Soledad Puértolas: “La imperfección nos asusta”
'Mi amor en vano' es un intenso recorrido emocional narrado desde el dolor Sus personajes viven al límite y “todos tienen secretos, todos ocultan”
Mi amor en vano, la nueva novela de Soledad Puértolas, comienza cuando el joven Esteban, tras sufrir un accidente de tráfico en el que ha estado a punto de morir y a raíz del cual debe andar con muletas, cambia de casa e inicia la rehabilitación. “La imperfección siempre asusta”, dice el narrador. “Por eso tenemos modelos perfectos, pero es irreal. La imperfección nos asusta”, afirma la autora, “porque no queremos admitirlo, pero somos imperfectos”. El libro se publica cuatro años después de Cielo nocturno. Entre tanto, Puértolas publicó los cuentos reunidos en Compañeras de viaje, reescribió La Celestina, y entró en la Academia.
—¿Por qué ha escrito Mi amor en vano desde el punto de vista del dolor?
—Es un tema que me interesa muchísimo. Es clave en nuestras vidas. Muchas veces decimos la muerte, pero con la muerte termina todo, y es la muerte ajena casi lo que más nos afecta. Pero el dolor, conllevar el dolor, la enfermedad… es consustancial con la vida. Y es una de sus grandes dificultades, convivir con el dolor. ¿Qué haces con él? ¿De qué sirve? El dolor no sirve para nada, más que para sufrir, pero a partir de ahí puedes plantear las cosas con mucha conciencia, te puede dar conciencia de todo, percibimos a partir del dolor.
Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947) ocupa el sillón g de la Academia. Esta mañana ha asistido a una reunión de la comisión de Cultura en la que han hablado de las palabras del teatro, y la entrevista tiene lugar a continuación en la sala de pastas (el lugar donde los académicos toman café). Estamos a mediados de julio, y en pocos días la escritora emprenderá una larga estancia de verano en Galicia.
Puértolas recorre los pasillos, la escalera, el salón de plenos, la biblioteca… y posa para las fotos. Está elegante y guapa. Fue elegida miembro de la Real Academia Española en enero de 2010 y en noviembre de ese año ingresó con un discurso (Aliados) dedicado a los personajes secundarios del Quijote. “La Academia me ha abierto una nueva vía en mi vida. Venir todos los jueves, comentar con quienes tienen más experiencia que yo la revisión del diccionario permanente, los debates que hay sobre los cambios lingüísticos, las fronteras de lo que es admisible o no, en fin, todo lo que implica estar discutiendo de la lengua para mí es una novedad, y una novedad muy enriquecedora. Yo vengo contenta a las reuniones de la Academia, me resulta muy estimulante, esa es la verdad”.
Soledad Puértolas resumió buena parte de su pensamiento literario en aquel discurso: “Tengo debilidad por los secundarios, por aquellos a quienes, en los diferentes órdenes de la vida y del arte, les toca ocupar posiciones marginales y a quienes de pronto descubre la mirada de un espectador, un lector, un amigo o un desconocido”. La escritura del texto académico interrumpió, de nuevo, Mi amor en vano —“la estructura de la novela no cambió mucho”, cuenta la autora sobre este libro cuya primera versión escribió hace 12 años, “lo que cambiaron mucho fueron los matices, la forma, hasta conseguir la expresión adecuada”—, y en cierto modo afectó a la novela (“me brindó la oportunidad de reflexionar sobre lo que tenía entre manos”).
