Paul Sussman, escritor de ‘thrillers’ arqueológicos
Su pasión por la egiptología, escenario de buena parte de sus novelas, le llevó a trabajar en excavaciones
Siempre es duro que alguien se muera, pero que lo haga a los 45 años, con dos hijos pequeños, lleno de vitalidad y con tantas buenas historias para contarnos resulta una tragedia. Es el caso de Paul Sussman (Beaconsfield, Reino Unido, 1966), el autor de El enigma de Cambises, El guardián de los arcanos y El oasis secreto, novelas que nos han brindado aventuras y emoción a espuertas. El escritor de thrillers arqueológicos británico y periodista (trabajó para varios diarios y para la cadena CNN), traducido a 33 idiomas y que ha vendido dos millones de copias de sus libros, falleció el 31 de mayo en Londres a causa de la rotura de un aneurisma, pero la noticia no trascendió hasta que, hace pocos días, su viuda la publicó en Facebook.
Conversar con Sussman, un tipo robusto (había ganado un trofeo de boxeo mientras estudiaba Historia en Cambridge), apasionado y amable, con una vida en la que abundaban los episodios curiosos (trabajó de enterrador en Francia, hizo de actor, casi se apunta al MI6 y tuvo la ocurrencia de aparecer en una revista caracterizado de Dodi al Fayed precisamente el día de la muerte de este y la princesa Diana), resultaba muy estimulante. Le encantaba la egiptología desde que en 1972, con seis años, su tía Joan le llevó a ver la exposición de Tutankamón en el British Museum. Trabajó en las excavaciones del Valle de los Reyes con Nicholas Reeves y te explicaba un montón de anécdotas, como la vez en que hallaron piezas de joyería faraónica o cuando le picó un escorpión. No conozco ningún otro novelista, con la excepción quizá de Valerio Manfredi, que escribiera de temas arqueológicos tan interesantes y con tanta gracia: el ejército perdido del rey persa Cambises, el sagrado candelabro de Israel desaparecido, el nunca hallado oasis de Zerzura… Dos de esos temas, el primero y el último, obsesionaron precisamente toda la vida al conde Laszlo Almásy, el personaje real en que se basa El paciente inglés y al que Sussman menciona a menudo en sus novelas.
Paul Sussman no era Faulkner, es cierto, ni falta que le hacía: lo suyo era el thriller arqueológico con aspiraciones (logradas) de best-seller. El género lo bordaba: excavaciones secretas, descubrimientos misteriosos, aventuras trepidantes, buenos y malos enfrentados a tiros por objetos y saberes de la antigüedad que de salir a la luz cambiarían la Historia conocida… Aventuras muy Indiana Jones, vamos. Alguien lo describió como “la respuesta del lector inteligente a El Código Da Vinci”.
El plus del conocimiento
Su conocimiento de Egipto, donde se desarrollan buena parte de sus novelas, le otorga un plus de interés. Junto a otros personajes estupendos, como la exploradora Freya Hannen y una caterva de malvados sensacionales, creó el de un inolvidable inspector egipcio, Yusuf Jalifa, un policía humano y corajudo moldeado a partir de un amigo suyo arqueólogo, Moshen Kamel. Su contrapartida es el detective israelí Ariel Ben-Roi, con el que andaba a la greña inicialmente para después terminar haciéndose amigos.
Cuando le conocí en 2003 acababa de publicar en España (Plaza & Janés, como las demás) su primera novela, El enigma de Cambises, sobre la moderna búsqueda del ejército persa enviado por ese rey para someter el oasis de Siwa y que, según la tradición, desapareció tragado por la arena. La novela es buenísima, con imágenes que se te quedan grabadas en la memoria —no les chafo nada si les digo que el ejército enterrado aparece: ¡y de qué manera!—. Unos años después Sussman publicó una segunda novela, El guardián de los arcanos, centrada en la búsqueda de la Menorah, el candelabro gigante de oro perdido como la célebre arca de la alianza cuando los romanos saquearon el templo de Jerusalén en el siglo I. En la trama aparecían vinculaciones nazis y una siniestra conjura para utilizar el sagrado objeto con fines perversos. Mi favorita sin embargo es la tercera, El oasis secreto, en la que diferentes grupos de personajes pugnan por encontrar en los confines del desierto líbico, en la meseta del Gilf el Kebir, empleando incluso un ultraligero, el mítico oasis de Zerzura, El Dorado de las arenas, el wehat resut u oasis de los sueños. A Sussman se le solía ir la mano al final de sus novelas, quizá por exceso de ambición, y las lastraba un pelín su obsesión con la política de Oriente Medio y en especial el conflicto israelí-palestino (era miembro de una familia de emigrantes judíos polacos), pero nada de eso es un obstáculo serio para disfrutar muchísimo leyéndolas.
Aunque se ha marchado por caminos inexplorados nos queda a los lectores españoles el consuelo de saber que en enero próximo se publicará la traducción de su última novela, la cuarta, que escribió poco antes de morir y que se titula —y ya podemos anticipar un escalofrío de emoción— El laberinto de Osiris.
Babelia
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