Amor del saber, saber del amor
El lema normativo es creatividad. Durante decenios las carreras de ciencias han sido más apreciadas que las de letras. Daban más dinero y prestigio, proporcionaban empleo con mayor facilidad y, en cuanto a su estética, presentaban un porte más apuesto de acuerdo con el modelo de progreso.
Casi todas las carreras de letras se consideraban signos de un pretérito desvencijado y lento. La prueba es que todas las universidades emergentes, dentro y fuera de España, basaban su encanto en la ingeniería, la informática o el management. Paralelamente cualquier universidad, dentro y fuera de España, ha tenido a gala ir suprimiendo curso a curso el departamento donde se enseñara filosofía o latín. Hace más de quince años que numerosas universidades estrangularon los cursos de lenguas clásicas y, sin necesidad de violencia, incontables profesores de esas asignaturas, dentro y fuera de España fueron inducidos a la inanición.
Los dos mundos del saber, humanidades y ciencias, fueron creando a lo largo del siglo XX dos culturas y las oportunidades derivadas de una y otra llevaron fatalmente a la creación de licenciados pobres y ricos, antiguos y contemporáneos.
¿Ha cambiado el panorama con las últimas generaciones que hacen selectividad? Desde luego no aparatosamente pero sí, con timidez, ha nacido no ya una asignatura sino una actividad que empieza a dar mucho de sí para la fusión de ambos mundos. Se trata de la creatividad con su constelación de satélites expresados repetidamente en “la reinvención”, “el emprendimiento” o “la innovación”.
Para la creatividad, en fin, ya no está claro si es mejor ser de ciencias o de letras. Tampoco es seguro que el empleo vaya a ser especialmente técnico o artístico. La creatividad es un nuevo universo en medio de la crisis que se configura como el óvulo dorado de un mundo superior.
¿Quién lo fecundará? En la actualidad su entorno lo ocupan tanto licenciados en bellas artes asignados al diseño de máquinas como ingenieros industriales concentrados en las prestaciones orgánicas de un nuevo gadget portátil. Ni los cuadros son ya, en gran medida, de caballete, ni la poesía es un típico producto de la escritura tradicional.
Muchos cuadros son pantallas audiovisuales que ocupan los paramentos de las casas o las grandes fachadas de los monumentos. No pocas pinturas han importado la inspiración y el orden de la psicología clínica y, casi todas, el agitado mundo de la publicidad. Igualmente la poesía, en consonancia con los textos reinantes, es poesía digital, lo que significa un paso en los versos del cosmos print al online.
En menos de dos décadas la lectura y la escritura en la red han transformado el venerable carácter de la prensa. Y si la prensa se transforma, cómo no esperar que la desaprensión suceda en todo lo demás. Albert Montagut, uno de los periodistas más dinámicos de estos años, director de varias publicaciones, corresponsal en Estados Unidos y el último mohícano del diario ADN, publicará pronto un libro en el que cuenta el paso de la imprenta a la pantalla y de lo analógico a lo digital. Paso o tránsito hacia una nueva era donde el periodista sintetizará en su mismo punto de vista el iris de una fluorescencia donde se juntarán los votos más santos de la información impresa con los más paganos de la comunicación online.
Ser creativos en este mundo periodístico que se hunde con sus pesadas rotativas es lo mismo que inventarse un importante flotador. Todavía imperfecto, todavía hijastro de la tradicional ovulación pero, a la fuerza, tan necesariamente creativo que la palabra nuevo se confundirá con la de la procreación. Y de la misma manera, todo el difícil ensamblaje entre ciencias y letras será después igual a la cópula ideal del conocimiento perfecto. Allí donde el futuro saber bien unido será igual al espontáneo saber del amor.
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