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Niall Ferguson: “Europa tiene dos opciones: federación o desintegración”

Occidente dominó el mundo con seis instrumentos: la competencia, la ciencia, el imperio de la ley, la medicina, la sociedad de consumo y la ética del trabajo, explica el historiador británico. Ahora ha perdido el monopolio, pero puede evitar la decadencia

Imagen tomada en 2007 en Bruselas ante una foto de la firma del Tratado de Roma en 1957.
Imagen tomada en 2007 en Bruselas ante una foto de la firma del Tratado de Roma en 1957.THIERRY ROGE

Por qué a partir del siglo XVI unos pequeños países de un extremo del continente euroasiático pasaron a dominar el resto del mundo y mantuvieron durante siglos una predominancia que solo ahora empieza a declinar? Esta es la pregunta que se hace el historiador Niall Ferguson (Glasgow, 1964) en Civilización. Occidente y el resto (Debate). Autor también de ensayos tan brillantes como El imperio británico, El triunfo del dinero o Coloso, Ferguson estuvo en Barcelona para participar en el ciclo Conversaciones en La Pedrera organizado por la Fundación Catalunya Caixa. Este profesor de Harvard, Oxford y Stanford no tiene pelos en la lengua y considera que el futuro de Europa está en manos de Alemania, cuyas clases dirigentes se miran el ombligo y no quieren pagar el precio por el euro, del que han sido los primeros beneficiarios. Si el proyecto europeo se hunde, caeríamos en el caos, la irrelevancia y a la decadencia más absoluta.

PREGUNTA. En su libro usted hace un diagnóstico bastante pesimista sobre el futuro de Occidente y, más concretamente, de Europa. Parece que padecemos todos los síntomas de la decadencia de las civilizaciones. Pero al final es optimista y apunta que todavía podamos revertir esta tendencia.

RESPUESTA. Sí, depende de nosotros. No podemos hacer que una civilización se perpetúe por siempre, pero como descubrió el Imperio Austrohúngaro, tal vez podemos decidir el momento de nuestra muerte. Europa tiene ahora una elección muy clara; la libertad de determinar cuándo, cómo y si vamos realmente hacia abajo. En mi libro apunto los seis elementos que nos permitieron dominar el mundo durante siglos, de los que el resto del mundo carecía: la competencia entre los países y dentro de los países, la revolución científica, el imperio de la ley y el gobierno representativo, la medicina moderna, la sociedad de consumo y la ética del trabajo. Ahora, el resto del mundo los está copiando con éxito y nosotros damos muchas cosas por hechas; esencialmente nos preocupamos por las que no importan. Solo tenemos que trabajar duro para mejorar, para ser más competitivos, para mejorar la educación científica de modo que nuestros hijos estén mejor preparados. No es el destino, el destino no existe; hay sistemas complejos que crean los seres humanos que tienen una tendencia a desintegrarse, pero está en nuestras manos mantener nuestra civilización en funcionamiento.

P. ¿Tenemos las herramientas? El pasado martes había una huelga en la educación para protestar por los recortes. ¿No es precisamente una mejor educación lo que necesitamos? Usted cita las razones fiscales como uno de los elementos determinantes de las caídas del Imperio Romano, de la Dinastía Ming o del Imperio Otomano.

