Desorientalismos
En los países árabes e islámicos hay olas de cambio en el arte contemporáneo. Grandes inversiones fortalecen un escenario que quiere escapar de los prejuicios
Mientras las ideas sobre el mundo árabe en la escena internacional están dominadas por la percepción de su conflictividad, asociadas al terrorismo, las guerras o los cambios políticos a partir de la primavera revolucionaria, los avances en el campo de la cultura pasan casi inadvertidos para la mayoría. No así para la gente del mundo del arte. Los movimientos convergentes en ese terrenovienen por ambas partes. Se ha divulgado bastante el faraónico proyecto que se está poniendo en marcha en los países del golfo Pérsico, con sus grandes complejos de museos, bienales y ferias. El emirato de Abu Dabi está invirtiendo más de 10.000 millones de euros en los edificios satélites de los museos del Louvre y Guggenheim que se están construyendo. La vecina isla de Saadiyat llega mucho más lejos, allí la inversión superará los 20.000 millones de euros para levantar cuatro museos, un centro de artes escénicas y 19 pabellones para exhibiciones temporales. Arquitectos estrella como Zaha Hadid, Tadao Ando, Frank Gehry o Jean Nouvel están a cargo de algunos de los proyectos. Sharjah, por su lado, creó un museo de arte hace más de una década y la bienal que organizan está preparando para el próximo año su undécima edición. En Qatar, la Autoridad de los Museos de Qatar, que dirige la jequesa Al Mayassa bint Hamad bin Khalifa al Thani, tiene en marcha dos importantes museos y una colección extraordinaria. Ella pagó en febrero más de 191 millones de euros por Los jugadores de cartas, de Paul Cézanne, y está considerada por la revista Art & Auction como la persona más poderosa en el mundo del arte. Eso sucede, a grandes rasgos, por el lado del dinero.
Por el otro lado, más de a pie, en los países del Magreb y Oriente Próximo hay una nueva generación de artistas y comisarios que se está abriendo paso en la escena internacional, en general, a través de iniciativas independientes, al margen de lo que consideran un arte oficial. El arte contemporáneo en los países árabes e islámicos parece haber hecho borrón y cuenta nueva con su pasado reciente, concretamente con el modernismo. En general, las nuevas generaciones no quieren ni mirar el arte que tímidamente surgió en los años sesenta y setenta del siglo pasado, en ese afán de subirse al carro de las tendencias internacionales, es decir, europeas y norteamericanas, principalmente. La etapa poscolonial contó con iniciativas que querían demostrar que no solo había artesanos, sino artistas modernos. Pero estos contaron con una doble presión. Se les consideraba imitadores en Occidente y traidores a las tradiciones en sus países. Con el tiempo ese lenguaje, con frecuencia pobre y estancado, fue adoptado por las instancias oficiales como seña de su modernidad.
El artista Ahmed Badry (El Cairo, 1979), que participó en Madrid en el programa Explorando paradigmas: género, modernidad, tradición, organizado en junio por Casa Árabe y el Musac, describe la situación en Egipto. “Hasta hace unos siete años, el Gobierno tenía la llave en la carrera de los artistas egipcios, si no eras oficialista no se podía hacer nada. Los que entonces éramos estudiantes simplemente observábamos, sin saber bien qué haríamos”, dice. Y entonces llegó Internet. “La web nos permitió estar informados de lo que se hacía en todo el mundo, pronto estuvimos más contactados que ellos. Nos fuimos apartando del oficialismo, creamos nuestros propios espacios alternativos, independientes, autofinanciados. El público era escaso, pero educado, por eso el Gobierno nos dejaba tranquilos. No les parecíamos una amenaza porque no llegábamos a las masas. Otras expresiones como el grafiti estaban más vigiladas porque muchas tenían una intención política. Los del arte contemporáneo no”. Y no es que los artistas visuales no tocaran temas como la migración, la religión o una serie de problemas sociales, pero su alcance les parecía minoritario, intrascendente. “Usamos la puerta falsa para expresar nuestro arte, sin censuras”, dice Badry.
Artistas egipcios como Hassan Khan, el fotógrafo Youssef Nabil, Nermine Hammam y, sobre todo, Ghada Amer tienen una sólida carrera internacional. En Egipto hay varias asociaciones independientes de artistas como Alexandria Contemporary Arts Forum (ACAF), dirigido por el comisario Bassam el Baroni; Contemporary Image Collective (CIC); Al Mawred Al Thaqafy y Townhouse Gallery (El Cairo), la Bienal de Alejandría o Cairo Documenta, entre otras.