“La realidad es sumamente compleja, un personaje puede ser inocente en determinado momento y malintencionado en otro”, dijo entonces. Los personajes de Puértolas se encadenan, hablan por sí mismos o a través de otros, muestran y ocultan, sufren y disfrutan: Esteban, el narrador, y Dayana, mujer luchadora con una íntima ambición que recorre el libro (“la ambición es algo que se extiende por todas partes, hay un deseo de que tu vida no sea una vida sin interés, de hacer de tu vida algo, y eso es irrenunciable”, dice la escritora). También están Eugenio (el periodista deportivo), casado con Dayana y ambos padres de Violeta; Teresa, personaje perturbador y único que comparte con Esteban el dolor físico —“Teresa es muy difícil. Es una de mis grandes satisfacciones como personaje, precisamente porque es una persona muy dura y en principio es demasiado egoísta. Pero acabé comprendiéndola”—; Julio (el masajista), Dani (el representante), el Portugués, Laura, Selina…
Y las dos perras de Dayana, que son “el afecto” e iluminan el final: “Ese momento me vino solo y comprendí que era así, y las perras estaban ahí”. Todos ellos reflejan “esas atracciones entre raros, que es lo que sucede en la vida; son gente descolocada, con motivos para sentirse marginados. Se van buscando unos a otros”. “Son todos secundarios primarios, es decir, que son personajes importantísimos. Esa es, efectivamente, mi visión de la literatura y la plasmé en la Academia, y en lo que hago cuando escribo”.
“Esa sensación de que hay algo que nunca sabremos de los otros me fascina, creo que ahí están todas las claves”
Su llegada a la RAE fue una pausa, pero la reescritura de La Celestina (Castalia) “se coló” en la novela. “Me di cuenta de que la intensidad que hay en La Celestina me ayudó para confiarme en mi intensidad también”, recuerda Puértolas. “La pasión física, el deseo, la codicia, la avaricia, el amor paterno, el amor filial, la amistad, las alianzas, las traiciones, la crueldad, la muerte… Todo está ahí, vivido y sentido”, escribió hace unos meses en Babelia sobre el texto de Fernando de Rojas.
Mi amor en vano contiene una amplísima galería de emociones. Sus personajes dicen cosas como estas: “La vergüenza es el sentimiento que más daño puede hacernos, más daño que el miedo”; “la vanidad muere, se esfuma, pero la ambición no”; “la risa nos causa más extrañeza, más incomprensión, que las lágrimas”; “ya no tengo que vengarme de nada, he dejado la venganza en manos de la vida”. “Ser anónimo significa ser libre”
—¿En quiénes se fija para construir sus personajes?
—Bueno, primero en mí misma, la verdad. Me proyecto en todo. Creo que fijarme, fijarme, no me fijo mucho, no soy muy curiosa. Invento más que me fijo. Pero sí en sensaciones, percepciones de la gente, en lo que me rodea, en lo que conozco, en lo que desconozco sobre todo. Creo que parto de la idea de que no conozco a las personas, y que todo eso que se me escapa es lo que escribo, quizá sea eso lo que intento poner en claro, indagar en lo que no sé, tengo la sensación de que se me escapan muchas cosas.
Soledad Puértolas mira a sus personajes con un respeto “que supone saber que nunca los puedes juzgar enteramente”. “Si presentas una historia absolutamente atada, y toda juzgada y todos los personajes redondos, pues has hecho una demostración, un equilibrismo, eres como un saltimbanqui. No es fácil hacer eso, pero yo no lo creo posible en la vida, no tengo esos elementos de juicio de otras personas, me parece que la magia de la vida es precisamente todo lo que queda por debajo, lo que imaginamos, lo que nunca conoceremos, a lo mejor lo que ni siquiera existe y creemos que existe. Y eso es lo que para mí hace rico un mundo literario”.
“La ocultación es clave en esta novela, desde luego”, asegura. “Aquí todos tienen secretos, todos ocultan”. “Esa sensación de que hay algo que nunca sabremos de los otros me fascina, creo que ahí están todas las claves, en lo que mostramos a los demás; en realidad esa es la parte más fascinante de la vida, lo que mostramos y lo que no mostramos, ese extraño equilibrio. Y la literatura, el arte de la literatura creo que debe sugerir eso también, que notes que los personajes te están contando una historia y que a lo mejor hay otra”.