R. Como toda civilización que tiene problemas, tendemos a acumular deuda. ¿Por qué? Porque la actual generación quiere vivir a expensas de las generaciones futuras y mantener intacto su alto nivel de vida. La deuda es el síntoma de que se quiebra lo que Edmund Burke llamó el contrato social entre generaciones, y lo irónico de esos jóvenes que se manifiestan contra la reforma fiscal es que ellos son los que más desesperadamente necesitan que el Gobierno español deje de tomar prestado el 9% del PIB cada año, porque serán los que acabarán pagándolo. La crisis fiscal es un síntoma de algo profundamente equivocado en nuestras sociedades. No podemos evitar tener que cortar los excesos del Estado de bienestar: la edad de jubilación tiene que aumentar, el mercado laboral tiene que ser mucho más competitivo. No hay otra elección. Pero cuando miro a la situación en España y alrededores veo que Europa tiene ahora una elección clara: dar el paso a convertirse en una federación, unos Estados Unidos de Europa o como quiera llamarlo. Esto mejoraría sustancialmente las posibilidades de España, de Portugal, de Francia y de Italia, incluso de Grecia, porque crearía lo que ha faltado hasta ahora, la contrapartida fiscal de la Unión. Si existiera una Europa federal, los recursos alemanes estarían disponibles para algo más que aumentar el consumo en Alemania o el ahorro. Esta opción existe. Hay otra opción: la desintegración de Europa, que puede suceder muy rápidamente. Una de las claves de estos sistemas complejos que creamos los hombres es que pueden existir en un aparente equilibrio durante un tiempo y desmoronarse con gran rapidez. Lo hemos visto con la Unión Soviética. La Unión Europea puede fácilmente desintegrarse si no tomamos las decisiones correctas en las próximas semanas o meses. Lo único que no podemos cambiar fácilmente es la demografía. Ni con una varita mágica conseguiríamos que las mujeres europeas doblaran su fertilidad.

P. Pero tenemos la inmigración.

R. El cambio demográfico nos crea un dilema: ¿les decimos a los inmigrantes: “Esto es Europa y esta es la lista de normas y costumbres que usted tiene que adoptar”? Esto es lo que hacen los norteamericanos. ¿Lo hacemos o continuamos con esta política de multiculturalismo que ha producido guetos? Los inmigrantes en Estados Unidos están bajo una presión mucho mayor que en Europa para convertirse en americanos. Haga lo que haga la primera generación, sus hijos han de ser estadounidenses. Siempre ha estado claro que uno se hace norteamericano porque asume la Constitución y todo lo que esto implica, y también una serie de comportamientos que homogeneizan. El problema en Europa es que no se ha hecho ningún esfuerzo real en forzar la integración, sino lo opuesto, aplicando el multiculturalismo.

“La deuda es el síntoma de que se quiebra lo que Edmund Burke llamó el contrato social entre generaciones”

P. Tal vez por un sentido de culpa por el colonialismo…

R. Tal vez algunos se sentían molestos si tenían que elevar una cultura por encima de otra. Pero no se trata de establecer que una cultura esté por encima de la otra, sino de la necesidad práctica de disponer de unas normas compartidas. El problema del Estado de bienestar es que necesita de una cierta coherencia para que los ciudadanos lleguen a aceptar un nivel tan alto de redistribución de la renta. Esta cohesión es necesaria. No hay otro remedio. Podemos gestionar estas migraciones masivas de una manera correcta o de mala manera.

P. Pero hay que establecer cuáles son estas normas, esta identidad. En Estados Unidos está claro, pero en Europa todavía perviven los nacionalismos. Usted, en su libro, parafrasea a Marx cuando dice que la religión es el opio del pueblo y añade: “El nacionalismo es la cocaína de las clases medias”.

R. Una droga poderosa… Cierto, no es fácil. En Estados Unidos tampoco lo fue. Tuvieron que hacer una guerra civil para establecer el principio de la libertad del individuo y pienso que los últimos cien años han pasado por un proceso largo y doloroso de integración. En Europa también han cambiado mucho las cosas en el último siglo. La falta de una lengua común, de un conjunto de ideas, propició dos de las mayores guerras de la historia, pero la Europa de hoy asombraría enormemente a un visitante de 1912. Pregúntese: ¿dónde están los soldados?, ¿dónde están los oficiales prusianos? Europa se ha desmilitarizado hasta un grado que nadie hubiera podido imaginar hace un siglo. Hemos desarrollado una lingua franca (el inglés que ahora usamos) y el cuerpo de leyes europeas hasta un nivel remarcable, que permite decir que hoy en día tenemos un cuadro común institucional. La cocaína sigue en el mercado, pero solo está disponible con receta; por ejemplo, en los momentos en que se celebran las grandes competiciones futbolísticas, como será este verano, cuando los machos europeos tomen algo de esta cocaína para ver a sus equipos nacionales jugar. Y después la vida continuará. No es la droga del siglo XIX cuando la gente iba a la guerra por ella. Por eso creo que Europa puede convertirse en una federación y mantener todo tipo de identidades nacionales.

