellano, que hizo José María Pou. El espectáculo resulta algo más largo: lo atribuyo a que el catalán es un idioma más concentrado, más conciso. También creí advertir que las réplicas suenan más contundentes, más brutales, con distinta fuerza. Veo, sobre todo, más teatro: teatro esencial en el juego de George y Marta, veneno del teatro. Una obviedad, pero que aquí restalla como un látigo: exhausta la vida cotidiana, esos dos necesitan buscarse en otro territorio, en esa puesta en escena que repiten y corrigen y remodelan noche tras noche (o sábado a sábado). Por eso a menudo necesitan invitados, público: orejas frescas para la representación, cuellos nuevos para la nueva sangre.

Emma Vilarasau hacía un notable trabajo como Martha, pero con Carmen Machi parece una función nueva. Veo ahora más humor a dos, más juego a dos. Y mucha más emoción en el tercio final. ¿Estaba ya y no supe verla? Podría ser, pero creo que la empatía entre los dos protagonistas tiene otro calibre. Machi y Arquillué parece que lleven toda la vida haciendo este texto. Estos dos se quieren, se siguen queriendo, a su salvaje manera. George y Marta, quiero decir. Tal vez porque Machi y Arquillué juegan en la misma liga, entienden, creo, el teatro del mismo modo. Son dos enormes bestias teatrales, que salen a comérselo todo, a manchar los manteles, y contagian su entrega y su entusiasmo: por eso digo que la función es una fiesta. Vitalidad es la clave del juego nocturno de George y Marta. Una vitalidad alimentada de alcohol, de resentimiento, de violencia apasionada. Garrotazos al otro para ver si algo en su fondo se mueve, reacciona, se endereza y se acerca un poco a la imagen original, antes de que todo se encenagase. Amor cortocircuitado por el autoodio. Ella lo dice bien claro, algo así como “me amas y no lo merezco, por tanto has de ser castigado”. Carmen Machi me pareció aquí más Mary Carrillo que nunca: palabras mayores. Ya le vi ese perfil, esa esencia, en Juicio a una zorra. Aquí lo triplica. No pillé la Virginia Woolf original, con Mary Carrillo y Enrique Diosdado. Pero como si la hubiera visto: magia del teatro. La interpretación de Machi me ha hecho imaginar con gran intensidad el posible trabajo de Mary Carrillo, como si siguiera aquel precepto de Borges: todo genio inventa a sus precursores.

Pere Arquillué está muy cerca de Alan Bates: no debe de ser la primera vez que lo siento y lo digo. Y del desaparecido pero nunca olvidado Enric Arredondo: el peligro, las embestidas de jabalí hambriento, el sarcasmo negro. Veo ahora al personaje de George más amargo, más progresivamente doliente. Sigue siendo muy gracioso y muy cabrón, pero a medida que avanza la noche asoma el corazón roto. Y también juegan fuerte y con mucha alegría y mucho talento Ivan Benet (Nick) y Mireia Aixalà (Honey), que aguantan los envites (y también los devuelven, sobre todo él) cada vez que hace falta. El personaje de Honey es el más desagradecido: ha de ser complicado escapar de las costuras de esa baby doll tan utilitaria, demasiadas veces obligada por el guion a marearse y dejar la escena libre para el siguiente duelo. Pero Mireia Aixalà insufla a Honey una rara pureza, aunque desde luego no sea ninguna santita.

¡Qué extraordinariamente te instala Machi en la veracidad de lo que narra, que hondamente sabe callar y escuchar ahí Arquillué!

Decía antes que me emociona, como nunca hasta ahora, la parte final: el juego del niño. Me sigue pareciendo una “idea de guion”, un invento que resultaría mucho más creíble en un cuento que revestido con la carne y la sangre del teatro. Un símbolo excesivo, muy construido, muy al gusto del teatro americano de la época. Y de después: llega, con ropajes de leyenda, hasta el Buried Child de Sam Shepard, el hijo cowboy de Albee y Tennessee Williams. Albee, que debía de olerse el chirrido, redobla la idea de representación (el crescendo, el disco de música sacra), pero en boca de Machi la evocación del hijo, el alzamiento de su biografía, es tremendamente conmovedora: divinas palabras. Tanto que hasta el propio George se conmueve al presenciar ese vuelo, como el sultán escuchando a Scherezade en la cumbre de sus poderes. ¡Qué extraordinariamente te instala Machi en la veracidad de lo que narra, qué hondamente sabe callar y escuchar ahí Arquillué, entre la maravilla y la pena! ¡Y cómo nos hacen pensar en ese momento: “¡Qué pobre gente, qué dolor, qué infierno vivir ahí, vivir así!”! Brota también una pregunta capital: ¿lo suyo tiene arreglo después de esa amputación, de ese exorcismo? Llámenme optimista, pero yo creo que sí, que hay un atisbo de esperanza, que un telón muy pesado ha caído para ellos, y que quizás ese nuevo y largo domingo que comienza…

Otra cosa, que no se me olvide. Otra recomendación. Otra fiesta, ahora barcelonesa. En el Espai Lliure he visto Litus, de Marta Buchaca (una de las autoras, para que se sitúen, de El año que viene será mejor). Me ha gustado muchísimo esa función. Se estrenó en la sala Flyhard y ahora la ha repescado el Lliure. Mucho, mucho talento. Un retrato generacional con un portentoso equilibrio de humor y emoción. Formidable texto y formidable dirección de la propia autora. Y grandes y jóvenes actores. Una pieza redonda, a caballo (para entendernos) entre Reencuentro (The big chill) y El club de los cinco. Y, como diría un productor clásico, una función con mucho dinero dentro. En breve les cuento, pero de momento quiero decirles que han de verla y ha de verse en toda España. Ya, pero ya.

¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Edward Albee. Dirección de Daniel Veronese. Teatro La Latina. Madrid. Hasta el 12 de octubre. www.teatrolalatina.es.

Litus. Texto y dirección de Marta Buchaca. Teatro Lliure. Barcelona. Hasta el 1 de octubre. www.teatrelliure.com.

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