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feria de san isidro | vigésimo segundo festejo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Seis mansos, un valiente y un picador

Frascuelo, Garibay, Castaño. Imposible corrida, desde el primero hasta el último, a pesar del espejismo del último

Antonio Lorca

Afirmar que la corrida de ayer fue una mansada no refleja con exactitud el comportamiento de los toros. Quizá, mejor, una mansada infernal, o una pasarela de bueyes o de mulas. Imposible corrida, desde el primero hasta el último, a pesar del espejismo del último, que acudió desde los medios al caballo del picador Tito Sandoval, pero huía que se las pelaba cuando sentía el hierro en sus carnes. Toros huidizos de salida, cobardes que buscaban con desesperación la puerta al campo, rajados ante los caballos, con las caras siempre por las nubes en un terco intento por quitarse el palo de encima. Y parados, descastadísimos y sin clase alguna en la muleta, tercio, en el que no sirvió ninguno. De ahí, que no hubiera un solo capotazo airoso en toda la tarde, ni un muletazo que se recuerde, ni ná de ná

Bueno, tampoco esa es la verdad. Hubo cosas, y algunas importantes, como suele ocurrir cuando aparece un torero dispuesto a hacer frente a la adversidad y a jugarse los muslos sin trampa ni cartón.

Carriquiri/Frascuelo, Garibay, Castaño

Toros de Carriquiri, bien presentados, muy mansos, muy descastados y desclasados.

Frascuelo: media estocada (palmas); media estocada (silencio).

Ignacio Garibay: cuatro pinchazos y estocada (silencio); estocada _aviso_ (silencio).

Javier Castaño: estocada tendida y ladeada (ovación); media tendida y un descabello (vuelta al ruedo).

Plaza de las Ventas. 30 de mayo. Vigésimo primera corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

Se llama Javier Castaño, y superó con nota el dificultoso examen que le presentaron dos toros complicados, broncos, con malas ideas y sin una gota de sangre brava en las venas. Y lo aprobó con decisión, con un valor digno de elogio, con una deslumbrante firmeza, con pundonor, con entrega y con raza de héroe. Como ha ocurrido siempre cuando un torero ha querido demostrar que es capaz de estar por encima de su oponente.

Protagonizó, además, un gesto infrecuente: se cruzó en sus dos toros. ¡Qué estampa más torera cuando buscaba el pitón contrario y citaba con la muleta planchá! Qué torera y qué extraña, porque eso no lo hace hoy prácticamente ningún miembro del escalafón de matadores.

La plaza se lo agradeció, como no podía ser de otra manera, y le obligó a dar la vuelta al ruedo tras matar al sexto como premio a toda una actuación muy seria, muy emocionante, aunque no brillante porque la nula calidad de lo toros impidió el lucimiento.

Y hubo un picador, Tito Sandoval, que se sintió lo que es, torero a caballo, y realizó la suerte de picar en el último con enorme brillantez. Llamó la atención del toro, le ofreció el pecho del caballo y señaló en todo lo alto hasta cuatro veces, las mismas que el animal acudió de largo desde los medios en un espejismo de bravura, pues no presentó pelea en ninguno de los encuentros.

OVACIÓN: Honor al picador Tito Sandoval; con las banderillas brillaron David Adalid y Ángel Sopeña.

PITOS: Es difícil encontrarse con una corrida tan completamente mansa como la de Carriquiri. Seis auténticos bueyes de carreta.

Y hubo dos señores vestidos de luces: Frascuelo e Ignacio Garibay.

Si se tiene en cuenta, -que se debe tener-, la nulidad de sus oponentes, nada hay que objetarles, pero la torería no consiste solo en la búsqueda del triunfo, sino en los andares por el ruedo, en la actitud, en la disposición…

Frascuelo, que fue recibido con una ovación que agradeció desde el callejón, decepcionó. Esa es la verdad. Es un torero admirable, pues lo es quien con 63 años hace el paseíllo y mantiene la ilusión. Pero hay que hacerlo con todas sus consecuencias. Y ayer se le vio desganado, precavido en exceso, sin recursos, desconfiado, como fuera de la lidia, sin el ánimo necesario para solventar la difícil papeleta. Vamos, que no respondió a la expectación que en esta plaza crea siempre su presencia. Si inhibió con el capote e intentó justificarse con la muleta, pero, tan despegado siempre, que lo empeoró.

Y el mexicano Garibay quedó inédito. No parece torero para toros tan ásperos. Su primero se desplomó dos veces en la arena cuando intentaba pasarlo con la muleta, y la gente protestó con razón cuando el torero hizo un desplante ante lo que era, no un toro, sino un proyecto de cadáver. Y el quinto solo sabía andar mediante arreones y tornillazos. De todos modos, también al torero se le vio afligido, y esa no es una buena carta de presentación.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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