Lo que sucede en Marruecos no es muy distinto. Surgen iniciativas de tipo privado, al margen del oficialismo. Espacios como L’appartement 22, en Rabat, fundado por el comisario y editor Abdellah Karroum, o eventos como AIM Bienal Internacional, en Marrakech, son referencias importantes. “Durante demasiado tiempo se ha difundido la obra de solo una decena de artistas que supuestamente representaban el arte marroquí”, comenta Mostapha Romli, fotógrafo que dirige la residencia de artistas Ifitry, en Esauira, un complejo que incluye un pequeño museo de arte contemporáneo, y es presidente e impulsor de la I Bienal de Arte de Casablanca, celebrada en junio de este año. “El artista marroquí contemporáneo más conocido internacionalmente ha sido, hasta ahora, Mounir Fatmi (Tánger, 1979), considerado un provocador en Occidente principalmente por su posición ante el islam. Hay artistas marroquíes, muchos viviendo en el extranjero, que exponen en ferias y galerías internacionales, pero se necesita una estrategia para que entren en los grandes museos. Soy realista y muy paciente, creo que esto se tendrá que ir reforzando en los próximos cinco a diez años, con comisarios y artistas de prestigio mundial que nos ayudarán a dar pasos adelante”. Otros artistas marroquíes a tener en cuenta son Yto Barrada, Selfati Ilias, Touhami Ennadre o Amina Benbouthcha.
Ala Younis (Kuwait, 1974) es artista y comisaria de arte en Jordania. “La primera guerra del Golfo (1990-1991) marcó un primer momento de cambio en el arte iraní, turco, y árabe en general. Se empezaron a celebrar ferias de arte, subastas internacionales y solo después empezaron a surgir artistas con identidad propia”, explica. “Es decir, primero se sentaron las bases del mercado y después surgió el interés por el mercado regional. Primero fueron los malos artistas, que eran los únicos conocidos. Después descubrieron que había artistas contemporáneos, más conceptuales. Las pocas galerías que hay venden artistas modernos, los contemporáneos venden de forma directa o a través de galerías internacionales. No hay muchos museos, fuera de los que hay en el golfo Pérsico, solo colecciones privadas”.
El vídeo es uno de los medios que utilizan estos jóvenes artistas. La iraní Shirin Neshat es una referencia obligada, aunque hay muchos más. Younis, que comisarió la muestra de videoarte con artistas residentes de la Delfina Foundation el pasado mes de julio en Madrid, afirma que este medio es uno de los que mayor impulso ha tenido en los últimos años. Se pudieron ver vídeos de artistas como la saudí Manal al Dowayan (1973), que intenta que las mujeres saudíes sean conscientes de las posibilidades de tomar decisiones sobre su propia vida, o la turca Asli Sungu (1975), que en su vídeo Just like the father & Just like the mother, se hace vestir por cada uno de sus progenitores de acuerdo con las ideas y valores que ellos le quieren imponer. “Es fácil hacer vídeo, pero no es fácil hacer arte”, dice Younis. “En Jordania, por ejemplo, hay muchas más mujeres artistas que hombres. Unos y otros luchamos por un espacio, y a veces los hombres reciben más presión. También hay bastantes mujeres artistas saudíes y egipcias. Las cosas pueden ser difíciles para las mujeres, pero menos de lo que se piensa en Occidente. En todo caso, lo que importa es el individuo. No tenemos problemas en que se nos meta siempre en el saco del arte de Oriente Próximo o Medio, pero no queremos ser asociados solo a esa etiqueta. Yo a veces hablo como mujer, otras como árabe, como jordana o simplemente como una persona rota. Hay más acción que activismo, como persona y como artista”.
El dominio del arte occidental eclipsó todo lo que no pertenecía a su órbita, hasta que la globalización abrió las perspectivas. Y el mercado también quiso diversificarse, buscar nuevas expresiones. Lo que pasa es que en los países árabes no había ni museos ni galerías. Es más, ¿qué “arte” se podría haber desarrollado en países de tradición islámica donde se prohíbe la representación de personas y animales? En los años treinta, las ciudades más cosmopolitas, como Beirut, El Cairo, Damasco o Rabat vieron surgir grupos de artistas que practicaron la pintura sobre lienzo, frente a un rechazo social que las tachaba de neocolonialistas. Después de la Segunda Guerra Mundial los artistas se fueron liberando de los modelos europeos e incorporaron elementos de sus propias culturas, como la caligrafía u ornamentos y diseños de los tapices o mosaicos. Elaboraron un nuevo vocabulario en el que la figura humana ganó presencia. Luego, a partir de los años noventa hubo una especie de ruptura generacional, en la que los medios de comunicación tuvieron un papel importante.