El “acercamiento natural a la lengua” es constante en su literatura, lo mismo que lo dicho y lo callado. “El problema que yo tenía con esta novela era precisamente la intensidad. Cómo conseguir que todo aquello que me parecía muy emocional y casi inexpresable no pasara al extremo opuesto de resultar un poco indescifrable por su necesidad de encorsetarlo. Y el punto de la naturalidad en esta novela en cierto modo era más difícil, porque estaba hablando de emociones muy intensas, de personas que viven al límite, y mi tendencia casi natural era expresarlo de una forma quizá demasiado formal. Por eso es un manuscrito que ha tenido muchísimas versiones y muchas revisiones para conseguir esa frescura”.
Ahora está escribiendo cuentos, “estoy con los fogonazos”, dice. “Cuando terminas una novela te quedas tan cansada del mundo que se ha apoderado de ti que es una especie de extenuación, no tienes ni ganas, ni deseo, ni energías para meterte en otra. Sin embargo, van apareciendo ideas, pinceladas, siento que eso tiene su propia exigencia, una exigencia quizá más alta, porque tiene que ser más perfecto. En la novela cabe la imperfección porque trata de la imperfección, el cuento no trata de la imperfección, el cuento es de sugerencias. Es otro arte, de alguna manera más delicado, lo otro es más farragoso y más de barro y de sangre. El cuento es más poético, y los fogonazos no te implican tanto, pero sí son más exquisitos”.
Habitualmente escribe siempre por las mañanas en su casa de Pozuelo. “Me pongo a escribir después de sacar a los perros, a mi perro, mi marido saca a los otros dos, uno es el suyo y otro es de mi hijo, que nos los ha donado. Luego interrumpo, primero me tomo un café, luego me tomo un té, y escribo hasta la una o hasta las dos, menos un día por semana, seguro, o quizá dos, en que voy a nadar”. Lleva una muñequera porque tiene una mano un poco averiada de tanto coser, una de sus aficiones junto a la natación.
— ¿También nada en el mar?
—También, pero el mar me da un poco de miedo, en el mar no se ve el fondo, y en Galicia es muy frío. Antes nadaba más, pero me he ido acobardando, y me doy unos chapuzones y fuera. Aunque hay días en que me armo de valor, si el agua está más caliente.
Soledad Puértolas (www.soledadpuertolas.com/) ganó a finales de los setenta el Premio Sésamo con El bandido doblemente armado, en los ochenta el Planeta con Queda la noche, en los noventa el Anagrama de Ensayo con La vida oculta. Fue señalada como una de las voces de la Transición y de la literatura en democracia: “Escribo sobre el presente, sobre el latido del presente, y desde luego me ha tocado vivir una época de cambios y una época de cambio de papeles de las personas, y ahí está. En todas las novelas está, pero está siempre como algo vivido, no como algo relatado y descrito”.
Dice Dayana en la novela que “en determinado momento, nos olvidamos de la edad”. “Me pasa a mí, y como me pasa se lo puse a ella, a veces me pongo más años. Son cosas que pasan, que has oído que ocurrían pero es que es verdad, de repente te pasa, y es que te has olvidado, y eso está bien”. Puértolas cuenta que seguirá escribiendo en su casa de Galicia (“en vacaciones también escribo mucho. Yo, fundamentalmente, necesito calma en la vida, paz, calma, y en Galicia tengo aún más; me apetece escribir porque es lo que más me gusta hacer. Levantarme y ponerme a escribir. Si no ¿qué voy a hacer?”). Su vida, desde luego, parece colmada. “No digamos plena. He hecho cosas, sí. He hecho lo que he querido, o lo que he podido, y sí, estoy contenta; satisfecha es mucho decir, satisfecha no se puede estar en la vida, eso es imposible, siempre hay pegas… satisfecha vamos a desecharlo, pero contenta, a veces sí que estoy contenta”.
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