P. ¿Los británicos quedarán fuera?

“El Estado de bienestar necesita coherencia para que los ciudadanos acepten un nivel tan alto de redistribución”

R. Sí, no hay manera de que Gran Bretaña se integre en una Europa federal. Nunca hubo esta opción. No entramos en la moneda única porque, acertadamente, dedujimos que implicaba la creación de una Europa federal. Helmut Kohl sabía perfectamente que no había una justificación económica para la unión monetaria, para él era el camino hacia la Bundesrepublik de Europa. Y le digo: será mucho más fácil gestionar una Europa federal sin Gran Bretaña.

P. Pongamos que no hay Europa federal; que la unión monetaria se va al garete y la Unión Europea se derrumba. ¿Esa esquina del gran continente euroasiático, que contra todo pronóstico acabó dominando el mundo, en qué se convertirá?

R. Si imaginamos el peor escenario: el colapso del sistema bancario en España que se extiende a Italia y luego a Francia; la desordenada fractura de la unión monetaria empezando por Grecia; una depresión severa, comparable a la de 1931, las consecuencias económicas serían muy siniestras, mucho más que ahora, y quienes piensan que con la vuelta de las viejas monedas llegará la prosperidad quedarán muy decepcionados. Los países mediterráneos se convertirían en argentinas y Europa empezaría a parecerse a América Latina en la década de 1980; un lugar en el que será muy difícil llevar a cabo políticas democráticas, con monedas devaluadas e inflaciones desbocadas, y el auge de los populismos. Los partidos de centro se desmoronarían y aunque no creo que volvamos a los días de los golpes de Estado militares, las consecuencias económicas no solo supondrán más desempleo y que mucha gente pierda sus ahorros, sino que además se produciría una colosal pérdida de influencia. Desde el punto de vista de China, ahora, Europa tiene interés porque es un mercado incluso más grande que el de Estados Unidos. En la Organización Internacional del Comercio pesa tanto como Estados Unidos y China. Para el resto del mundo, especialmente para Norteamérica, Europa ya es un Estado federal, una entidad en la que ya no se distingue entre los países. No tienen ni la menor idea de la diferencia entre España y Portugal. Y si anunciamos que no hay más Europa y que volvemos a 27 Estados separados, nuestra influencia en el mundo desaparecería. Hay 11 Estados en la UE con una población inferior a seis millones de habitantes. En China hay 11 ciudades con más de ocho millones de habitantes. En cualquier caso, Europa ya no es la prioridad de la política exterior norteamericana, por delante están China y Oriente Próximo; solo ahora, por nuestros problemas económicos, hemos conseguido volver a formar parte de la agenda, como un adolescente conflictivo que amenaza con suicidarse. Tenemos que ser conscientes de las dificultades y también tener muy claro que tal y como se ven las cosas desde Alemania es completamente diferente de como se ven desde España o cualquier otro lugar. Estamos en un momento muy peligroso en el que las fuerzas centrífugas son muy poderosas. Estuve en Berlín hace dos semanas. No les importa el dolor que causa el desempleo en España, no les importa la economía griega. Les importa un pequeño aumento de la inflación o las elecciones en Renania del Norte. El mayor problema es que el país clave de Europa, Alemania, no quiere aceptar que el precio del euro —que ha sido extraordinariamente bueno para Alemania— consiste en firmar los cheques al menos durante los próximos diez años. Kohl lo entendió; entendió que la unificación alemana solo se legitimaría en el contexto de la integración europea. La última vez que vi a Kohl fue hace un año cuando le dieron el Premio Kissinger en Berlín. No estaba muy bien, iba en una silla de ruedas y tenía problemas para hablar porque había tenido un ictus. Creo que Kohl y Hans Dietrich Genscher tuvieron una visión histórica y Angela Merkel no la tiene. Ese día, en su discurso, Kohl dijo: debemos entender que nosotros los alemanes tenemos que poner Europa siempre por delante. Y ella, que estaba enfrente, puso cara de haber mordido un limón.

Civilización. Occidente y el resto. Niall Ferguson. Traducción de Francisco José Ramos Mena. Debate. Barcelona, 2012. 512 páginas. 24,90 euros (electrónico: 16,99). www.niallferguson.com.

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