Ya está aquí: el ‘eccehomenaje’
Unas 200 personas reinterpretan la imagen restaurada de Borja respondiendo a la llamada del colectivo Wallpeople
Este es el hombre cuyo rostro, compungido y derrotado tras la flagelación, despierta la reacción opuesta para la que fue retratado: la carcajada. Este es el hombre cuya pintura mural, nefastamente restaurada e instantáneamente elevada a una (¿efímera?) cumbre de fama y flashes, suscita fenómenos de masas tales como la recogida de más de 22.000 firmas en contra de que unos profesionales le devuelvan la mirada que a principios del XX le otorgó el artista Elías García Martínez. La última ocurrencia, esta tarde en una céntrica placita de Barcelona, ha corrido a cargo de un colectivo fotográfico que, en conjunción con las redes sociales, ha organizado un original homenaje en solidaridad a Cecilia Giménez, la octogenaria de Borja (Zaragoza) cuya brocha pinceló este imparable torrente mediático. Eccehomo y lo demás, el fenómeno, es el posmodernismo en estado puro.
Emili Cost tiene 63 años, vive en Tarragona y se ha enterado de la iniciativa por la radio. Trae consigo tres folios en los que ha dibujado a rotulador su personal interpretación del Jesucristo desfigurado: "Es la segunda vez que vengo a un evento de este colectivo. Esta vez vengo en homenaje a esta señora". El suyo es el rostro más atípico del encuentro que la agrupación Wallpeople ha ideado para la tarde de viernes en una pared cercana al Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Una acción en la que cientos de personas han diseñado su particular fotomontaje del eccehomo de Borja, asignándole tan particular rostro a todo tipo de iconos del imaginario popular; desde celebridades a obras del Renacimiento o pósters de cine.
Wallpeople ha recibido más de un centenar de dibujos de todo el mundo desde que anunció la convocatoria hace dos semanas. Uno de sus responsables, Pablo Quijano, explica que la idea es "fomentar el arte y la creatividad" y "apoyar a Cecilia Giménez", quién incluso ha padecido ataques de ansiedad desde el suceso. "Cuando vimos la repercusión de este fenómeno pensamos que teníamos que hacer algo. Cecilia ha creado un icono pop", comenta el joven de 30 años, sonriente y agradecido por la presencia mediática (seis cámaras de televisión, una radio y una decena de redactores).
Alyona Kudrevich está muy perdida y contesta a las preguntas sin apartar la mirada de la pared en la que, desde las 19.00 horas, el gris va siendo sustituído por unos surrealistas retratos de Marylin Monroe, Fhrida Khalo, Ché Guevara o Mickey Mouse. Está hasta El Grito de Edvard Munch. Su amiga, también rusa, le explica toda la película y, aun así, insiste: "No entiendo nada, ¿por qué es tan famoso?". A Juan Manuel López, de 35 años, la marabunta concentrada frente a uno de los muros de la pista de baloncesto de El Raval donde los filipinos se reúnen cada tarde para encestar le ha pillado haciendo la compra. No para de reír: "Me sorprende el poder de convocatoria. Todo esto me parece divertidísimo". Cerca de él, una joven y su amiga empiezan a vaciar su bolsa, repleta de dibujos a los que le ponen celo. "Cualquier expresión artística es bonita", comenta esta treintañera, amiga de los organizadores.
Se pone el sol y los asistentes (más de 200) continúan con el machacar de botones de sus teléfonos (muchos hasta posan junto a su favorito). Otros escriben en el libro de firmas de apoyo a Cecilia y casi todos recuerdan y debaten sobre los más ínfimos flecos de esta leyenda estival que comenzó en la ermita del Santuario de Misericordia y que terminará vaya usted a saber cuándo. Al igual que le ocurrió al eternamente joven Dorian Gray, el paso del tiempo ha demacrado el retrato del eccehomo. Pero, contrariamente a lo narrado por Oscar Wilde, el horror, lejos de haber sido ocultado bajo llave en una habitación, paladea los más inusitados altares de la fama. Pronto, el siguiente capítulo.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.