A partir del atentado del 11-S se prestó mayor atención a los artistas de países árabes y de las culturas islámicas. Pero, para desilusión de muchos creadores contemporáneos, se buscaba en ellos señas de identidad reconocibles en conjunto, más que individualidades relevantes. Y es que el fantasma del Orientalismo —tal como lo plantea Edward W. Said en su famoso y fundamental libro titulado así— que creció en el mundo colonial y poscolonial estuvo siempre alimentado por las ideas de lo exótico. Por eso hay reticencias en muchos de ellos a formar parte de exposiciones que quieran agruparlos por países, regiones o etiquetas que refuercen los clichés que perduran. En todo caso, es el poder expresivo de estos artistas el que tendrá la última palabra. Hay algunas galerías de arte y espacios que se han propuesto esta tarea, como Al-Ma’mal Foundation (surgida a partir de la experiencia de la galería palestina Aanadiael, en Jerusalén); Beirut Art Center, Beirut Exhibition Center, la reciente Beirut Art Fair, la plataforma de creadores Ashkal Alwan y la Arab Image Foundation, ambas también en la capital libanesa. En Damasco está la Ali Mustafa Art Foundation y en la capital jordana el centro de arte Darat al Founun y Makan House. En Europa opera la galería The Third Line, y Mosaic Rooms, en Londres. En Madrid, desde hace un año, la galería Sabrina Amrani se dedica a artistas del Magreb y Oriente Próximo. En Francia, la labor del Instituto del Mundo Árabe tiene una larga trayectoria y este verano presenta la exposición titulada Le Corps Découvert, una colectiva de artistas contemporáneos árabes con desnudos y representaciones del cuerpo. En Casa Árabe de Madrid concluyó hace unas semanas la exposición con los ganadores del Jameel Prize, antes hubo otra en el Círculo de Bellas Artes, titulada Magreb dos orillas, con un variado e interesante muestrario de obras de artistas que rompen con algunos tópicos, pero refuerzan otros.
En la muestra del premio Jameel se incluyeron piezas del ganador Rachid Koraïchi, argelino de creencias sufíes, con unos tapices en forma de estandartes que representan a los 14 grandes maestros del sufismo. Entre los finalistas, la iraní Soody Sharifi contrasta escenas de la vida de las mujeres actuales con las de las antiguas miniaturas persas; la iraní Hadieh Shafie escribe textos sufíes en tiras de papeles de colores con las que forma rollos en el sentido de las danzas giróvagas.
En Magreb dos orillas, el comisario Brahim Alaui eligió trabajos de artistas como el fotógrafo de origen argelino Kader Attia; las tunecinas Nadia Kaabi-Linke, Meriem Bouderbala y Nicène Kossentini, o los marroquíes Mohamed el Baz y Younès Rahmoun. Hay que destacar que hay una importante diáspora que ha llevado a artistas de diversas zonas en conflicto a emigrar. La globalización es una corriente cada vez más fuerte y no hay que olvidar iniciativas consistentes como la Bienal de Estambul, que desde 1987 trata de dar una visión sin etiquetas y sin fronteras culturales o geográficas. Exposiciones en Francia, Alemania, Reino Unido y Estados Unidos han demostrado el creciente interés por el trabajo de artistas de los países árabes y su entorno. Japón inauguró en julio, en el Mori Art Museum, Arab Express, su primera gran exposición de arte árabe, con obras de 34 artistas de 10 países, organizados en salas que semejan las secciones de un periódico.
Además ha surgido un interesante grupo de teóricos y comisarios de exposiciones que reflexionan y crean una consciencia sobre el devenir del arte de esos países. Entre ellos destacan la iraquí Nada Shabout, la palestina Salwa Mikdadi, la jordana Wajdan Ali, el marroquí Mohamed Rachdi, la egipcia Dina Ramadan, los palestinos Kamal Boullata y Jack Persekian o la libanesa-iraní Rose Issa. El orientalismo se difumina. Quizá vayamos hacia un desorientalismo del arte.
Y este repaso no podría terminar ignorando a los artistas israelíes contemporáneos. Un país en el centro de toda la región que abordamos, con conocidos conflictos políticos con sus vecinos, pero que en el campo del arte cuenta con una escena dinámica y creadores de prestigio internacional como Miki Kratsman, Yael Bartana, Michal Rovner, Gal Weinstein o Keren Cytter. Su tradición plástica se funde con la “occidental” pero su compromiso con el presente, hasta en sus más crudos aspectos, es patente. No será el arte lo que contribuya a perpetuar las diferencias entre unos y otros.
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