La fórmula áurea de Lenny Kravitz
La primera jornada del macrofestival de música comienza con un maratón de pop en castellano El estadounidense Lenny Kravitz pone la nota anglosajona
Tres, dos, uno y… nada. La pantalla terminó la cuenta atrás pero no hubo novedades. Había, más bien, silencio. Y el atardecer, que ya abrazaba Arganda del Rey. En el escenario principal de Rock in Rio, por fin lleno, se respiraba la espera. Hasta que, poco después, un tipo de barba deshecha, tatuajes y Ray Ban salió a contar su visión del rock. Lenny Kravitz agarró el micrófono y empezó a soltar temas tan conocidos como American Woman, Believe y Fly Away. Y el público se lo agradeció a gritos y saltos. El neoyorquino no entrará en la historia de la música, pero siempre cumple. Es garantía de buenos ratos. También gracias a una banda, y en especial a un trompetista, que se llevaron una sonada ovación. Ya se hacía de noche y Arganda del Rey se entregaba a las guitarras americanas.
Antes había sido la tarde del castellano. Desde luego es un buen fin de semana para sentirse español. En Kiev, en la lejana Ucrania, donde la Roja se juega la Eurocopa, ese evento que hace que, cada cuatro años, todo el mundo se acuerde de su nacionalidad y descubra a sus 47 millones de hermanos. Y también en la más cercana Arganda del Rey, donde el festival Rock in Rio inaugura su tercera edición madrileña con una inmersión en el más puro pop español.
Antes de que Maná cierre la noche. Antes de que Lenny Kravitz luzca sus gafas de sol en un rato. Antes, solo ha habido espacio para lo ibérico. De David Otero, El Pescao, a Maldita Nerea, de La Oreja de Van Gogh a Macaco, la tarde se ha teñido de ritmos y letras en castellano.
Lo agradeció Leire Martínez, cantante de La Oreja de Van Gogh, nada más subirse al escenario: “Estamos encantados de estar aquí en la jornada en la que está prácticamente toda la música en español del festival”. ¿Un mensaje a Amaia Montero, excantante del grupo y que actúa el próximo jueves? Tal vez. Sea como fuera, el grupo donostiarra salió a gritar su ilusión. “El oficio te permite superar los nervios”, contaban antes de su actuación. Y de oficio tiraron, junto con las ganas y la voz de Martínez, para arrastrar al público hasta la euforia. Llevaban apenas cinco minutos, sonaba Cuídate, y todos cantaban. Y no dejaron de hacerlo hasta la despedida, con Cometas en el cielo.
Aunque todos eran más bien unos pocos, entregados a la religión del salto. Muchos más seguían prefiriendo el más relajante césped artificial que rodea el escenario principal. Y otros disfrutaban de todo lo que este evento coloca alrededor de la música. Norias, tirolinas, concursos y muchos, muchos quioscos de marcas. La esencia del festival que Roberto Medina creó en 1985 en Río de Janeiro la resumía Lucía García, una joven de 22 años que había llegado a las 15.00, justo cuando se abrieron las puertas, para ocupar las primeras filas: “Es una mezcla de ocio y música”.
Ocio patrocinado, más bien. Desde un colchón hinchable donde saltar, hasta los carteles que levantan los seguidores durante las actuaciones y que rezan frases como “soy tu fan” y “dedícame una canción”, todo en Rock in Rio lleva sello. Con esa fórmula, que algunos llaman centro comercial o Disneylandia y Medina “gran fiesta de la música” el evento se levanta en un enorme recinto de 200.000 metros cuadrados y seduce desde hace 11 ediciones a millones de personas. Aunque el estribillo que el fundador repite una vez y otra también dentro de su oasis —“en Rock in Rio no hay crisis”— en esta ocasión parecía desafinar. Hace dos años, el primer día en Madrid recibió a 49.000 personas. Este año, la organización contaba con una afluencia de 42.000.
Bastantes menos se acercaron a escuchar el primer concierto del día. Cuando El Pescao se subió al escenario le acogieron unos cientos de aplausos. Eran las 17.00 y empezaba el maratón. El exmiembro de El canto del loco ofreció todo el azúcar con el que ha cocinado Nada lógico. La receta tiene sus fans. Eso sí, sobre todo de los 20 años para abajo, al menos a juzgar por las caras que se veían. El concierto de El Pescao contaba también con dos fans especiales: mamá y papá. “Es un sueño. Crías a un niño y ahora lo ves allí”, contaba la señora María Teresa Martín, de 70 años, durante la actuación de su hijo.
Media hora de pausa y arrancaba Maldita Nerea. Los murcianos se encargaron de calentar la garganta y las caderas del público. Hacía sol, un viento que todos debieron de agradecer y una atmósfera que empezaba a contagiar. De ahí que la gente se dedicara al objetivo de perder la voz a fuerza de coros. De Fácil, pasando por El secreto de las tortugas, el líder del grupo, Jorge Ruiz, cantaba, bailaba y, cuando callaba, cientos de personas le sustituían.
El último en salir del vestuario ha sido Macaco. El grupo del catalán Daniel Carbonell no se ha perdido en calentamientos y ha atacado el terreno de juego con sus melodías de medio planeta. Sus tambores y sus guitarras obligaron los asistentes a sacudirse durante una hora. Luego, llegó el cierre de la tarde. Lo español se apartó y dejó a otros el protagonismo. Hasta, claro está, la final de la Eurocopa.
Babelia
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